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Irene Sáez: «Cada vez más padres convierten a sus hijos en confidentes de sus problemas»

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Para muchos padres la adolescencia es esa etapa que los hijos pasan y los padres sufrimos. Superar con éxito en familia esta transición es posible. La psicóloga Irene Sáez Larrán, especialista en adolescentes, jóvenes y familias, nos ayuda a entenderles mejor desvelándonos el significado de sus actos para ayudarles a crecer.

Irene Sáez, autora del libro Para entender a los adolescentes. La adolescencia y sus claves, entiende la adolescencia como una metamorfosis de aquello que fuimos en la infancia, un cambio en la manera de entender y manejar nuestro mundo, pero conservando algo de los primeros años de nuestra vida.

La metamorfosis de la adolescencia

P. ¿Por qué nos cuesta tanto entender a nuestros hijos adolescentes? ¿Cambian ellos o cambiamos nosotros también?
R. Quizá nos cueste entenderles porque a nosotros ya se nos «pasó», ya se nos olvidó la intensidad con la que vivíamos que un amigo no contara con nosotros para un plan o la indecisión y las horas frente al espejo porque no podíamos decidirnos qué ponernos ese día para sentirnos bien con nuestro cuerpo. Una de las temáticas que trato de plantear en el libro, es que cualquiera que tenga un adolescente en casa, sabe lo dificil de que resulta a veces relacionarse con él. Nuestro hijo e hija adolescente ya no nos necesita como antes, necesita salir de ese vinculo infantil que tenía con papá y mamá, para ir a buscar respuestas a sus preguntas sobre su identidad («¿Quién quiero ser?, ¿qué tipo de hombre o mujer?») fuera, a su grupo de iguales. Es inevitable que este intento de «sacarnos de sus vidas» en la manera en la que antes estábamos con ellos, haga que nos replanteemos nuestra posición respecto a nuestros hijos.

P. ¿Por qué se produce ese distanciamiento con los adolescentes en la familia?
R. Quizá el aspecto fundamental que explica el distanciamiento que los adolescentes buscan de sus familias es la llegada de la pubertad, los cambios en el cuerpo. Estos cambios físicos, son los primeros signos de que su cuerpo está cambiando, y requieren un gran esfuerzo psíquico para asumir que dejan de ser niños para ser adultos. Esto puede parecernos algo sencillo de elaborar, sobre todo, cuando ya ha pasado. Seguro, que muchos ya no recuerdan lo que sentían cuando todos estos cambios llegaron a su cuerpo hace años. Pero no podemos olvidarnos, que los adolescentes lo están viviendo en este mismo instante: ¡justo ahora!

P. ¿Por qué son tan importantes estos cambios corporales?
R. En primer lugar, sitúan al adolescente en una ambivalencia contínua internamente. Las preguntas por las que transitan los adolescentes serían «¿Qué hago yo con este cuerpo cambiante?, ¿Cómo se hace uno hombre o mujer?, ¿Cómo me hago mayor, con mi propio proyecto de vida?». Las respuestas a estas preguntas ya no van a tener respuesta inmediata en su padre o su madre, pues son precisamente vuestras respuestas a sus preguntas las que necesitan comprobar fuera: «¿Qué pasará si hago lo contrario a lo que me dicen?, mis padres me dicen esto, pero mis amigos lo hacen de otra manera… ¿Qué ocurre si pruebo a hacerlo de otra manera?»

P. ¿Qué experimentan al entrar en el mundo de los adultos?
R. La entrada al mundo adulto les hará experimentar una gran decepción en relación a lo que han sentido que el mundo era hasta ahora, siendo niños. Aunque poco a poco ellos han ido haciéndose mayores, probando a vivir un mundo lleno de exigencias, frustrándose cuando no conseguían algo, asumiendo las responsabilidades que van adquiriendo con la edad…

La llegada de la pubertad vendrá acompañada de un «darse cuenta» de que los padres no pueden con todo, de que no tienen respuestas a todo, de que el mundo no es solamente lo que ellos les han mostrados…

En definitiva: Si mis padres no lo son todo, yo tampoco lo soy y si ellos no pueden con todo, yo tampoco puedo.» En este momento vivirán una decepción (cada uno en función de sus posibilidades de elaborarlo). Si nos ponemos en su cabeza, podríamos decir algo así como: «Menudo timo de vida. Yo pensaba que las cosas iban a ser más fáciles, siempre acompañado, con la seguridad de que si me caigo mi familia iba a estar ahí… ¡Yo siempre había querido ser mayor, pero no sabía que era tan difícil!» Ojo a los padres: Esta decepción es tan dolorosa como necesaria para permitirles seguir creciendo.

