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Adolescentes: demasiado niños para ser mayores, demasiado mayores para ser niños

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Últimamente se ha puesto muy de moda la palabra ‘adultescente’. En Estados Unidos se les llama kidults. Wikipedia los define como personas de mediana edad (más de 40 años) que disfrutan siendo parte de la cultura joven o comprando cosas que son más adecuadas para los niños. «La única diferencia entre los juguetes de los niños y los de los adultos es el precio», dice Jorge Silva, director andino de negocios y mercadeo de Microsoft.

No hay que confundirlos con los aquejados por el ‘síndrome de Peter Pan‘, adultos narcisistas y egoístas que se resistían a salir de sus casas maternas y que Dan Kiley descubrió en 1983 con su libro de igual nombre. A diferencia de estos, los ‘adultescentes’ son responsables y trabajadores, pero muchos comparten con los ‘Peter Pan’ actitudes como postergar el momento de tomar decisiones cruciales: casarse, tener hijos o vivir en casa propia.

Pero ¿cuál es el origen de este fenómeno? ¿Quizás una adolescencia proyectada en el tiempo? ¿Y si fuera eso? ¿A qué se debe? Centrémonos en la adolescencia, ese periodo en el que además de cambios físicos que suceden en el cuerpo, surgen modificaciones en la personalidad que requieren del conocimiento y preparación de los padres, para comprenderlos mejor y saber abordar las situaciones que surgirán en el camino. La adolescencia se forja desde la infancia y marcará lo que seremos en el futuro.

Adolescentes en proceso de cambio permanente

Todos, a lo largo de nuestra vida, hemos podido comprobar, porque de una manera u otra nos ha pasado, cómo los adolescentes están en un proceso de cambio permanente en el que, además, se produce uno de los mayores cambios cerebrales de toda la vida.

Es verdad que el adolescente tiene sus peculiaridades, está en plena crisis de crecimiento, se encuentra inmerso en una crisis evolutiva que va forjando su personalidad y es en esta etapa cuando muchos padres se plantean si realmente conocen a su hijo. Tienen y generan conflictos en casa, en el colegio o en el instituto, con sus amigos, etc., consecuencia de ese constante cambio que están sufriendo. Pero bien llevado, bien enfocado y con unas buenas pautas, límites y mucho diálogo llegan a ser esas personas estupendas que tú y yo conocemos, porque ¿quién no ha pasado por esa etapa adolescente? Más de uno se sonreirá con esta pregunta.

Por el contrario, nos encontramos con numerosas familias, rotas por una realidad en la que sus hijos llevan al límite su etapa adolescente, en la que las normas, los límites, el respeto y la autoridad, muchas veces brillan por su ausencia y, estos chicos en plena evolución, encuentran la fisura en sus padres para hacer lo que les viene en gana, ejecutan acciones de riesgo, se dejan llevar por el grupo y no tienen criterio de ninguna clase, solo exigen y se dejan llevar por el capricho, la moda y no toleran la frustración.

Adolescentes, demasiado niños para ser mayores

¿Quién no ha oído hablar de los ‘ninis’? ‘Ni estudio ni trabajo’. ¿Se puede consentir esa actitud?, ¿cuántos adolescentes y jóvenes están enganchados a programas, a series donde lo importante es el físico, la ropa de moda y el número de seguidores en Instagram, pero que a la hora de la verdad están solos y no tienen criterio cuando deben abordar y solucionar sus problemas y hacen lo que haga falta para llamar la atención?

¿Qué está fallando? ¿Por qué programas como Hermano Mayor tienen tanto éxito? Esos adolescentes (futuros «adultescentes» si no se corrigen sus conductas), son niños que han crecido sin ningún límite, sin ninguna autoridad, son caprichosos, narcisistas y egoístas* que forman parte de una familia absolutamente rota por el dolor, por no saber cómo encauzar la conducta (muchas veces de riesgo) de su «niño del alma».

Pienso que el éxito de ese programa radica en que muchas veces queremos creer que, pese a todos los fallos del sistema, de la educación, de la familia, de la falta de límites, de la falta de decir ‘no’, a través de esos ejemplos reales, se vislumbra una solución y al menos nos queda eso, la esperanza. Nos damos cuenta de que nuestros adolescentes están creciendo de una forma que en ocasiones no es la deseable y que, a la larga, tiene como consecuencia unos adultos inmaduros, con muy poca o ninguna tolerancia a la frustración y que se comportan como niños grandes, creen que tienen derecho a vivir una vida de puro capricho, donde el ‘no’ se encuentra ausente en su vocabulario.

