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Todo lo que gana la familia si de vez en cuando apaga el móvil

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No había arrancado mi segundo día de vacaciones en un tranquilo y traspapelado pueblo de Asturias cuando mi móvil dejo de funcionar. No les engaño, no fueron días fáciles y atravesé una suerte de síndrome de abstinencia que me demostró que, consciente o no, vivía una curiosa adicción al aparatito.

Cada vez que me colgaba el bolso en el hombro, no podía evitar recurrir al lateral en el que suelo guardar el Smartphone. Si iba a cocinar, mi cerebro me pedía acceso directo a recetas localizadas en Internet. Ya no podía disfrutar de los inagotables memes de nuestro grupo de amigas. E incluso tuve que apuntar en un papel la lista de la compra, puesto que no tenía bloc de notas digital en la mano.

Pero pasados los primeros días, esos comportamientos adquiridos, esos pequeños gestos tan ligados al móvil, se fueron desvaneciendo. Mi adicción dejó paso a una nueva e interesante condición no experimentada desde los tiempos de maricastaña, cuando aún estaba estudiando: me había vuelto una offline.

Apargar el smartphone: ventajas para la familia

Foto: ISTOCK 

Lo  cierto es que llegados a este punto decidí que podía aprovechar el verano para practicar este deporte de riesgo que consiste salir por la vida libre de tecnologías. Que conste que no soy en absoluto contraria a que las TIC entren en nuestra vida. Muy al contrario, creo que nos han simplificado enormemente la existencia. Pero esas eran mis lentejas veraniegas: vivir sin móvil.

Además, me di cuenta de que no había motivos urgentes para recuperar el teléfono antes de regresar a Madrid. Total, mi gran obsesión a diario es que me puedan localizar si ocurre algo en el colegio. Pero en vacaciones, mis hijos están conmigo. Si se abren la cabeza, ya estoy avisada. Además, en realidad casi no hay cobertura en el pueblo donde veraneamos de modo que no nos perdemos gran cosa. Y, aun en este mundo nuestro del siglo XXI, si de verdad pasa algo grave, nos siguen enviando a la Policía a casa para avisar.

No niego que hubo momentos de tensión. Un día, mi marido se marchó a una excursión por Picos de Europa aparentemente sencilla y tardaron mucho más de lo previsto. Conseguí ponerme realmente nerviosa en la espera. Naturalmente, no pasó nada. Otro, él había salido a hacer la compra y recordé de pronto un ingrediente imprescindible para la comida que no había apuntado en la lista. No hubo manera de avisarle para que lo añadiera. Tampoco fue grave y conseguimos soluciones imaginativas.


Pero los momentos de tensión resultaron una mera anécdota comparados con los muchos beneficios que experimenté en aquellas jornadas.


Miraba mucho más hacia delante (hasta aligeré la tensión en mi cuello); estaba ‘de verdad’ atenta a nuestros hijos porque no los oía mientras tecleaba, sino que los escuchaba, mirándoles a los ojos, sentada a su altura, con verdadero interés; vivía sin interrupciones durante horas acciones cotidianas tan sencillas como cenar en familia, disfrutar de un rato de lectura o recoger la casa; pude desconectar del trabajo al cien por cien; hablaba con mi marido en persona sobre cuestiones trascendentes e intrascendentes; y, de paso, resulté un fantástico ejemplo para mis hijos.

Con tanto bueno alrededor, hemos decidido establecer para este curso un sistema de tiempos offline. Yo lo llamo «modo madre», que es como el «modo avión» y permite que el móvil no me interrumpa en mi trabajo de piloto de la familia. Y, de verdad, es increíble descubrir todo lo que se esconde fuera de la pantalla del móvil.

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