Se escribe mucho, quizá demasiado, sobre la desidia de jóvenes y adolescentes, sobre el uso abusivo que hacen de las pantallas, sobre su pérdida del sentido de la realidad atrapados en las redes sociales, sobre sus pocas perspectivas de futuro y su escaso compromiso con la realidad. Después de la tragedia que ha dejado la DANA en Valencia y otras regiones limítrofes, los jóvenes han dado un ejemplo de vida del que muchos adultos, enfrascados en disputas partidistas e ideológicas, deberían tomar nota.
El diluvio comenzó un martes. El miércoles amaneció con escenas apocalípticas de calles llenas de coches apilados, barro que ocupaba todo el espacio disponible, casas, comercios y garajes anegados, familias destrozadas porque no encontraban a sus seres queridos y porque, en sólo unos minutos, lo habían perdido todo. Bastaron unas horas para que los jóvenes utilizaran sus redes sociales para un buen fin: ponerse de acuerdo para salir de manera urgente en dirección a la catástrofe desde los lugares más remotos y poner su granito de arena para ayudar a las víctimas.
No hizo falta que nadie lo pidiera (bastaron las imágenes que recibían a través de su TikTok y su Insta para que se dieran cuenta de que eran necesarios) y no necesitaron que ningún adulto los organizara. Con enorme generosidad, cargaron toda la ayuda que cabía en los coches disponibles y se marcharon con rumbo incierto, sin saber dónde iban a dormir o si iban a comer. Los muchísimos testimonios de vecinos agradecidos porque los voluntarios anónimos fueron los primeros en llegar y los que están logrando tocar en todas las puertas, demuestran que ha sido un verdadero ejemplo de solidaridad.
A veces, los adultos nos desesperamos ante la actitud de los adolescentes y los jóvenes, muy encerrados en ellos mismos (es propio de esta etapa), algo egocéntricos, con mucha dificultad para reconocer las consecuencias de sus actos, porque todavía no tienen plenamente desarrollada la corteza prefrontal. Sin embargo, cuando se enfrentan a situaciones extraordinarias, su fortaleza, su energía y su impulsividad se convierten en valores extraordinarios para buscar soluciones eficaces a los problemas que surgen. Por eso se han visto imágenes de cientos de chicos tanto de la zona afectada como llegados de muchos kilómetros de distancia que han dedicado tiempo y esfuerzo a ayudar a los demás. La solidaridad es uno de sus valores más desarrollados.
Además, ellos no han llegado sobre el terreno con los prejuicios que a veces cargan algunos adultos, como el partido político o la ideología. Ni han preguntado a las víctimas ni se han movido por intereses partidistas. Más aún, se han organizado de manera independiente y han puesto de manifiesto el valor de la comunidad para la persona. Una oportunidad para que los adultos les demos las gracias por todo lo que hemos aprendido de ellos. Ellos también hacen familia.