Resulta una experiencia común que lo vivido nos condiciona -y mucho- en las decisiones del presente. Y también que ese condicionamiento crece en razón del eco emocional con que se hayan vivenciado los hechos. «La posición de los recuerdos» fue el título de una disertación del Prof. López Sánchez, psicoterapeuta y psicosomatólogo de la Universidad granadina. Me iluminó respecto a la necesidad de almacenar adecuadamente lo vivido, de componer un cierto «inventario de existencias» y así aprovechar mejor las experiencias.
Es una pena dejar de sacar partido a lo vivido por vivir un caótico almacenaje o perderse la estupenda oportunidad de recorrer nuestros paisajes interiores, «nuestras colecciones de casi todo» y disfrutar de tanto vídeo personal -quizá íntimo-, tantas veces maravilloso y siempre irrepetible. En la medida en que la conciencia de nuestros recuerdos sea mayor, podremos mantener un mejor control sobre nuestras decisiones que serán más libres y mejor fundamentadas.
En ocasiones, sorprende conocer la magnitud de la influencia negativa y enfermiza que pueden llegar a alcanzar nuestros recuerdos. Es el caso de aquella paciente -mujer culta y madura- que sufría graves crisis asmáticas y de pánico cuando se tropezaba con palomas. ¿Alergia? ¿Miedos? No resultó nada fácil el diagnóstico. Cierto día le llegó la solución.
Estaba en una gasolinera para repostar y una furgoneta cargada de gallinas se situó muy próxima y en paralelo, ventanilla junto a ventanilla. Al girar la cabeza la sorpresa fue mayúscula y la crisis enorme. Pero una luz clarificadora le inundó hasta recordar escenas de su niñez en las que una tata «inocente o quizá malvada» la asustaba aproximándole gallinas, pollos y pavos a su carita infantil.
Y esa vivencia trágica quedó plasmada emocionalmente en su cerebro, de modo tal que irrumpía desde la memoria al sistema nervioso central y vegetativo como un volcán en erupción. Así curó nuestra paciente tras años de psicoanálisis, psicoterapias y medicaciones, que quizá se lo facilitaron.
Conclusión: es bueno pasearse por los viejos y nuevos recuerdos. Y entrelazarlos. Y revestirlos.
Cada vez que los rememoramos se hacen diferentes por los pequeños o grandes detalles que añadimos o quitamos. Viene a ser como vivirlos otra vez y de manera distinta. Enriquece sin duda todo esto. Reorganiza la experiencia y nos renueva.
Pero además, este quehacer nos ayuda a «limpiar cajones y estanterías». Así, echaremos a la papelera alguna que otra historieta que no nos guste, dejando sitio para nuevas aventuras. Y mejor aún si son de esas que nos llenan de ilusión y de esperanza en el vivir de cada día. ¡Gran aventura esta del buen vivir!
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