No hace más de dos meses un amigo me comentaba que su hijo de quince años le preguntó: ¿nosotros, en casa, no hemos sufrido la crisis, verdad, papa? ¡Que mal lo estoy haciendo!, me dijo su padre
Tenía toda la razón. El padre sufría en sus carnes cómo la oleada de la recesión, le había cubierto los tobillos, había subido a las rodillas y ya llegaba a la cintura, pero todo seguía como si estuvieran en el país de Jauja suspendidos en una nube, pues su familia no se había enterado de nada. Solo él se comía el marrón.
El sabio consejo de hacer «de la necesidad virtud» es una oportunidad perdida para que nuestros hijos aprendan a vivir, a madurar. No es mal momento para darse una vuelta con ellos por uno de los cuantiosos comedores de Caritas donde las colas se nutren de personas con ojos y cara. No son los «pobres»…, esos que aparecen en los chistes debajo de un puentes, disfrutando de su indigencia. No. Cada una de esas personas tiene su padre y su madre, sus hermanos o hijos. ¡Eso nos tiene que interpelar a «todos»!
Apretarse el cinturon es cosa de todos
Tampoco quiero argumentar desde los casos límite. Cuando un fin de semana observo las carreteras congestionadas de tráfico, con familias que se van a comer a un restaurante, suelo preguntarme ¿por qué? y mi mujer me argumenta que los días festivos la mujer tienen que descansar. Me parece justísimo que lo piensen así, pero hay otro procedimiento: que la comida la preparen ese día el marido y los hijos.
Si hay que apretarse el cinturón, habrá que hacerle un agujero más en el de «todos», ¡no siempre los mismos!.
Digo más. Cuando arrollados por los acontecimientos, hayamos tenido que prescindir de «caprichos» que ya habían tomado carta de naturaleza en nuestras costumbres, no podemos sentirnos desgraciados. Dar por terminadas las semanas en la nieve, las escapadas mensuales, o las prendas sin marca, no es una tragedia. Seamos realistas y pensemos que los tiempos de bonanza se han alejado y no sabemos cuándo vendrán… si es que vuelven. Los hemos dinamitado entre «todos» por alargar más el brazo que la manga
«Todos», cada uno en su medida, tiene que aprovechar para soltar lastre de una vida de vino y rosas y aceptar lo que llegue.
Saber hacer esto con buen humor, soltura y flexibilidad es una buena prueba de que hemos la costumbre de que le hemos pegado un tajo a generar constantemente necesidades; y estamos ganando en libertad. Gran cosa sería que nuestros hijos recordaran estos años como los más felices. Recuerdo un matrimonio que evocando su época de recién casados añoraban aquellos aperitivos de los sábados por la noche con aceitunas negras y vino peleón comprado a granel. El día que celebraban algo se iban a cenar un pollo asado para los dos, sin ensalada, porque encarecía el menú. Hoy lo añoran como una de sus mejores épocas.
Algo grisáceo he descrito el panorama. No era mi ánimo. Todo lo contrario. Quería hacer un simple aviso a navegantes, para que «todos» cojamos los remos, sin quejidos y añoranzas, porque es una situación de oro para que nuestros hijos aprendan lo que «vale un peine» y nosotros se lo mostremos como una gran oportunidad de ser libres y felices, salga el sol por donde salga.
Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales