Los adolescentes que hablan espontáneamente y con asiduidad con sus padres, están más ligados emocionalmente a estos, lo que les da seguridad y estabilidad. Al llegar la adolescencia -y ver cómo el cuerpo de nuestros pequeños ha crecido considerablemente- podemos pensar que la dedicación a nuestros hijos debe ser menor, pero… no nos dejemos engañar por las apariencias.
Pese a su estatura, su desdén y su actitud desafiante nuestro adolescente grita por todos los poros de su cuerpo «¡Socorro, no me dejéis solo!».
Cambio de actitud
Luis y Ana tienen tres hijos: Carmen de 16 años, Pedro de 14 y el pequeño Luis de 8. Cuando nació la hija mayor, Ana dejó de lado su desarrollo profesional para dedicarse al cuidado de sus hijos. Tanto ella como su marido estaban de acuerdo en que nadie mejor que una madre para ocuparse de sus hijos pequeños.
Al cumplir el pequeño los 6 años pensaron que ya era hora de retomar la vida laboral, pues los hijos ya habían crecido y no le necesitaban tanto. Por las tardes, mientras hacen los deberes podían estar solos un rato, sin la presencia continuada de la madre, porque habían educado a sus hijos en la responsabilidad y eran buenos chicos.
Sin embargo, este curso se han presentado algunas situaciones que los han dejado muy desconcertados. El rendimiento escolar de los hijos está empeorando y lo que más les preocupa es que Carmen y Pedro no parecen darle la mínima importancia. Los gritos y peleas son tónica general de la casa. No quieren cenar todos juntos, la casa parece un hostal. Hablan horas por teléfono y otras tantas se cuelgan del Facebook o del Twiter, pero cuando ellos les preguntan nunca tienen nada que contar.
No leen libros, sólo usan «maquinitas» y parece que su atención sólo se activa delante de una pantalla. Lo que digan sus padres no les interesa lo más mínimo. Al comentarlo con algunos amigos les responden que no exageren, que sus hijos ya son mayores, que es lo normal, que así son los adolescentes y que no tiene importancia; al menos sus hijos siguen siendo buenos chicos, no beben, ni fuman, ni se drogan, o al menos eso parece.
Las cosas bien hechas
No cabe duda que criar hijos es muy cansado y educarlos puede ser agotador. Sin embargo, en muchas ocasiones somos los propios padres los que complicamos enormemente las cosas. Cuando nuestros hijos nacen -y durante los primeros años de su vida- pensamos que nadie mejor que nosotros puede cuidarlos y educarlos. Y estamos en lo cierto. Poner unos cimientos sólidos, bien calculados y sin escatimar en buenos materiales es esencial para poder construir un edificio de calidad. Es más, cuanto más firmes sean los cimientos más alta, recia y resistente podrá llegar a ser la construcción.
Sin embargo, los cimientos no sirven de nada sin revestimiento, pavimento, techado y demás elementos que constituyen la totalidad del edificio. Sin todo esto los hierros de los cimientos se oxidan, el hormigón se acaba resquebrajando y entre las grietas van saliendo malas hierbas y poco a poco aquel proyecto, que estaba destinado a grandes cosas, puede acabar siendo un vertedero lleno de basura.
Cuando nuestros hijos crecen y llegan a la adolescencia, los cimientos ya tienen que estar puestos y es cuando nos toca rematar la faena.
¡S.O.S te necesito!
Ya sabemos que en estos momentos de su vida, nuestro hijo adolescente vive frecuentemente en un estado de confusión respecto a cuestiones vitales (no sé quien soy, que será esto que siento, por qué no tengo ganas de estudiar, ni de nada…); pero también en relación a cualquier trivialidad (qué me pongo, tengo un grano, la leche está fría…). Es habitual que tengan una sensación interior muy similar a la que debe experimentar un náufrago solo y perdido en medio del océano. No ve la costa y no puede orientarse porque no tiene un punto de referencia.
Y es en cualquiera de esos momentos cuando lanza una bengala pidiendo auxilio. Una protesta, un sollozo, un grito, un silencio* Pero no perdamos de vista que las bengalas duran muy poco tiempo, se apagan al poco de haber lanzado el fogonazo inicial. Por eso, si no estamos ahí para vislumbrar el resplandor del S.O.S que nos lanza nuestro hijo, poco a poco su desorientación será mayor y, sobre todo, dejará de «malgastar» las bengalas que tiene lanzándonoslas a nosotros.
Habla diariamente con ellos
Águeda Parra, doctora en Psicología y profesora de la universidad de Sevilla, explica en un estudio titulado «Familia y desarrollo adolescente», que el hecho de que un adolescente hable de forma espontánea con su madre y su padre se relaciona positivamente con mejores calificaciones escolares, una alta satisfacción vital de chicos y chicas, un adecuado ajuste externo, ya que se asocia con un menor o inexistente consumo de drogas y de problemas conductuales. Asimismo, los adolescentes que hablan espontáneamente y con asiduidad con sus padres, están más ligados emocionalmente a estos, lo que les da seguridad y estabilidad.
