La llegada del WhatsApp nos simplificó la vida a todos. Hay muchos mensajes rápidos a grupos que se transmiten de maravilla gracias a este sistema. Y dudas tan importantes como «¿Podéis recordarme la dirección del sitio de la fiesta de cumpleaños?» o «¿Tenían que llevar comida a la excursión?» o «Mi hijo ha traído por error el jersey de Fulanito. Mañana lo lleva a clase», nos facilitan enormemente la vida.
Pero llega la otra parte: el calentón contra el colegio. La sociología de la opinión pública ha analizado muy bien cómo funciona el efecto de las masas sobre los individuos. Hay dos factores clave, de signo contrario, que se dan en los Whatsapp de padres de colegio y que realmente pueden llegar a perturbar la paz familiar.
El primero es el fenómeno de los padres eternamente insatisfechos. La experiencia demuestra que su perfil suele coincidir con el de unos padres superprotectores para los que sus hijos jamás son responsables de nada. Se obsesionan por criticar cualquier medida adoptada por el centro o el profesor, suelen considerar excesiva la carga de trabajo, aunque en ocasiones pueden exigir mayor esfuerzo académico en las áreas que ellos consideran necesarias. Lo llamativo es que los padres hiperinformados de este siglo sabemos desde antes de ingresar en el centro cuántas horas van a dedicar nuestros hijos a todo. Luego sorprende que alguien se sorprenda a mitad de curso*
Junto a los argumentos de carácter académico, emplean con mucha frecuencia los de tipo económico, como si el colegio o el APA trataran siempre de robar a los padres. Es verdad que los centros educativos cargan en ocasiones el peso de las facturas sobre algunos elementos que después sirven para sufragar otros aspectos. Pero, no nos engañemos, salvo algunos casos de colegios muy específicos, la realidad de la inmensa mayoría de los que he conocido es que viven muy pegados al límite de lo sostenible. En cualquier caso, los centros informan en el momento de matriculación sobre los honorarios previstos, e incluso sobre algunos imprevistos, como visitas a museos.
Otra losa de los padres eternamente insatisfechos es la de el mercado negro de deberes. Esto da para una entrada entera de este blog, pero baste decir que hay padres que parecen enormemente interesados en repetir los cursos que ya hicieron e impedir que sus hijos desarrollen las habilidades necesarias y adquieran las competencias imprescindibles para desenvolverse en las rutinas que la vida les va a exigir.
Normalmente, hay solo uno o dos progenitores, a lo sumo tres, con estas características en cada grupo de WhatsApp, pero el segundo fenómeno en las masas, la llamada «espiral del silencio» que desarrolló la investigadora Elisabeth Noelle Neumann. Para resumir, se trata del mismo fenómeno por el que en el cuento del traje nuevo del emperador nadie se atreve a decir que va desnudo, aunque todos lo piensan, porque se creen que son los únicos que lo piensan.
En el WhatsApp, nadie se atreve a frenar a los padres vociferantes porque nadie quiere iniciar una polémica, romper con la paz del grupo, o incluso porque no esté seguro de que sus opiniones sean compartidas por la mayoría.
El problema no pasaría de ahí si no fuera porque, mensaje a mensaje, se va generando una terrible animadversión hacia el colegio. Como solo se suelen comentar los aspectos negativos, la visión de conjunto que queda es terriblemente desalentadora.
Los padres acaban por sumarse a algunos aspectos de la opinión discordante y, si no ponen solución racional al empuje de la masa, corren el riesgo de romper un elemento clave en la educación de los hijos: la coherencia entre casa y colegio que permita que los padres no quiten autoridad al profesor ni el profesor a los padres. Por eso son tan peligrosos los Whatsapp del colegio. Porque si se rompe este principio, los hijos sabrán encontrar las brechas de autoridad para salirse con la suya.
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