P. ¿Qué consejos darías para acercarnos padres e hijos adolescentes?
R. Quizá, lo dificil está en encontrar un equilibrio para tolerar la angustia que nos supone su distanciamiento (insisto, necesario). La dificultad está en crear una relación, en la que ellos nos sientan cerca y lejos a la vez, puesto que los adolecencentes se mueven en esta ambivalencia: Por un lado, lo que me dicen mis padres no me interesa, no me sirve porque son unos antiguos y no entienden nada; y por otro lado, hay momentos en los que les necesito, porque al fin y al cabo son mis padres, y ellos han esta siempre ahí conmigo para tranquilizarme y ayudarme. Por eso a veces nos parecen tan contradictorios: unas veces te buscan en la confrontación, y otras veces se acercan a ti buscando respuestas.

P. ¿Por qué desde distintos foros se nos advierte que no debemos ser colegas de nuestros hijos?
R. En cada momento en la crianza de nuestros hijos tendremos funciones diferentes como padres. Cuando son pequeños, nuestra misión es mostrarles el mundo como nosotros lo conocemos, enseñarles a organizarse, a alimentarse, a respetar, a cómo funcionan las relaciones… Los adolescentes están en un momento evolutivo en que necesitan diferenciarse de los adultos, necesitan sentir que construyen algo diferente. Si desde casa, nos colocamos en un lugar de iguales a ellos, dificilmente podremos ocupar el lugar de adultos, de señalarles los límites que sin lugar a dudas existen entre nuestra generación como padres, y la de nuestros hijos. Que nuestros hijos adolescentes nos cuestionen la manera que tenemos de vivir y relacionarnos, es algo normal y saludable.

Ellos tratarán de tirar por la borda aquello que nosotros les hallamos transmitido, porque necesitan buscar otras maneras de vivir su vida.

Si no sostenemos esta diferencia, podemos generar mucha confusión en cuanto a qué lugar ocupan: ¿Cuál es mi lugar en mi familia? ¿Cuál es mi lugar en el mundo?

P. Entonces, ¿cómo alimentar un clima de confianza con ellos?
R. Lo primero que se me viene a la cabeza es una de las enseñanzas de Freud, en 1937, en la que habla de la tarea de educar como una tarea imposible. Quiere decir que no hay un manual de instrucciones con el que nos podamos asegurar de que nuestros hijos van a crecer tal y como esperamos. Cada adolescente es único, y cada uno va a enseñarnos algo diferente en nuestra manera de ser padres. Quizá si podemos preguntarnos, como padres, ¿Cómo estoy llevando yo que mi hijo no me cuente nada de su vida?, ¿Cómo respeto su intimidad?, ¿Cómo me acerco a él, como aquel padre que tiene las respuestas a todo?, ¿Entiendo su punto de vista?, ¿Lo respeto aunque no lo comparta?, ¿Cómo le muestro cómo llevo mi vida?, ¿Tolero equivocarme?, ¿Me coloco en la vida como si yo lo supiera todo? Creo que en la medida en que un padre o una madre, puedan asumir que ellos no tienen las respuestas a todo lo que sus hijos les pasa, en la medida en que acepten que ellos también se equivocan, van a permitir a sus hijos identificarse con unas figuras adultas generadoras de seguridad y confianza.

