La adolescencia es un peculiar y necesario periodo de desarrollo emocional en nuestros hijos. Con demasiada frecuencia, destacamos esos defectos que nos complican tanto el día a día, como la impulsividad, los cambios de humor o esa aparente tendencia a llevarnos siempre la contraria. Sin embargo, en esta etapa de la vida se desarrollan especialmente una serie de virtudes fundamentales para configurar su personalidad adulta.
Explica el profesor Tomás Melendo (El encuentro entre tres amores, 2017) que conviene que a los padres nos recuerden de vez en cuando las virtudes de nuestros hijos. La adolescencia, cargada de retos educativos, es también una etapa donde se desarrollan virtudes cardinales en nuestros hijos. Solo tenemos que aprender a valorarlas.
Amistad, empatía, sinceridad, alegría, generosidad….
Las virtudes humanas más propias de este periodo son la amistad y la empatía, la sinceridad y la alegría, la fortaleza, el estudio, la generosidad y su gran corazón, el trabajo en equipo. Y las estamos favoreciendo con comportamientos cotidianos como la participación en las tareas de la casa, con encargos concretos, que les ayudan a ser más responsables. También en el colegio, en el deporte y excursiones con los amigos. Por eso es fundamental darles muchas oportunidades de ejercer estos hábitos y virtudes cada día para entrenarse y que los hagan suyos. Son estrategias inteligentes y refuerzos de nuestras capacidades.
Algunas virtudes específicas para potenciar en estas edades, porque están en ese periodo más sensible, son la fortaleza y el autocontrol personal. En los encargos que les hagamos, en una salida al campo o un viaje, tenemos que potenciar que aprendan a no quejarse por las dificultades, y contratiempos, y que sepan preocuparse de los demás. Por otra parte, ese autodominio personal les va a dar más libertad para enfocarse en metas valiosas.
Si reforzamos esas virtudes con nuestro aliento, tendrán mucho terreno recorrido. Es preciso descubrir y decirles lo bueno y positivo que tienen, en especial su esfuerzo por vivir esas virtudes, y su corazón: esa capacidad de cada uno de pensar en los demás. Así, lograremos que tengan una sana autoestima, basada principalmente en el cariño que les tenemos, y no en falsas expectativas.
Las facultades principales en la adolescencia: inteligencia, voluntad y afectividad presentan también características específicas en la adolescencia. Conocerlas nos ayudará a comprender los comportamientos de nuestros hijos, a valorarlos en su justa medida y a ayudarles mejor en su proceso de maduración.
La inteligencia en los adolescentes: concentración y distracciones
En la adolescencia, el pensamiento va siendo más racional y lógico. También más analítico. El adolescente va desarrollando la capacidad de síntesis y comprensión, y adquiere un conocimiento algo más profundo de la realidad. Es necesario permitir su curiosidad y asombro por lo que ve o aprende. Aumenta su memoria y su capacidad de evocar recuerdos y aprendizajes, muy relacionado todo con el desarrollo cerebral.
Es bueno ayudarles a organizarse en el tiempo, a planificar el estudio, a desarrollar algunas capacidades, como pueden ser el análisis y la síntesis de lo que leen. Y algo muy necesario es atender a la capacidad de concentración, especialmente por el impacto que producen las tecnologías, que tienden a atrapar y dispersar la mente. Si se distraen, que se habitúen a volver a lo que estaban haciendo. En este sentido les puede ayudar la música y la lectura, las matemáticas, incluso el ajedrez, para entrenarse en ello.
Siempre es importante darles motivos de lo que les pedimos y razonar todo para que lo comprendan y racionalicen, pero, más si cabe, en estas edades en que aumenta esa capacidad y se cuestionan muchas cosas. Intentan llegar al fondo de cualquier situación para comprenderlas mejor. Es buen momento, entonces, para repensar con ellos algunas ideas e interrogantes que den más sentido a la vida.
También se desarrollan el poder de interiorización y preparan el nacimiento de su intimidad, que se va a realizar en esos años de adolescencia. Por eso es bueno que tengan espacios de silencio para conocerse, repensar las cosas, ponderar bien y decidir. Deben ir aprendiendo a ser reflexivos y manejarse por ellos mismos, usando su naciente libertad.