Adolescentes, demasiado mayores para ser niños

Sin embargo, existe otro tipo de adolescentes que son demasiado adultos, que asumen cargas familiares, sobre todo emocionales, que no les corresponden; cuántos chicos de entre 12 y 17 años, hijos de padres separados o de padres ausentes, asumen el rol o la responsabilidad de sus padres varones, cuando por edad y madurez tendrían que prestar atención a sus estudios, a sus amigos, al deporte, etc. Cuántas hijas, a veces, parecen las hermanas mayores o incluso madres de sus propias madres y ejercen a su vez de madres de sus hermanos pequeños, cuando la cabeza de familia ha decidido que quiere recuperar el tiempo perdido…

Sé que son ejemplos que pueden parecer muy extremos, pero es la realidad que nos toca vivir y lo vemos a diario en nuestro Instituto, bien en los adolescentes que vienen, bien en los adultos, padres, que nos cuentan su problemática y que indagando un poco en su historia, fueron estos jóvenes descritos en párrafos anteriores, porque a la larga, esta permanente falta de límites, la falta de escucha a las necesidades de nuestros hijos o un autoritarismo o permisividad excesiva acaban pasando factura en nuestros chicos.

También hay -todo hay que decirlo- muchos adolescentes estupendos que de vez en cuando, nos pueden llegar a crispar con sus «tonterías» de joven alocado, pero que a la vez nos producen mucha ternura cuando con ese cuerpo en pleno desarrollo, nos abraza y nos besa y nos pide que le contemos aquella historia que tanto le gustaba cuando era pequeño, o no consiente, cuando hacemos orden de la habitación, que queramos deshacernos de su peluche favorito, que ya tiene un color indefinido y que convive con un póster de Justin Bieber. Eso forma parte de su desarrollo, es el tránsito de la infancia a la adolescencia y de esta a la etapa adulta… Cada cual a su manera y al estilo de la familia en la que viven.

Estemos atentos, el tiempo fluye y pasa muy rápido y nuestros adolescentes necesitan (aunque ellos no lo quieran reconocer) de nosotros, sus padres, unas referencias firmes, una escucha atenta. Un niño, un adolescente, es como un río. Si está bien encauzado, si los márgenes están firmes, el río avanza y es productivo. Si estos límites o márgenes no están bien establecidos y marcados, el río se desborda y genera una desgracia.

Lo mismo ocurre con un estanque helado: el niño, el adolescente, irá comprobando a través de pequeños pasos la firmeza del hielo. Comprobar que el estanque es firme le va a dar seguridad para empezar a moverse por ese bloque de hielo en el que patinar. Esa firmeza, esa consistencia es la que necesitan de nosotros, ya que si hay alguna grieta, esta se podrá hacer más y más grande y nuestro hijo acabará cayendo al agua, helada, con el peligro que eso conlleva. Para dar esa consistencia, esa firmeza, ¿qué necesitamos?

Consejos para acompañar en su crecimiento personal al adolescente

Aquí van unos consejos para ayudar a crecer a nuestro adolescente y evitar, en la medida que esté en nuestra mano, que en un futuro no llegue a ser un «adultescente»:

1. Consensuar objetivos claros. Es muy importante generar confianza pero sin obligar y para ello es fundamental crear un buen clima de comunicación, marcando objetivos.

2. Valorar sus esfuerzos e intentos por mejorar. Refuerzo positivo.

3. Dar ejemplo. Nuestros adolescentes necesitan padres seguros y coherentes, un espejo en el que mirarse, de lo contrario, las referencias las buscarán fuera.

4. Huir de las discusiones, eso no significa que no haya que discutir, pero a veces es mejor dejar la discusión para cuando el adolescente esté más receptivo o vaya a atender a lo que le queremos decir.

5. Reconocer nuestros errores. Somos humanos y podemos equivocarnos (tanto padres como hijos), lo importante es levantarse de nuevo y saber empezar una y otra vez.

6. Educar es tomar decisiones. De esta manera, el adolescente podrá valorar lo que le conviene o no y ejecutar su decisión. Para ello, es muy importante generar un buen clima de diálogo en la familia, de manera que las dudas puedan ser aclaradas, respetando en todo momento la libertad del adolescente y que este elija lo más adecuado.

Hay una canción de Pablo Alborán cuya letra, mientras escuchaba con este artículo en mente, me pareció extrapolable a este tema, ya que reunía muy bien lo que necesitan nuestros hijos adolescentes, lo que podría decirle un hijo adolescente a sus padres y viceversa. Os escribo unas líneas para que le deis una vuelta a su sentido, podría ser un grito del adolescente en su constante vaivén de montaña rusa emocional para empezar una y otra vez, para tener esperanza, para saber rectificar, para poder decir las cosas, para darse cuenta de todo lo que puede llegar a ser, de su necesidad de cariño (sobre todo de sus padres) y del valor de la familia (el valor de tomar las decisiones y hacer las cosas juntos), de mejorar cada día un poquito más, en definitiva, de crecer.

«Nos queda mucho por vivir Hay tantas cosas que decir (…)
Aprenderé a decir que sí, cuando siempre dije no
Está permitido equivocarnos.

Y hoy me he levantado pensando en tus abrazos
Buscando una sonrisa que me nuble los fracasos
Que nadie nos reproche que no lo hemos intentado
Que caiga ya la lluvia y deje el asfalto mojado
Hoy me he levantado cantándole a los vientos
Que el mundo gira en torno a lo que decidamos todos
Y todos encontramos un motivo para ser
Al menos esta noche mejor
De lo que fuimos ayer»

Mercedes Honrubía García de la Noceda.  Directora Instituto de Orientación familiar Coincidir

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