Me acabo de enterar ahora, aunque es una experiencia ya comprobada, que se puede prodigar como las setas con sólo aplicarle un poco de creatividad y de talento, más un esfuerzo nada despreciable. Las cosas no se hacen solas. Inmediatamente les cuento de qué se trata.
Un grupo de familias, cansadas de aburrirse en manada como las ovejas -que a decir de un buen observador lo hacen hasta hartarse-, han decidido diseñar su propio veraneo. Se trataba de organizar unas vacaciones a su medida, donde padres e hijos se divirtieran haciendo cada uno lo que le gusta, conociendo otros lugares y otras familias, pero sin tenerse que disfrazar de turistas zafios, ni seguir las corrientes migratorias del resto de los amigos. ¡Ah, y sin hundir la economía para el resto del año!
Diseñar un verano a la medida del matrimonio y de los hijos, porque cada verano es una oportunidad para vivir juntos en un clima grato, donde al terminar podamos decir que hemos vuelto más personas y más familia
Se lo propusieron y lo han hecho, tomándose la no pequeña molestia de organizar ellos mismos todo el andamiaje que supone buscar un hotel que puedan «cerrar» en exclusiva para ellos solos -porque no está situado en la «milla de oro de Marbella»- y programar una serie de actividades lo suficientemente atractivas como para que a la vuelta, no sólo se hayan sentido suficientemente a gusto, sino que se sumen a este tren para enganchar otros vagones en años sucesivos en distintos lugares.
Según edades y aficiones se puede hacer Gymkanas familiares, senderismo, rappel, paint ball, mountain bike, rafting y hasta canoas. Otros pueden hacer visitas culturales o quedarse en la piscina leyendo una novela. Sólo hay un lema: que nadie se aburra.
¿Por qué no empezamos por elegir el sitio?
Tú eres un teórico -me comentan mis amigos-, aquí no hay variables, todo son constantes. Nos compramos un «algo» en tal playa y ¿cómo vamos a dejar de ir? Suelo contestar que esa decisión es posible que fuera acertada hace quince años, en que el panorama era muy distinto al de ahora; los hijos tenían quince años menos y vosotros ahora quince años más, con la consiguiente merma de la capacidad de aguante. Los niños que coleccionaban conchas en la playa, ahora se han unido a una pandilla que hacen de todo en un horario muy a propósito para los búhos. Es decir, que los datos han cambiado y las decisiones hay que modificarlas. Lo que no parece razonable es condenarse de por vida a convertir las vacaciones en un tormento.
Esto tiene una solución cómoda: taparse los ojos y, sumados al rebaño borreguil, seguir con las mismas querencias. Sin duda es una postura que nadie aplicaría a su vida profesional, pues allí donde se ha fracasado no se vuelve a poner los pies.
Lo curioso es que «la buena gente» echa la culpa de todo a lo mal que está el «universo mundo» y no hay donde esconderse. No tenemos otro remedio que aguantarnos -contestan-, porque nos ha tocado vivir en el siglo XXI. El «universo mundo» estará así, pero quien decide llevar a la familia al mismo lugar sois vosotros -les respondo.
Llegados a este punto me suelen tachar de exagerado. Según su opinión todo el litoral español es una inmensa «playa familiar». Cuando me derrapan por ese lado, pensando que soy un timorato que me asusta ver a una chica sin nada por arriba y muy poquito por abajo, suelo contestar que tengo muchos años, cincuenta de ellos casado, tengo una pila de nietos y hay muchas chicas que me gustan y otras que me gustan mucho, y da la casualidad de que prefiero las rubias a las morenas. Y si esto no fuera así me preocuparía mucho, pero que para un chico de doce años normalmente constituido eso es dinamita.
Efectivamente… ¡ya he dicho más de lo que quería y me han llevado al huerto de las playas y de las carnes a la brasa! No es eso, no es eso… No quería centrarme sólo en este aspecto. Es lo que desde ahí se desencadena. No se puede negar que se configura un ambiente en el que todo vale. Un puntito más de alcohol, un «porrito» más para aguantar, probar una «rayita» para ver que no pasa nada sino que te convierte en el tipo más ocurrente de la pandilla…
Se me argumenta muchas veces que eso no es frecuente y que ellos saben muy bien por donde andan sus niños. Si contáramos el número de padres ignorantes agotaríamos las cifras de la mejor calculadora.
Insisto que es un asunto frecuente entre la «buena gente», que suele coincidir con los que trabajan tanto durante el curso que se les termina la capacidad de pensar para saber elegir un veraneo donde toda la familia conviva y se lo pase en grande.
El tema es tan sencillo como decía al principio: diseñar un verano a la medida del matrimonio y de los hijos, porque cada verano es una oportunidad para vivir juntos en un clima grato -por dentro y por fuera- relajado, atractivo, donde al terminar podamos decir que hemos vuelto más personas y más familia.
Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales