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El botellón: impacto y cómo prevenirlo

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Está demostrado científicamente: el impacto del botellón con grandes cantidades de alcohol en muy poco tiempo (consumo por atracón) ocasiona la pérdida de progenitores neuronales y deja al cerebro indefenso ante los problemas que surgirán en el futuro: un ictus, un Alzheimer… Si el alcohol de por sí es malo, con el botellón, tolerancia cero.

Basta dar una vuelta por cualquier feria de un pueblo para darse cuenta de cómo ha cambiado la manera de consumir alcohol. De un consumo moderado y muy dilatado en la noche porque estaba vinculado a las relaciones sociales, se ha pasado a un modelo que nuestra cultura ha importado de países nórdicos en los que parece que lo importante fuera emborracharse cuanto antes (y más barato, mejor). 

Es el “consumo por atracón” o “binge consume”, en su término en inglés. Y consiste en ingerir en muy poco tiempo cantidades de alcohol considerables, normalmente en la calle, en casas, aparcamientos o lugares escondidos, comprado en supermercados a un precio muy reducido. La consecuencia más inmediata es la pérdida de control –como el consumo es tan rápido, la persona no es consciente del efecto que está haciendo y sigue consumiendo– y unos peligrosos niveles de alcohol en sangre que no resultan inocuos para el organismo. 

Los riesgos inmediatos del botellón

El consumo de alcohol en un volumen alto, aunque no necesariamente muy elevado, en un tiempo reducido tiene como consecuencia más inmediata la casi total certeza de una importante borrachera. El cambio es sustancial, porque al beber mucho en poco tiempo los jóvenes no notan que se están emborrachando (el efecto es rápido, pero no inmediato) y, para cuando ya se están dando cuenta, han perdido el control.

Aunque la síntesis del alcohol depende de varios factores (el funcionamiento del hígado es fundamental), los volúmenes a los que nos estamos refiriendo con el consumo por atracón acaban afectando a todos. A partir del momento en el que no pueden fijar recuerdos o pierden la conciencia, los riesgos son evidentes: robos, agresiones, peleas, grabaciones no consentidas que se pueden difundir…

Posiblemente, son estos riesgos inmediatos los que los jóvenes ven más claros en ellos mismos o en su entorno cuando consumen alcohol de este modo. Es buen momento para que los chicos reflexionen sobre los excesos que han visto demasiadas veces durante las vacaciones, en fiestas populares.

Los riesgos a medio plazo de botellón

El alcohol nunca resulta inocuo. Ni siquiera tomado en pequeñas cantidades. Lo que ocurre es que las consecuencias -más allá de una borrachera y su correspondiente resaca- no son evidentes desde el primer minuto. De hecho, como explica a Hacer Familia el profesor Gonzalo Herradón, decano de la Facultad de Farmacia de la Universidad CEU San Pablo y experto en el estudio de las adicciones, lejos de lo que suele creer, el principal órgano afectado en gente joven no es el hígado, que se suele resentir más en los adultos, sino el cerebro.

“El consumo de alcohol daña áreas cerebrales, especialmente el hipocampo, clave para la memoria y el aprendizaje, un área muy plástica”, especialmente importante en personas que están estudiando. De modo que tiene consecuencias en la memoria y en el establecimiento de conexiones neuronales. “Cada vez que adquirimos conocimiento, nuestras neuronas crecen, hacen conexiones”. El alcohol ataca directamente esa capacidad para generar nuevas conexiones. Y muchos jóvenes no son conscientes de ello y se toman a la ligera las consecuencias a medio plazo. 

Los peligrosos riesgos del botellón en la madurez y la vejez

El gran riesgo de esta forma abusiva de consumir alcohol se esconde en los “progenitores neuronales”. El profesor Herradón explica que representan un reservorio de células parecidas a las células madre que se convertirán en neuronas cuando haga falta, es decir, cuando se produzca algún daño neuronal significativo. Esos “progenitores neuronales” son los que se van convirtiendo en neuronas a medida que envejecemos. Es decir, están ahí para mitigar el daño cerebral. Son muy importantes, por ejemplo, en casos de ictus o de enfermedades neurodegenerativas. 

Lo que la ciencia ya ha demostrado, añade Herradón, pero buena parte de la población no conoce, es que el alcohol consumido por atracón va directo a por esas células y las mata. Es decir, a edades muy tempranas, está dejando al cerebro en una situación mucho más vulnerable frente a las enfermedades neurológicas que pueda padecer en el futuro.

Esta relación directa está ya demostrada en animales. Los jóvenes acostumbrados a este tipo de consumo aún no han llegado a su edad adulta. Pero en ratones de laboratorio ya se ha demostrado que en animales sometidos a consumo rápido y elevado de alcohol se desarrolla la patología de Alzheimer muy pronto en la edad adulta. “Ya hay datos preliminares que demuestran las consecuencias de consumir alcohol antes y en mayores cantidades”. 

Mejor cero que una, pero mejor una que más

El consumo ideal de alcohol para cualquier persona, y muy en especial para adolescentes y jóvenes, es cero. Sin consumo de alcohol, no hay riesgos asociados. La mejor manera de conseguir el consumo cero es no empezar a consumir porque, como explica Gonzalo Herradón, nuestro consumo de alcohol es muy social, muy vinculado a determinadas situaciones. Si conseguimos asociar esas situaciones placenteras a no necesitar alcohol, hemos avanzado un enorme terreno. 

Es lo que este experto define como el “condicionamiento preferencial al sitio”: como hay un recuerdo previo positivo respecto a una ocasión anterior en la que se consumió alcohol, el alcohol queda asociado en nuestro cerebro. 

El ideal sería, si ya se ha producido un consumo excesivo, que se hubiera generado un “aversión al sitio”, es decir, un rechazo al alcohol por la mala experiencia posterior. Pero, aunque eso pase por la mente de quien se ha excedido, por desgracia, esa tendencia al consumo “social”, más aún en el consumo por atracón, hará que, previsiblemente se repita el comportamiento dañino. 

Naturalmente, si se consume menos alcohol, aunque todo consumo sea malo, nuestros jóvenes estarán en menor riesgo que aquellos que frecuentan el famoso botellón, por eso es importante concienciarles de los riesgos a corto, medio y largo plazo. Si consumen algo de alcohol, es importante que aprendan a que sea el menor posible y lo más dilatado en el tiempo, es decir, lo más alejado del modelo del botellón, y lo más próximo a un consumo social y responsable. 

Tenemos que comprender que, para ellos, hay una serie de factores que incitan a esta nueva forma de consumo. El primero es económico: sale mucho más barato un botellón que tomar una copa. El segundo es social: somos gregarios y el elemento imitación y aceptación en el grupo de iguales es particularmente importante en la adolescencia. Y el tercero tiene que ver con la ansiedad, frente a la que esta generación es más vulnerable que otras precedentes. 

El problema de la ansiedad no es baladí. Gonzalo Herradón explica a Hacer Familia que el alcohol estimula los mismos receptores en el cerebro que medicaciones como el lexatín, es decir, funciona como un ansiolítico. Además, asegura una compensación casi inmediata porque “las moléculas atraviesan la barrera hematoencefálica en cuestión de minutos”. El problema es que, si bien en un primer momento tienen la sensación de que les ha quitado la ansiedad, en una segunda fase llega la sedación, el “bajón”, y al día siguiente la ansiedad seguirá ahí, además del resto de efectos físicos de la resaca. 

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