Un padre de familia muy numerosa fue parado por la Policía cuando circulaba con todos sus hijos en el reparto matinal por diversos centros educativos. Los guardias, tras haber observado durante días la furgoneta llena de niños, alegaron que realizaba «tráfico escolar ilegal». Para el asombrado padre no fue fácil convencer a los agentes de que eran todos hijos suyos. Les dijo «quédense con ellos hasta que aclaren el malentendido» y entonces le dejaron marchar.
Un joven matrimonio accede a un «minipiso» municipal de protección oficial para jóvenes. Ha sido la única vivienda asequible para iniciar su vida familiar, entre contratos basura y trabajos inestables que impiden obtener una sencilla hipoteca. Al año, llega un precioso bebé; y al siguiente, ¡gemelos!. 35 m2, un matrimonio y tres niños. Piden al ayuntamiento cambiar de vivienda, pero durante 8 años no pueden vender ni alquilar esos miserables 35 m2. Les quedan 6 años y están indignados y desesperados, porque además, ¡oh, revolucionarios!, les haría ilusión otro hijo.
Una nueva familia numerosa se instaló hace poco en Barcelona desde tierras belgas. Aquí ha llegado algún hijo más, hasta los 6 actuales. El gobierno belga les daba 1.200 euros cada mes, sin ninguna condición de renta, porque los gobiernos europeos entienden la importante aportación que realizan las familias numerosas y la obligación de compensarlas generosa y solidariamente. En España reciben 0 euros -sí, ¡nada!- de la Seguridad Social y 175 euros mensuales del gobierno catalán; es decir, 1.025 euros menos de lo que tenían en Bélgica. Resultado: la madre ha tenido que dejar su trabajo y piensan marcharse al sur de Francia.
Son tres ejemplos de una sociedad, la española, que se está construyendo de espaldas a las familias que desean tener y sacar adelante algo tan humano, entrañable y necesario como son los hijos.
En Cataluña, la Generalitat ha implantado muchas medidas para las familias, como una prestación universal por hijo de 0 a 3 años (hasta 6 años para familias numerosas).
Es mucho viniendo de la nada… ¡pero es tan poco! A pesar de los avances de estos últimos años, el camino para conseguir una sociedad «familiarmente responsable» es muy largo. Debería hacerse de acuerdo con todos los poderes públicos -locales, autonómicos y nacionales- y, sobre todo, con «valentía presupuestaria», destinando recursos económicos importantes.
Para ello, hace falta sensibilidad y voluntad de gobernar a medio y largo plazo (no para las próximas elecciones), para todos y sin demagogias. ¿Cuándo aparecerá el político que enarbole, sin miedo y sin complejos, la bandera de la familia? Supongo que cuando tengamos muy claro que se trata de una bandera de progreso, de apostar por el futuro de todos. Confiemos en que para entonces no nos hayamos aún extinguido.
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