A los que frisan los 50 años. Siempre es posible empezar a amar. No deja de sorprenderme que tengamos tan poca confianza en nosotros mismos y en la capacidad de amar
En esta última temporada he recibido bastantes correos en los que se plantean situaciones matrimoniales que atraviesan por una época de crisis. Lo que me llama más la atención es que proceden de personas que frisan los cincuenta años, por arriba o por abajo, dentro de una amplia gama. Es decir, que cuentan en sus espaldas con más de veinte años de vida juntos.
El otro aspecto más chocante es que -de ordinario- no plantean un problema nítido, ni trágico, simplemente no se encuentran a gusto. Es decir, que no se encuentran a gusto…
Si uno se alimentara de la bibliografía al uso, encontraría un casillero donde clasificarlo. ¡Qué le vamos a hacer! Están pasando por esa tercera etapa del matrimonio, en la que los hijos ya no requieren tantos cuidados y pueden entretenerse en el deporte de analizar su existencia y llegar a conclusiones bastante pesimistas.
Si da amor, recibirás amor
No niego que algo de esto pueda ser cierto. Hay un célebre ensayo, ya bastante añejo, que lleva por título «Cuando el amor no es romance», pero en cualquier caso, soy de la opinión de que hay que pinchar este globo. Si no me trataran de cursi diría que el amor no se puede «manosear». De lo contrario se marchita.
Estamos bombardeados por una «cultura» que asegura que esto del matrimonio es una cuestión muy difícil o casi imposible de soportar. Esta idea repetida una y mil veces, llega a hacernos su impacto. Sorprendidos de llevar más de veinte años viviendo juntos, algunos y algunas, se despiertan con cara a de «bobos» dándole vueltas a la cabeza que ellos no son bichos raros, por tanto, deben de tener un virus como el de la gripe A, pero no se han enterado. ¿No será que yo aguanto demasiado? Es el momento de hurgar en sus entretelas y ver todas las sombras del cuadro. A medida que se meten en el túnel cada vez se encuentran más desgraciadas/os y lo ven todo negro. Se empieza a echar la cuenta de lo que uno debe al otro, se llega a la conclusión de ser víctima y que la convivencia es algo insoportable.
Sin duda tienen razón. Siempre existen lunares, puntos negros, porque la vida es así: «Corta en días y larga en pesares». El que no esté dispuesto a aceptar esta realidad que se dé de baja. Pero que tampoco olvide que esto ocurre de modo semejante en otros aspectos de nuestra existencia. No siempre nos van bien los negocios, ni el jefe es un ángel, ni todos los amigos un dechado de lealtad o tenemos una salud a prueba de bomba. Esto es lo que hay. Lo curioso es que al llegar a poner la lupa sobre el matrimonio, cualquier picadura de mosquito nos parece el mordisco de una víbora.
Por qué no fijan el microscopio con la lente mayor, sobre los buenos momentos y los logros alcanzados. Que no me digan que no existen, lo que pasa es que las gallinas del corral ajeno nos parecen pavos. Y para colmo, las expectativas de nuestra loca imaginación eran fuegos artificiales, cada vez más brillantes, pero eso se produce en los pueblos una vez al año y durante las fiestas. Es posible que nos hayamos pasado la vida esperando que cuando pasara esto o aquello todo iba a ser delicioso y vemos que eso no llega. Quizá, en la edad en que nos referimos, que algunos han llamado como «el demonio meridiano» nos da cierta «envidia», «nostalgia» o como queramos llamarlo al ver que se nos está viniendo encima el crepúsculo y hemos desaprovechado muchas ocasiones de ser felices.
¿Nos quitamos la careta? ¿Nos hemos enterado qué significa el amor? Ya que nos hemos puesto a bucear en nuestro interior, ¿por qué no pensamos en si tenemos una idea clara de que el amor es algo más que una nube de perfume embriagador, que diría un cursilón?
La gran mayoría de nuestros problemas se centran en que el otro no me hace feliz a mí, mientras yo me vuelco en darle a él todo lo que desea. ¿De verdad esto es así?
Si se contesta de forma afirmativa, irremediablemente esa persona es feliz. Quien sabe amar y lo practica es feliz ocurra lo que ocurra… ¡Sí, sí, no cabe el asombro!… Es que se puede ser muy feliz pasándolas «negras». ¿No se lo cree…? Pruebe a no pasarse el día tomando la temperatura del amor a su cónyuge y piense si puede hacer algo por hacerle la vida más agradable. Tan sencillo como que si el amor no mata al «yo», el «yo» matará el amor.
Y el otro/a qué, de rositas… En el caso muy improbable de que fuera él/ella quien tuviera toda la culpa, recuerde esa máxima tan antigua de que «donde no hay amor, pon amor y sacarás amor».
Ahora, para rematar me referiré a las parejas de las que hablaba al principio. A los que frisan los 50 años. Siempre es posible empezar a amar. No deja de sorprenderme que tengamos tan poca confianza en nosotros mismos y en la capacidad de amar. Tanto repetir que el hombre es el rey de la naturaleza y todavía no nos hemos enterado que somos la única criatura capaz de amar. Hace tiempo que escribí en un artículo como estos que «un minuto de amor vale la vida entera»; un hijo mío que lo leyó me dijo eso es exactamente así. ¿Ha pensado si el próximo minuto puede ser el más estelar de su vida?