Todo corazón desea. Es más, se podría decir incluso que aquel corazón que no desea está enfermo o ha dejado de latir.
Nuestro corazón desea cosas muy variadas, pequeñas y grandes. Podemos desear pequeñas cosas como un pastel, un bolso o un móvil, y también tenemos grandes deseos como un buen amigo, una familia o un trabajo mejor. Esta inquietud del corazón no se reduce a una mera insatisfacción o a una falta de capacidad de adaptación, todo lo contrario, es propia del ser humano y hace referencia a ese deseo de plenitud presente en todas las personas. Para la brillante mente de San Agustín, al final había un único gran deseo: nuestro corazón está siempre inquieto hasta que en Ti descansa.
En la película Enredados se refleja de un modo muy gráfico hasta qué punto el deseo y los sueños se encuentran en el núcleo de toda persona. En un momento dado la protagonista de la película (una princesa que todavía no sabe que es princesa, y que está intentando poder llevar a cabo su gran deseo, descubrir el significado de una luces flotantes que aparecen en el cielo sólo una noche al año, que precisamente es la noche de su cumpleaños) es llevada a una taberna llena de bandidos. Parece que el sueño de la protagonista se va a frustrar, pero ella interpela a todos esos truhanes para que la ayuden a cumplir su gran sueño, ya que intuye que el gran deseo que le ha empujado fuera de su torre tiene mucho que ver con el significado de su origen y el sentido de su vida. Aquellos bandidos se sienten interpelados y tras revelar que todos también tenían un gran sueño que estaba por encima de todos los demás pequeños sueños, deciden ayudarla… Desear es algo constitutivo y aunque el deseo alude a algo que no tengo, lejos de ser síntoma de limitación, es manifestación de la grandeza a la que estamos llamados.
Esperar para desear
Y si el deseo juega un papel tan importante es porque todo deseo encuentra su significado completo en algo más grande que todos y cada uno de nuestros pequeños deseos, esto es con la vida lograda, en definitiva con la consecución de la felicidad. ¿Cuál es la tragedia del deseo? Perderse en los pequeños deseos y no ser capaz de interpretarlos desde la perspectiva última y necesaria para dirigir nuestras acciones. Es importante disfrutar intensamente de todo aquello bueno recibido, pero sin quedarnos en medio del camino, como le pasó a la liebre, o a Alicia, que por comerse la galleta antes de tiempo, ya no podía pasar por la puerta.
Es por ello que no podemos olvidar otra realidad que acompaña por detrás al deseo, como si de su sombra se tratara, pero que lo humaniza y permite que el deseo sea mayor y alcance su destino. Es la capacidad de espera. ¿Cuándo disfrutamos más, preparando una fiesta o en la propia fiesta? Recuerdo una ocasión en la que vinieron a mi consulta una madre joven, una abuela y la nieta de dos años. Esta última no paraba de pedir comida y ellas no paraban de meterle en la boca un caramelo tras otro, para que no molestara. Yo intentaba escuchar a las adultas, pero no podía dejar de pensar en que a esa pobre niña no le estaban dejando ni siquiera la capacidad de protestar para pedir el caramelo. No pasa nada por esperar al caramelo, aunque cueste un poquito, porque al final, hasta sabe mejor.
Si el deseo hace referencia a la felicidad, la capacidad de espera se vincula directamente con la libertad.
Para poder interpretar un deseo, y con ello dirigir mis acciones de un modo acorde a la búsqueda de la felicidad, es precisa la libertad para que no seamos llevados por «deseíllos», que me alejan de mi meta. Aprender a pensar y esperar ante los deseos que a veces resultan imperiosos, es una tarea que tanto para nosotros como para nuestros hijos será para toda la vida, y al mismo tiempo de gran utilidad.
Hay edades en las que ese deseo permanente y a veces incluso angustioso se hace todavía más latente, como en la adolescencia o en los primeros años de juventud. A veces es un deseo sin rumbo aparente que hace querer cambiar e interpelar todo lo conocido. En esta época será fundamental no acallar ese deseo considerándolo peligroso, si no a veces incluso azuzarlo en busca de la fuente de ese deseo. Es el momento de guiar, preguntar y tratar de buscar respuestas con nuestros hijos como haría Sócrates. Iremos poco a poco intentando descubrir cuál es el camino que nos lleva a la fuente del deseo.
Ondina Vélez. Directora del Máster de Educación Afectivo Sexual