Pero no lo perdamos de vista: sólo si estamos cercanos y disponibles nuestro hijo tendrá la oportunidad de compartir espontáneamente con nosotros sus alegrías, triunfos, fracasos, luchas, miedos, deseos, dudas o cualquier otro sentimiento al que todavía no ha sido capaz de etiquetar.
Hay muchos más estudios que avalan esta realidad. Lo cual nos puede llevar a preguntarnos si no es posible que sea nuestra actitud la que hace más complicada de lo que es en realidad la etapa adolescente de nuestros hijos. En un folleto, que el Gobierno del Principado de Asturias publica para los padres con hijos que cursan Enseñanza Secundaria, se dice textualmente: «Al entrar en la enseñanza Secundaria hay una cierta relajación en la atención que los padres prestan a sus adolescentes. Nada más equivocado pues necesitan la misma cantidad de atención y cariño que cuando eran más pequeños, o incluso algo más».
¿Cómo?: estar estando
Llegados a este punto cabría preguntarse ¿cómo puedo estar cerca de mi hijo para detectar llamadas de ayuda?
Así se pueden ver los fogonazos. Hay que plantearse que entre el padre y la madre tenemos que pasar el mayor tiempo posible cerca de nuestros hijos. Por las tardes, al llegar de clase deben saber que uno de los dos estará con ellos. De esta forma se les ve la cara, se les puede preguntar cómo ha ido el día, se comparte una nutritiva y apetitosa merienda y después nos ponemos a trabajar, poniendo nuestro granito o montaña de arena para que en casa haya un adecuado ambiente de estudio.No es ese el momento para ponernos a llamar por teléfono, o para ver la televisión o dedicarnos a un trabajo que requiera toda nuestra atención. Estar estando significa que en cualquier momento que nos busquen nos van a encontrar disponibles y con toda nuestra atención para ellos. Sí, toda nuestra atención para ellos. O la del padre o la de la madre, según podamos organizarnos.
Pero esto no es lo mismo que convertirnos en padres o madres lapa o fiscalizadores de sus movimientos. Tenemos que aprender que en muchos momentos nuestra misión es estar estando. Que sepan que cuentan con nosotros en el mismo momento en que lo solicitan, no después. Probablemente un poco más tarde rechazarán nuestra ayuda.
Y los fines de semana, más que nunca, tienen que convertirse en planes familiares, en los que la mayoría de veces sus intereses marquen la pauta. Ir a animarles a un partido, lanzarnos a una excursión con actividades atractivas, realizar una ruta en bici, pasar parte de la tarde oyendo con ellos su música preferida, traducir alguna de las letras de esas canciones, buscar en Internet críticas de películas que les sean atractivas… son sólo algunos ejemplos de situaciones que nos ayudan a estar estando.
Es cierto que ver el primer paso de nuestro bebé o su primera clase de natación, llevarlo al parque y verle jugar o montar en bicicleta es muy gratificante e importante para su desarrollo. Pues más emocionante, divertido y apasionante es consolar en un desengaño amoroso, aplacar un malhumor, compartir una ilusión e ir descubriendo, muy poco a poco, cómo esos cimientos recios y profundos que tan minuciosamente construimos durante la infancia de nuestro hijo van transformándose en un majestuoso y elegante edificio, que podrá ser sede de grandes y maravillosos proyectos.
Consejos para estar más cerca de tus hijos adolescentes
1. La cantidad de tiempo que pasamos con nuestro hijo adolescente sí que es importante, al que añadiremos calidad.
2. Debemos aprender a estar a tiro, disponibles para que puedan acudir a nosotros en el instante que lo necesiten.
3. Crear ocasiones atractivas que nos hagan cercanos a nuestros hijos, que puedan encontrar el ambiente y momento adecuado para iniciar con nosotros una conversación espontánea.
4. No es momento de quemarnos en pequeñas batallas, pues debemos ganar la guerra. Es mejor no crear conflictos de situaciones propias de la edad: desorden, cambios en los estados de ánimo, rebeldía, etc. Establecer 3 ó 4 normas básicas que deben respetarse siempre.
5. Debemos procurar ser empáticos para ilusionarnos con sus planes y sufrir con sus preocupaciones, dando importancia a lo que nos cuentan y guardando sus confidencias.
6. Es importante que, padre o madre, intentemos estar en casa cuando lleguen de clase para escucharles. Que sientan el hogar como ese lugar agradable donde uno realmente puede descansar, y encontrar el apoyo y la energía que necesita para seguir. Estar al día de sus exámenes, preguntarles por la marcha del colegio, interesándonos de verdad por aquello que nos cuenten.
Marina Berrio
Asesoramiento: Águeda Parra, doctora en Psicología y profesora de la universidad de Sevilla
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