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Sólo para padres

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Bien saben mis lectores que no soy amigo de monopolios, pero de vez en cuando hay que subirse a la grupa de las oportunidades que brinda el calendario. El día del padre es una buena ocasión para dedicarles esta parcela y «sacarme la espina», que más de una vez he sentido, por pensar que en estos comentarios son las madres mi musa de inspiración y, por qué no decirlo, de admiración.

Todo ello unido al hecho de que el porcentaje más elevado de personas que envían correos con sus comentarios son mujeres. Tras este aviso previo entremos en harina.

Padre y marido

Ser buen padre es, antes que nada, ser buen marido. Sin esta condición se puede llegar a ser un buen «cuidador» de niños, una excelente ayuda en las tareas domésticas, un eficaz proveedor de la real casa… pero todas esas funciones las puede hacer cualquiera.


Para ser un buen padre hay que esforzarse en querer cada día más a la madre de nuestros hijos.


Sin duda esos trabajos que acabo de reseñar son un modo de expresar ese cariño, pero no basta. Lo que esa mujer necesita ver y lo que a los hijos les va a entrar por ósmosis, es sentirse impalpablemente -casi de forma invisible- envueltos en el clima de amor de sus padres. Eso lo perciben desde la cuna, más y mejor que todo lo que podamos imaginar.

He empezado por esta verdad de Perogrullo porque a veces me asalta la preocupación, reafirmada por expertos tratadistas sociales, de que existe una «crisis de paternidad». Me explico, a la palabra crisis le doy la acepción que utilizaba Julián Marías como «no saber a qué atenerse». Ante el felicísimo e inmenso protagonismo que la mujer ha asumido en el siglo XX, el hombre se ha quedado algo desconcertado.

Padre con su familia

Foto: THINKSTOCK 

Por poner un ejemplo, habría que empezar por decir que muchos maridos se han quedado sin referencias al desechar por inútil el estilo de paternidad que observaron en su padre, a quien jamás vieron cambiar un pañal o hacer una tortilla y dársela al niño. Sin duda, permanecer arriñonado  en el sillón mientras la mujer no tiene tiempo de nada era una injusticia flagrante.

Sin embargo, el padre de familia tiene que encontrar su lugar imprescindible en la casa. Hombre y mujer tienen una visión muy diferente de enfocar los acontecimientos y son los dos quienes han de aportar su óptica singular en la toma de decisiones. No vale la inhibición de que «ella» lo hace todo bien y, por tanto, que se trague los marrones. Lo no infrecuente es que cuando la solución no sea la esperada el marido ponga cara de compungido. La mujer quiere vernos participar en todas las cuestiones.

Quizá otro aspecto en el que se hace imprescindible la estrecha unidad entre los cónyuges, y llevarla al terreno operativo, es en el de la autoridad en el hogar. Se podría escribir una colección de libros para recoger las consecuencias de las faltas de autoridad. A la vez otra serie paralela tendría que hablar de lo que es la libertad y la responsabilidad. Un hogar no es un cuartel, ni un reformatorio, sino el conjunto de personas ligadas por lazos de sangre que se quieren -¡se quieren querer!- y para ello ponen todo el esfuerzo en hacer la vida grata a los que están a su lado. No hablo de los «dulces campos del edén». Conozco familias que lo logran unas veces con mayor o menor esfuerzo, pero todo el mundo sabe qué «pinta» en aquel hogar. Unas veces lo logrará y otras no y para eso existe un padre y una madre que aplican la exigencia y la comprensión.

Hay otro punto que no quisiera dejar en el aire al hablar de los padres. A nosotros se nos han confiado unos hijos para que saquemos de ellos lo que llevan dentro, que es mucho más de lo que suponemos. Aquello que decía Pedro Salinas: sacar de ti tu mejor tú. No podemos conformarnos con unos hijos a los que la mirada no les llegue más allá del ordenador, con que su última meta sea el utilitarismo y un individualismo del que su máxima expresión sería: «No me cuente usted su caso». Por favor eso es muy viejo, una mentalidad de fósil.

Soy consciente de que en estos tiempos hay demasiada gente que se ha creído el camelo de que al niño no se le puede llevar la contraria porque se frustra. No voy a recurrir a sesudos estudios científicos -que los hay, aunque escasos- para demostrar que la permisividad ha acarreado peores resultados que la exigencia. Con echar una mirada entre el abanico de parientes y amigos nos basta.

¿Qué ha pasado? Que se ha olvidado el verdadero sentido de la palabra libertad, el don mayor que después de la vida el hombre ha recibido. Sólo cuando el padre se dé cuenta de que él también está llamado a alcanzar cada día cotas más altas de libertad, será capaz de ayudar al hijo, liberándose de la esclavitud del miedo de pasar un mal rato y hacérselo pasar al chaval.

Tengo la impresión de que me he movido en un terreno demasiado abstracto. Tampoco importa. Es necesario que los maridos y los padres dediquemos ratos de tranquilidad para pensar en estos temas y evaluarlos. Siempre se encuentran cosas.

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales

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