Huir, evadirse, correr, desaparecer… fugarse. ¿Una necesidad del adolescente? ¿O, más bien, una consecuencia de la falta de cariño y de la presión? Numerosos chicos y chicas abandonan cada año el hogar paterno con los peligros que conlleva para ellos -jóvenes e inmaduros aún- vagabundear por las calles o acabar uniéndose a grupos y personas de pocos principios. Aunque, la mayoría de estas fugas duran apenas unas horas o días a lo sumo, a veces pueden prolongarse en el tiempo.
Muchos jóvenes se sienten incómodos en el ambiente en el que se mueven, en el colegio al que asisten y en la casa en que viven. Sus propios problemas adolescentes o la mala relación con sus padres pueden causar esta situación y huir se presenta casi como una necesidad. En la mayoría de los casos, se conforman con la amenaza que nunca se llevará en la práctica; pero, algunos chicos y chicas, deciden romper con lo que les preocupa marchándose de casa.
Deseos impulsivos propios de los adolescentes
Las fugas no responden normalmente a una decisión madurada a lo largo del tiempo, sino a deseos impulsivos de marcharse sin ningún rumbo concreto y sin pensar en las consecuencias que pueden derivarse de esta acción. Suelen producirse de forma inesperada, sorprendiendo siempre a los padres y familiares, aunque su duración es, con frecuencia, muy corta. Tienen lugar, generalmente, después de una bronca importante, a causa de un complejo o por unas malas notas que les dan miedo presentar… Así, la huida se presenta ante ellos como la única vía de escape.
Resulta significativo que los adolescentes que se han ido de casa no suelen tener sensación de culpabilidad por lo que han hecho. Como afirma R. Mucchielli: «Cuando regresan -acompañados generalmente por la familia o por la policía- no manifiestan ningún arrepentimiento, ningún pesar, como si hubiesen gozado de un instante de libertad o respirado a pleno pulmón durante algún tiempo el aire de la independencia. La fuga los calma».
Tipos de fugas
A pesar de que la fuga más habitual se produce de forma irreflexiva y espontánea, también se encuentran casos de fugas premeditadas y, por tanto, más problemáticas. Una de sus característica consiste en la preocupación por reunir dinero o por encontrar un trabajo con el fin de afrontar la estancia fuera de casa. Hay quienes esperan a tener la edad mínima legal, 18 años, para no tener que dar explicaciones a nadie, aunque el número de jóvenes menores de edad que abandona su hogar se incrementa en los últimos años.
Existe también otro tipo de fuga en la que el adolescente no abandona físicamente el hogar pero, sin embargo, se ha ausentado de él: no se siente identificado en absoluto con el ambiente familiar. Vive en casa con sus padres lo mínimo imprescindible, como si se tratara de una pensión; no participa de las reuniones familiares ni de las ilusiones de todos; acaba refugiándose en un mundo de ensueño fabricado a su medida. Esta situación puede degenerar fácilmente en una fuga en toda regla, en cuanto «contacte» con amigos que le animen a ello.
Causas frecuentes: ¿por qué se quiere ir de casa?
Las causas de las fugas son muy diversas. En la mayor parte de los casos, tienen mucho que ver con las malas condiciones del ambiente familiar y social: matrimonios separados, desavenencias conyugales, falta de cariño en el hogar, poca comunicación, etc. Los jóvenes viven en situaciones continuas de tensión… y pueden acabar saltando.
Otra causa frecuente la constituyen las presiones familiares: las actitudes autoritarias y proteccionistas de los padres, la educación rígida… Para los hijos, se trata de un serio obstáculo para el logro de la autonomía personal. En este ambiente, un fracaso escolar o el miedo a un castigo puede ser motivo suficiente para que el hijo abandone el hogar.
Por último, la marcha de los hijos también puede obedecer a presiones de personas o grupos que, aprovechando su inmadurez, provocan esa huida.
Tomar conciencia
Como padres, hemos de tomar conciencia en primer lugar de que el problema de las fugas adolescentes aumenta seriamente en nuestros días. Y se dan casos hasta en los ambientes familiares normales, tanto por la personalidad de los hijos como por las influencias negativas del ambiente social. Por eso, no hay que hacer un mundo de ello si ocurre en nuestra familia ni pensar que hemos fallado como educadores.
Un hijo adolescente fuera del hogar durante un tiempo y sin control encierra graves peligros. Por ejemplo, favorece el contacto con personas de todo tipo, propicia el vagabundeo y el robo como medio para subsistir y es posible que derive en delincuencia juvenil. Además, hay que tener en cuenta el problema añadido de secuestros y abusos que los medios de comunicación nos muestran con demasiada frecuencia.
Si se trata de una fuga de horas o de pocos días, a causa de problemas típicamente adolescentes, la cura resultará sencilla. Generalmente, a base de afecto y comprensión… pero «castigando» el mal comportamiento. No puede parecer que no ha pasado nada; al contrario, se trata de algo muy grave aunque nuestra actuación tendrá que conjugar la prudencia con la justicia: un castigo exagerado podría abrir más heridas; uno proporcionado, salvando a la persona, puede cerrarlas.
En el caso de las huidas premeditadas, se impone una reflexión más seria de los padres para determinar qué funciona mal en el hijo o hija, en el hogar, en la relación con él, etc.
Cómo prevenir sus deseos de marcharse de casa
De todos modos, las posibilidades educativas son mucho mayores en la labor de prevenir que en la de curar y el clima que se respire en el hogar resulta decisivo. La convivencia familiar ha de favorecer las necesidades básicas de seguridad y de desarrollo personal de cada hijo. Hay que huir de dos extremos: ni forzar a los hijos más allá de lo que pueden dar, ni abandonarles a su suerte. Hace falta exigencia porque el que pueda perfeccionarse se debe perfeccionar. Pero la exigencia debe contar con las posibilidades de cada uno.
Como afirma P. Orive: «Ejercitar una tutela a distancia sobre el hijo adolescente. Bastará con que éste sepa que sus padres están ahí por si los necesita. Han de dejarle que vaya y venga… sin que los lazos que le atan al hogar lo aprisionen. La coacción, la imposición y la educación rígida tan solo sirve para que se distancie más de quienes crean estos ambientes y recurran a la fuga del hogar con la consiguiente exposición al riesgo».
Me voy… a mediasOcurre, en ocasiones, que los hijos buscan una ocupación o una costumbre social como medio para alejarse de la familia: un trabajo en otra localidad, el ingreso adelantado en el servicio militar, el piso de estudiantes, la estancia prolongada en albergues juveniles, etc. No se da una ruptura abierta y completa con la familia, pero en la práctica muchas veces equivale a un alejamiento material del hogar. Aunque ello no quiere decir, claro está, que todo el que estudie fuera de casa quiera alejarse del ambiente familiar.
Ricardo Regidor
Asesoramiento: Gerardo Castillo. Doctor en Ciencias de la Educación y Subdirector del Instituto de Ciencias de la Educación de la Universidad de Navarra
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