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Adolescentes impacientes, ¿por qué tengo que esperar?

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Los hijos no son tontos y se dedican a tantear hasta dónde pueden llegar con sus padres en el afán por satisfacer inmediatamente sus deseos; en muchas casas, ellos son los que mandan verdaderamente. No es cierto que en los hijos se generen frustraciones o traumas por retrasar o denegar sus peticiones, porque no puedan hacer todo lo que quieren y cuando lo quieren.

El tiempo de espera: así pasan segundos, minutos, horas, días…

Como educar en la espera -o lo que es lo mismo, en las virtudes de la paciencia y de la fortaleza- exige cierta proporción entre el tiempo que uno debe esperar y el asunto del que se trate, pueden ser de utilidad los siguientes consejos, agrupados por plazos:

– Esperar unos segundos. Es muy típico que los padres interrumpan la conversación con otra persona porque un hijo quiere decirles algo; y eso no les ayuda nada. Conviene explicarles: «Espera un momento, que estoy hablando con eta persona; enseguida te atiendo». Si no saben respetar esa conversación, no es que sean espontáneos, es que están mal educados. Lo mismo sucede cuando dialogan con sus compañeros de clase y amigos; han de esperar a que el otro acabe de hablar antes de «disparar» ellos, si no es imposible que sepan escuchar y, por lo tanto, contestar de verdad.

– Esperar unos minutos. El «tengo hambre, vamos a comer ya», no es motivo para alterar el horario familiar o para «pasar» de los que faltan a la mesa. Aprender a desenvolverse en la vida con cierto orden en las horas les enseña a respetar el tiempo de los demás y a aprovechar bien el suyo propio, también cuando no tienen ganas. Si van con una excursión organizada, el que guía sabe qué sitios y momentos son adecuados para hacer paradas, y no permite que sea la pereza la que marque el ritmo o la que lo rompa.

– Esperar unas horas. «¡Yo quiero ir ahora!». Probablemente ahora no se pueda ir y haya que esperar hasta la tarde. Esto sirve para moderar sus impaciencias respecto a la hora de acudir a casa de un amigo, o el momento de jugar con el ordenador. Y también es instructivo no dejarles hacer algo que les gusta hasta que no hayan cumplido antes con su deber, sea recoger la habitación, acabar la tarea escolar o ayudar a limpiar la cocina.

– Esperar unos días. Salvo casos urgentes, adquirir ropa puede esperar al día más adecuado para los padres, sobre todo si implica cierto desplazamiento por la ciudad. Esperar al sábado no traumatiza a nadie, y hay muchas cosas en una familia que no es oportuno resolver entre semana. El «dictador» o la «dictadora» no pueden imponerse a las obligaciones que genera el horario de trabajo de los padres. Y despista mucho a los hijos romperles el ritmo de clases y estudio que siguen de lunes a viernes: es preferible concentrar en el fin de semana todo lo que altere claramente esa regularidad.

– Esperar unas semanas. No siempre es posible esquiar, ir de acampada o subir una montaña; el mal tiempo impone sus leyes, y las circunstancias que nos rodean también. Y es preciso explicarlas para que puedan entender los motivos por los que se retrasa un viaje o un plan previsto con cierta antelación. También deben comprender que si han suspendido un examen, no pueden «desconectar» de esa asignatura: ya llegará el momento de la recuperación, en el que podrán superar la materia.

– Esperar unos meses. La paga extraordinaria no llega cada 30 días, y algunos gastos especiales han de esperar a Navidad o al verano. El hijo debe entender que, aunque se le haya prometido un ordenador o una mountain-bike tardará un tiempo en disfrutar de ellos. Ocurre igual con algunos viajes, con reformas en el piso o en su habitación, o con los cambios de moto.

– Esperar unos años. Cada edad tiene su ámbito de libertad, responsabilidad y autonomía. Hay cosas que un hijo solo puede hacer cuando tiene determinados años, como son ir de excursión solo con sus amigos, elegir la ropa, disponer de moto, vivir un noviazgo… «Eso cuando seas mayor…» exige a los padres fijar algún momento concreto en que se pueda considerar mayor al hijo y acceder a su deseo. En esta categoría entra también la forja de auténticas amistades, que requieren generalmente cierto tiempo para demostrar su valía.

Consejos para trabajar la espera

1. Los adolescentes son impacientes de por sí, por lo que no nos debe extrañar si se muestran exigentes. Pero no debemos caer en su juego y ceder por su pesadez, porque, si no es oportuno, no les hace ningún bien.

2. Cuando insisten sin ton ni son, a destiempo y de manera poco educada, se les puede decir: «Cada vez que vuelvas a repetirlo, lo retrasaremos otro día». Sin rigideces extremas, puede ayudarles a aprender a esperar.

3. Hay que saber distinguir entre caprichos y necesidades. En el primer caso, se pueden permitir de manera excepcional; por ejemplo, uno puede permitirse un capricho en ocasiones especiales como cumpleaños, Reyes, etc. Por ello, en la mayoría de los casos (cambio de móvil porque ya no mola) no se debe ceder.

4. Los adolescentes necesitan reglas claras y precisas, aunque parezca que se rebelan ante la autoridad. No hay que tener miedo a mandar, a decirles que no a determinadas peticiones. Siempre que haya razones y buenos modos, aunque no les guste y lo demuestren, sabemos que estamos favoreciendo su educación.

5 En general, es muy formativo hacer esperar un poco a los hijos, aunque se pueda realizar ya lo que piden. Con sentido de la medida y sin rigideces, es educativo explicarles con hechos concretos que las cosas no siempre están ya.

Antes de que nuestros hijos se comprometan a cualquier actividad, curso, etc. hay que dejarles claro que han de llevarlo a cabo hasta el final. Si es aprender violín, al menos cumplir el curso entero de conservatorio, aunque luego no quieran seguir; si es jugar al baloncesto, permanecer toda la liga con ese equipo y asistir a los partidos también cuando no apetece…

José Alfonso Arregui García

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