P. ¿Cómo motivar a los adolescentes para aprender y seguir estudiando con el futuro laboral tan incierto que tenemos?
R. La verdad es que el futuro siempre es incierto, en todas las generaciones. Cada generación de adolescentes, miestras va creciendo, va haciendose cargo del mundo en que le ha tocado vivir. Los padres y profesionales que trabajamos con adolescentes, podemos acompañarles en esa búsqueda o en esa contrucción de su futuro, ofreciéndoles espacios para poder pensar qué les gusta, cuáles son sus puntos fuertes, qué no les gusta o qué harían de otra manera con sus posibilidades reales. Nuestra función quizá, sea darles una base segura en la que ellos puedan apoyarse para encontrar aquello que les impulsa a seguir viviendo y construyendo. Ellos siempre tienen grandes ideas, solo que a veces, no encuentran adultos que les acompañen a coger con fuerza su deseo, y llevarlo a cabo hasta el final, transitando juntos las dificultades que aparezcan.

P. ¿Son los adolescentes víctimas o beneficiarios del fenómeno de las pantallas? ¿Qué hacer cuando el ocio digital ocupa sus vidas? 
R. La era digital, la llegada de las redes sociales, es algo que nos atraviesa a todos. Los que pasa es que igual, los adultos, ya entrados en años y con experiencia, tenemos otras herramientas para poder enfrentarnos a toda esta exposición con la que convivimos. Es algo nuevo para todos, por eso, nosotros, muchas veces tampoco podemos servirles de gran ayuda, porque no conocemos ni las redes en las que se mueven, ni podemos seguir el ritmo al que los dispositivos, las redes, los videojuegos, van evolucionando. Parece muy simplista demonizar a las pantallas, cuando estamos en un momento histórico, en que las pantallas están presentes en nuestras vidas desde el momento en que nace un bebé. Algo que podría servirnos de guía para pensar que hay un exceso o un uso perturbador de las pantallas, puede ser cuando su uso, tapona o evita el uso de la palabra. Cuando se evidencia un aislamiento del mundo de las relaciones. No es lo mismo un adolescente que navega por internet él solo, viendo videos, leyendo noticias, que aquel que se conecta para jugar con sus amigos o que no para de chatear con sus amigos.

P. Los padres hemos pasado de ser autoritarios a permisivos, ¿qué modelo educativo es el más indicado para que no nos consideren unos “carrozas”?
R. Quizá tengamos que asumir, que siempre vamos a tener algo de “carrozas” para ellos. Esto es lo natural. En mi opinión, no podemos pretender ser siempre modernos, estar siempre a la última, que no exista un conflicto entre tu manera de educarle y la que él espera de ti. Ese lugar lo tienen que ocupar ellos, nuestros hijos son quienes traen la novedad. Puede que el modelo autoriatorio no es el que predomina en la actualidad. Pero, quizá, muchas veces disfrazado de buenas intenciones, muchos padres se presentan ante sus hijos como conocedores del mundo, como si ellos nunca hubieran fallado, sin dar lugar a la incertidumbre o la ambivalencia.

Y en el otro lado, también nos podemos encontrar, cada vez más padres que convierten a sus hijos en confidentes de sus problemas, algo para lo que nuestros hijos adolescentes, por muy maduros que traten de mostrarnos que son, no tienen herramientas internas.

Creo que no se nos puede olvidar, que ellos son quienes nos necesitan a nosotros, aunque aparentemente no lo pidan, ni lo expresen con palabras.

P. Los hijos cada vez maduran más tarde. ¿Qué es lo que hace que un adolescente se convierta en un adulto o alcance la madurez?
R. Así como el inicio de la adolescencia puede está más claro con la llegada de la pubertad, el fin de este período no tiene una salida clara y definitiva. Por un lado, en la medida en que pueda ir resolviendo las cuestiones de su identidad, en que pueda ir haciéndose con el cuerpo que se ha transformado durante estos años, puede ir acallando la excitación interna. A lo largo de estos años, tratará de construir una manera de relacionarse con los demás, encontrando su manera de querer y ser querido. Por otro lado, a nivel emocional es más complicado. Los adolescentes, al salir de este período, buscarán reconciliarse con sus padres. Si pueden, acabarán entendiendo que sus padres tienen sus limitaciones, y que le ofrecieron aquello que podían darle, ni más ni menos. Por todo esto, es importante tener presente que si les damos todo lo que piden es imposible que sientan la necesidad de buscar algo fuera. Si no les permitimos frustrarse, no les permitiremos seguir buscando, y será dificil que puedan construir un deseo propio.

Marisol Nuevo Espín

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