Una de las grandes carencias de los adolescentes es la falta de voluntad. Esto se traduce en la incapacidad para resistir la gratificación inmediata, o en la tentación de tener algo que se desea en el momento y no después para poder alcanzar un objetivo mejor a largo plazo.
Si trabajamos la fuerza voluntad en los adolescentes con pequeñas pautas de conductas diarias, específicas y aparentemente insignificantes, haremos de nuestros hijos personas esforzadas y disciplinadas, que conseguirán lo que se propongan. El éxito o el fracaso en la vida dependen en gran parte de la voluntad. Nada es difícil si hay voluntad.
Cuando llega la complicada etapa de la adolescencia de nuestros hijos, entre algunos cambios significativos que se suelen producir, hay uno que exaspera especialmente a los padres: la apatía. Pero esa ausencia de voluntad, propia de esta etapa, se puede ir capeando con algunos trucos que ayudaran a nuestros hijos a recuperar su capacidad para afrontar la vida. Para entender cómo actuar es imprescindible comprender mejor cómo funciona la voluntad.
Cómo funciona la fuerza de voluntad
La inteligencia, la motivación o incluso la constancia, son algunas de las características que hacen que la fuerza de voluntad sea posible, sin embargo ninguna de ellas es indispensable para que una persona adquiera voluntad (aunque sí es recomendable).
La afirmación con la que se abre este artículo es fácilmente entendible si nos formulamos la siguiente pregunta: ¿cuántas personas conocemos que, siendo brillantes, son vagas? Y sin embargo, seguro que también nos viene a la mente aquellas otras personas que sin ser grandes cabezas, han conseguido lo que querían en la vida. Eso sí, poco a poco, pues es de esta forma que las personas consiguen lo que se proponen. Los golpes de suerte solo se dan en aquellos momentos en los que se está haciendo lo que se tiene que hacer, en lo que se está trabajando. Picasso expuso que su genialidad venía de un poco de inspiración y de muchas horas de trabajo.
Si algo debemos tener claro es que nadie nace con fuerza de voluntad. Tampoco se trata de algo genético. Es más bien una característica que cada cual va adquiriendo. Por lo tanto, podemos afirmar que la voluntad se hace. Los padres son siempre los mejores educadores y como tales, tienen que saber hacer atractivo el aprendizaje, saber entusiasmar en el esfuerzo. Parece algo complicado, pero si todos los días se trabaja conseguiremos hijos que además de esforzados y voluntariosos, serán positivos, pues no se dejarán llevar por la primera derrota que tengan que afrontar.
La voluntad es querer con determinación
Pero, ¿qué es la voluntad? Voluntad es querer. Es determinación en conseguir algo. Se trata, por tanto, de la capacidad para ponerse metas, objetivos e irlos cumpliendo. Es el deseo firme y profundo de alcanzar algo, de entregarse en cuerpo y alma y que, aunque se encuentren dificultades, no se abandone.
La voluntad debe ser ejercitada en todas las etapas de la vida, aunque de un modo especial en la adolescencia. Los adolescentes maduran a partir de la lucha personal. Pero no basta tener mucha voluntad. La educación de la voluntad incluye orientar la voluntad al verdadero bien, de acuerdo con normas morales. Se trata de orientar el querer, sin confundirlo con el deseo.
Los motivos valiosos de la fuerza de voluntad
Para educar la voluntad hay que despertar en los hijos motivos valiosos para hacer lo que tienen que hacer. Para conseguirlo, es fundamental que les demos muchas oportunidades para que resuelvan sus dificultades por sí mismos. Además, fomentaremos la estimulación de su ilusión con la alabanza a la obra bien hecha, y favoreceremos actos libres, con esfuerzos repetidos y continuidad en la tarea. Así se forman los llamados «hábitos operativos buenos» (virtudes).
Voluntad y madurez están estrechamente relacionadas.
Una persona inmadura se pone muchas metas, quiere conseguir muchas cosas y sin embargo, no termina ninguna. No obstante, una persona madura se pone muy pocos objetivos al mismo tiempo pero va a por ellos. El que tiene madurez quiere algo preciso y con fundamento, mientras que el inmaduro lo que desea lo quiere porque sí, sin una base bien reflexionada. Por tanto, hay que hacer de nuestros hijos personas maduras, personas decididas que ambicionen algo y que lo que quieran de verdad.
Para lograr esos objetivos que nos hemos propuesto, es interesante conocer la diferencia entre querer y desear. El deseo es más emocional, más efímero, mientras que el querer es un acto de la voluntad, de la decisión. Por lo tanto, resulta necesario que la persona lo quiera de manera sincera, con ahínco y así lograr lo que quiere. Llevar a cabo estos objetivos requiere de una lucha personal constante, tenaz, diaria* Hay que hacerse una cierta «violencia» con uno mismo para conseguir esos propósitos que nos proponemos. Y hablamos de violencia porque al final, para conseguir aquello que uno desea, hay que saber posponer la recompensa.
Isabel Rojas-Estapé. Psicóloga
Más información en el libro Cómo educar la voluntad, de Fernando Corominas. Ed. Palabra.
Te puede interesar:
– Adolescentes apáticos: cómo motivarles