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Para ventilar el ambiente

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He llegado a conocer muy bien a esta pareja. Siempre caben las sorpresas, pero se les ve venir. Uno u otro, después de cinco minutos de conversación telefónica, acaban por sintetizar sus agobios en una expresión muy plástica: ¡¡Aire que me ahogo!!

Al llegar a este punto, es el momento de improvisar una cena en su casa o en la nuestra para poder elevar el volumen de decibelios cuanto queramos y prolongar la conversación. En ocasiones, cuando empezamos a hablar, se produce el mismo fenómeno que al pedir hora al dentista por el fuerte dolor de una muela, tan pronto se toca el timbre de la consulta, al relajar el nivel de tensión, cuesta identificar cuál es la pieza que molesta. Basta un ligero golpe para que se despierte y se identifique el daño. Tan pronto entramos en materia la conversación empieza a rodar. «Me cogisteis el otro día en un mal momento», se disculpa uno de ellos. «A veces te empieza a caer tierra encima desde distintos frentes y cuando te das cuenta estás sumergido en un túnel, al que no se le ve salida. No hace falta que sean grandes problemas, basta con que se acumulen. Un agobio de trabajo, los alfilerazos de los niños que empiezan a sacar los pies del plato, la falta de tiempo para estar los dos solos un rato tranquilos…, eso y mil cosas más. Es decir, lo que se despacha todos los días, lo de ordinaria administración», les digo. «El asunto empieza a complicarse cuando el cansancio los agranda y, sobre todo, cuando se llega a la conclusión de que la piedra de toque es que el ‘otro’ está cada vez más ‘insoportable'».

Vamos a poner un poco de orden. También es lógico que descarguemos las iras con quien esté más cerca. Para que se produzcan fricciones es necesaria la proximidad. Lo malo es cuando nuestro «globo» coge cada vez más presión hasta que explota y decimos mucho más de lo que debemos.

Pareja en una ventana

Foto: THINKSTOCK 

– «¡No!», tercia uno de ellos. «Al brotar esa catarata de agravios contra el otro es cuando somos sinceros, pues se han roto los diques de la inhibición».
– «Tampoco es así»,  matizo. «Cuando decimos aquello que nos ‘brota’ en pleno enfado, lo que aparece es nuestro peor ‘yo'».
– «Repite y aclara», eso me dice él.
– «Todos estamos hechos de sombras y luces. Tan falso e irreal es pensar que somos angelitos como consumados diablos. Unas veces aparece la cara oscura de la luna y otras la más reluciente. Somos el mismo y las dos cosas son reales. Tenemos que convencernos, para no llevarnos sorpresas y aguantar el menor número de disgustos, que estamos llenos de contrastes entre lo bueno y lo menos bueno, y dentro de ello, en unas circunstancias aparece más evidente lo uno que lo otro».

Salir del tunel

Me parece interesante recordarlo, pero el problema se agudiza cuando ‘metido en el túnel’ uno u otro empieza a plantearse que lo mejor sería tirar cada uno por un lado. Aquí es cuando tienen que empezar a encenderse los pilotos de alarma y revisar los niveles para ver si tenemos la cabeza en su sitio. Esta es una operación de control que tiene que hacer cada uno por su cuenta. Hace falta ser salvajemente sincero sin hacer trampas. Vamos proponer un método: que cada uno coja un folio y escriba en la parte de arriba todo lo positivo que encuentra en el otro y en la parte de bajo lo negativo. Confeccionada la lista habrá que aplicar a cada elemento un valor, pues no es lo mismo no ayudar a recoger la mesa que ser un «tacañón». Es muy posible que con esta simple operación se nos haya enfriado bastante la cabeza. Tenemos, por lo general, una inclinación especial a mirar más lo negativo que lo positivo de quien tenemos al lado. No es que nos molesten porque sean suyas, sino porque nos incordian en nuestros deseos.

-Es mejor estrategia mirar y potenciar lo positivo que encontramos en él/ella y ponderárselo, porque eso ayuda mucho a mejorar

-Hay que buscar momentos de soledad para ventilar el ánimo y no dejarse arrebatar por el torbellino del mal humor, que agota al más tranquilo

A estas alturas de la conversación se empieza introducir más la cabeza y menos los sentimientos. Quizá por ello hay que volver a remachar en cuatro ideas elementales, que necesitamos que nos recuerden porque se nos olvidan con frecuencia. Primero: todos tenemos lunares, puntos negros y verrugas con los que hay que contar. Segundo: es mejor no polarizarnos en querer que el otro cambie porque es muy posible que nunca lo logremos. Hay que aceptar que existen temas en los que resulta casi imposible que cambie. Tercero: es mejor estrategia mirar y potenciar lo positivo que encontramos en él/ella y ponderárselo, porque eso ayuda mucho a mejorar.


Cuarto: hay que buscar momentos de soledad para ventilar el ánimo y no dejarse arrebatar por el torbellino del mal humor que agota al más tranquilo.


Aquella cena terminó con todos respirando oxígeno. Eso no significa que dentro de más o memos tiempo volvamos a las andadas y haya que volver abrir la ventana. Las cosas son así. Nada es gratuito y un proyecto de vida en común de un matrimonio y una familia normal significa un intento de tal envergadura que siempre necesitará tener que echar mucha leña al fuego, darle aire y repetir la operación cuantas veces se necesite.

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales

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