Escribo a «toro pasado». Más que el toro, lo que se han agotado hace tiempo son las vacaciones. Ya se ha producido la vuelta al trabajo, con la compensación de que los niños están donde todos esperamos con «ardiente frenesí»: en el colegio.
Quizá no es mala hora para hacer balance de lo visto y oído en las largas tertulias estivales en las que se toma el pulso a los acontecimientos que a lo largo del año no hemos tenido tiempo en recalar. Suele ser un argumento que más de una vez he traído.
De entrada, quiero adelantar que estas conversaciones relajadas me hacen pasar muy buenos ratos, aunque tampoco oculto que suelo enganchar más de un «calentón» cuando los temas derivan al socorrido argumento de «sacar la piel» a los amigos ausentes. Recuerdo siempre a una buena amiga mía que cortaba estos comentarios con excelente humor. «Vamos a criticar que eso une mucho»… Solía dar el capotazo con tan buen aire, que enseguida giraba el asunto hacia la última novela que en aquel momento leía algunos de los presentes.
Como es costumbre, también se ha dado un repaso a las noticias del «corazón» que son muy socorridas, por aquello de que «la bala que me silba ya no me da». Tampoco se trata de escarmentar en cabeza ajena.
Cada uno es cada uno y es peligroso extrapolar porque el conocimiento de la realidad es bastante escaso.
No han faltado las sorpresas que en mi opinión no son tales. Cuando son evidentes las grietas en un matrimonio y ninguno de los dos intenta poner algún remedio, lo lógico es que se les caiga el «chiringuito» encima.
En una de esas noches, para salir de la manida rutina, se me ocurrió proponer que hiciéramos recuento de los matrimonios que conocemos que llevan una vida «normal». Esos ganarían por amplia goleada. No era a esos exactamente, más bien me refería a aquellos que llevan una vida abnegada por encima de lo corriente. Tampoco aquí ajustaba la lupa en los que superan la convivencia de cada día, ardua en muchos casos, por dificultades de caracteres, desacuerdo en la educación de los hijos o bajones económicos muy significativos. De esas circunstancias, quien más quien menos tenemos un muestrario en la propia carne. Esta vez quería sacar a relucir a aquellos matrimonios, que por una u otra razón están pasando una «dura prueba» sobrevenida y ajena a su voluntad.
Para abrir boca, hablé de una pareja que no teníamos muy lejana en que el marido lleva siete años con la cabeza perdida y al que hay que ayudarle hasta para lo más elemental. La mujer ha buscado una persona que le ayuda, pero los quehaceres más lacerantes y las noches alternativas son suyas, sin consentir que la sustituyan. Lo mejor de todo es que tras esos siete años contados día a día, siempre que la ves tiene una sonrisa en la boca. Inmediatamente empezaron los matices de que aquellos pertenecían a otra generación que ya no existe, pues el matrimonio tiene unos años.
Para rebatirles les recordé el hecho de otro matrimonio que también ellos conocían que tienen la mitad de los años, con el agravante de que solo escasas horas pueden pagar a alguien que les ayude. Puestos a rematar la faena -sin dar nombres propios- anoté que un matrimonio de alto nivel profesional -¡y por lo que se ve humano!- todos los sábados van a su casa y mientras él se queda cuidando al marido ella acompaña al cine a la mujer. Las parejas se conocían pero no han estrechado la amistad hasta que se ha presentado el «problema».
No son personajes de novela ni les han filmado para mostrarles en TV, son gentes con las que nos topamos todos los días. No faltó quien apostillara que siempre es la mujer la «cuidadora». Es más frecuente, pero no «siempre». Saqué a relucir el caso de un hombre con un comportamiento análogo desde hace muchos años. A partir de ahí, como hilvanadas por un hilo, salieron historias que cada uno conocía en su entorno tan humanamente ejemplares como estas. ¿Por qué nos cuesta tanto hablar de ellas? ¡Por qué duelen! Pues, ¡ojo! Porque el dolor es compañero de nuestra vida y si nos encuentra desentrenados nos puede laminar. Por cierto, ninguna de estas personas ocupadas en hacer más llevadera la vida de un ser querido necesita ir a un psiquiatra.
Antonio Vázquez. Orientador familiar.Especialista en el área de relaciones conyugales