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La impaciencia en la adolescencia: aprende a esperar

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Actualmente, todos los padres -al menos los sensatos- están de acuerdo en que los hijos deben superar su tendencia natural a la pereza y esforzarse por estudiar, y suelen exigirles que cumplan con su deber. Sin embargo, cuando se enfrentan a la tendencia también natural de los hijos a la impaciencia en la adolescencia, a querer las cosas en el momento, la firmeza es mucho menor. Sin embargo, es fundamental que aprendan a esperar.

La debilidad de los padres ante el capricho

Los hijos no son tontos y se dedican a tantear hasta dónde pueden llegar con sus padres en el afán por satisfacer inmediatamente sus deseos. En muchas casas, ellos son los que mandan verdaderamente, convertidos en pequeños dictadores capaces de llevar de cabeza a sus padres en los asuntos más variopintos, desde las pilas de un walkman hasta el menú de la familia, pasando por el asiento de delante del coche o el momento en que ordenarán su habitación.

Esa debilidad ante el capricho es una forma estupenda de estropear a los hijos, porque cuando se enfrentan a la vida lo hacen engañados, pensando que el resto del mundo debe comportarse con ellos como sus padres. Y como no es así, el impacto muchas veces es demoledor.

Los falsos traumas

No es cierto que en los hijos se generen frustraciones por retrasar o denegar sus peticiones. No es verdad que se les provoquen traumas infantiles de complejas y peligrosas consecuencias en su vida de adultos porque no puedan hacer de pequeños todo lo que quieren y cuando lo quieren. Es una pedagogía falsa y peligrosa de verdad aquella que aconseja respetar escrupulosamente la espontaneidad de los hijos, fomentarla y subordinarse a ella rindiéndole obediencia sagrada.

Es falsa porque espontáneamente la mayoría de los hijos ni estudian, ni se comportan en la mesa, ni se levantan por la mañana, ni dejan de insultarse o de pelear. Solo los multimillonarios y los tiranos -hasta cierto punto- consiguen todo lo que quieren con rapidez. Las personas normales están acostumbradas a guardar fila, a trabajar con plazos, a ahorrar, a diferir las decisiones, a renunciar, a contener sus ímpetus… Además, las cosas realmente valiosas, como el buen vino, el prestigio profesional o una catedral acabada, nunca se logran de repente: solo llegan a ser después de un proceso de maduración.

Por eso es importante educar a los hijos en la espera, enseñarles a esperar; que vayan percibiendo cómo en la vida transcurre siempre un tiempo más o menos largo entre lo que deseamos y su efectivo cumplimiento; y que a veces eso que querríamos, no se cumple nunca.

Formar en la paciencia a los adolescentes

Estas ideas les ayudarán a tener paciencia cuando, por ejemplo, no comprenden algo en clase, o cuando se enfrentan al aprendizaje de un idioma. No vale arrojar la toalla a las primeras de cambio con la excusa «¡Es que no lo entiendo!». Los padres deben recordarles que, si no lo entienden, no deben preocuparse: el profesor se lo volverá a explicar las veces que haga falta. Pero es imprescindible que pongan esfuerzo, que se empeñen en tratar de comprender, que esperen un poco antes de renunciar, que le den varias oportunidades a su propia capacidad intelectual antes de pedir la ayuda de clases particulares.

En esta línea, también se ha hecho relativamente frecuente que los hijos no terminen actividades de tiempo libre que comienzan con mucha ilusión: campamentos, clases de informática, cursos de pintura y dibujo… «Es que me aburro» no es razón suficiente para abandonar un aprendizaje bien organizado. Evidentemente, no se trata de obligarles a realizar cosas a disgusto que quizá no conocían bien, pero si deseamos fomentar en ellos la virtud de la constancia (el hábito de acabar lo que uno empieza), si queremos que aprendan a poner las piedras más difíciles (que son las últimas), conviene que superen las dificultades razonables que conlleva cualquier actividad humana.

La actitud de contención en la adolescencia

En general, es muy formativo hacer esperar un poco a los hijos, aunque se pueda realizar ya lo que piden. Con sentido de la medida y sin rigideces, es educativo explicarles con hechos concretos que las cosas no siempre están ya, y que el grito «¡yo lo quiero ahora!» pocas veces puede hacerse realidad. Deben aprender a aguantarse, a contenerse, a embridar sus propios impulsos para regularlos con el uso de la inteligencia, estimulada y orientada por sus educadores; y conviene explicarles las razones objetivas por las que merece la pena hacer este esfuerzo. Por ejemplo, levantarse de la mesa después de comer exige que todos hayan terminado, pero además de aclarar los motivos, les ayuda a entenderlo mejor si experimentan lo agradable que resulta un rato de conversación en la sobremesa familiar.

Esta actitud de «contención» requiere buena dosis de paciencia por parte de los padres, capacidad de aguante… y sentido del humor. Todo se hace más fácil si hacemos esperar con una sonrisa, incluso con bromas respecto a la tozudez con la que ellos insisten. Si no perdemos la calma y mostramos una firmeza serena, les hacemos un enorme bien. Los hijos necesitan ayuda para canalizar y represar unas energías que les desbordan, y con este apoyo familiar, como los grandes ríos, irán dejando a su paso vida y fecundidad.

Antonio Díaz Argüelles

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