La voluntad: una conquista para los adolescentes
Tener voluntad es entrenarse en pequeñas cosas cada día para tener autodominio personal y poder acometer cualquier proyecto. Se parece mucho a la conquista de una cima. Nada se consigue sin pensarlo e imaginarlo y sin poner empeño en realizarlo. Hay que querer. Por eso es bueno valorar el esfuerzo y animarlos a luchar en pequeños objetivos. Por ejemplo, unos encargos que les ayuden a desarrollar habilidades y destrezas y a pensar en los demás. No podemos dejarles que se abandonen a la dictadura del «me apetece» que les va a tentar fuerte en etapas posteriores.
En esta línea, es fundamental ayudarles a retrasar una gratificación para no depender tanto de lo inmediato y a pensar en un medio plazo. Para ello les ayudan las motivaciones más altas. La ilusión y las motivaciones, junto con las emociones, pueden ser sus aliados.
El mundo de la afectividad para los adolescentes
Los sentimientos en general suelen ser positivos y alegres, aunque a veces tienen gran labilidad emocional. No saben si están contentos o tristes y su estado afectivo puede cambiar de un momento para otro. En esta etapa, la afectividad está hiperfuncionante y exaltada muchas veces. Son muy sensibles, les afectan las cosas de forma exagerada, aunque en ocasiones no lo dejen ver, y aparenten estar bien.
Es la edad ideal para cuidar y cultivar su afectividad, para enseñarles a querer, a poner el corazón en lo que vale la pena, a la luz del cariño. Es su periodo sensitivo. Pensar en los demás les va ayudando a tener detalles concretos de atención para con ellos, a forjar un corazón grande y noble que sepa querer.
Los sentimientos son importantes y hay que tenerlos en cuenta. Valorar todo lo bueno y noble para potenciarlo y desechar lo que no nos mejore como personas. La afectividad es un refuerzo de nuestras capacidades, pero hay que orientarla y modularla poniendo cabeza. Así lograr armonía entre cabeza y corazón.
A veces se suelen volver un poco egocéntricos. El mundo pasa a ser «su» mundo. Por eso, en nuestras conversaciones con ellos, hay que acostumbrarles a pensar en los demás. Por ejemplo, si vienen del colegio, primero les podemos preguntar por sus amigos o, si llegamos a casa, preguntarles qué tal están los demás. «Descentrarlos» un poco de ellos mismos les beneficia y van aprendiendo a querer.
En esta etapa, las diferencias por sexo se van haciendo más claras, no solo fisiológicamente, sino sobre todo psíquicamente. Esto nos ayuda a darles una educación de la afectividad de forma individual, personal, teniendo en cuenta su madurez, para formarles de forma singular a cada uno. Para ello hay que tener sentido común y formarse, antes de que sea demasiado tarde para hablar de lo importante, en su contexto adecuado. Cada vez este tema sale de forma más precoz en el ambiente, y no precisamente de la manera en la que queremos para nuestros hijos. Por eso, más vale llegar un año antes, que un día después.
El círculo virtuoso de la ética
Nuestros hijos necesitan estar motivados para mejorar en su comportamiento y esa motivación debe ser muy elevada. Solo así irán interiorizando el valor de su propio esfuerzo. Por eso es vital seducirles con la belleza de vivir los valores auténticamente humanos. Para nosotros, los padres, es un reto que merece la pena. Y nos van a copiar si nos ven actuar así.
El buen comportamiento influye en la personalidad de cada uno y nos mejora como personas. Y eso redunda en la felicidad que todos anhelamos y, a veces, no sabemos dónde buscar. Uno es más feliz cuando hace lo correcto y cuando se ocupa de los demás, cuando les ayuda. Podemos repetir permanentemente en casa -incluso escribirlo en un bonito cartel- ideas como que «el bien conlleva el premio» y «la felicidad es consecuencia de querer a los demás». Así lo van repensando y les ayuda a vivirlo.
Mª José Calvo. Médico de Familia. Optimistas Educando y Amando
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