No nos han enseñado muy bien qué es el dolor moral ni cómo afrontarlo. La mayor parte de los comentarios que una persona escucha cuando sufre no ayudan demasiado a enfrentarnos adecuadamente al dolor. Nos dicen cosas como estas: no llores mujer, no te sientas mal, tienes que ser fuerte, tienes que distraerte, anímate, el tiempo lo cura todo, piensa en tus hijos, vamos a tomar algo y te encontrarás mejor, mantén la cabeza ocupada, los hombres no lloran, etc. En el fondo nos están transmitiendo esta idea: «realmente no sé muy bien qué decirte ni qué hacer para que te sientas mejor». Lo que nos dicen no son cosas malas, se dicen con toda la buena intención del mundo, pero no son eficaces.
Por ejemplo: la idea de que el tiempo lo cura todo. Si se tratara de un dolor físico, a nadie se le ocurriría decir «espera un tiempo», ya que uno procura aliviarlo lo antes posible. Dejamos pasar años pensando que con el paso del tiempo nos sentiremos mejor. El tiempo puede ayudar si enfocamos adecuadamente el sufrimiento, pero también lo puede empeorar si no lo tratamos bien.
Otro ejemplo: la idea de que tienes que ser fuerte. Esta idea está dentro de las más populares y más confusas en relación con el dolor moral. Es confusa porque no es posible ponerla en práctica, por lo menos sin una preparación anterior. ¿Qué significa en el fondo?: ¿aguántate?, ¿aparenta?,… no sabemos muy bien cómo ponerla en práctica; nos frustra porque es una idea demasiado genérica.
Quizá la palabra peor utilizada ha sido «depresión». El empleo inadecuado de este término ha generado una epidemia en el uso de fármacos y una proliferación de visitas a los psiquiatras. No quiero decir con ello que algunas personas no tengan una verdadera depresión, como enfermedad clínica, pero tenemos mucha presión social que nos incita a ir al psiquiatra para que nos recete pastillas. Nos dicen: «toma una y te sentirás mejor». Creo que es mejor aceptar el dolor de una forma natural. Siempre estamos a tiempo de ir al psiquiatra. No es que sea masoquista, sé que la pena es dolorosa, y afrontarla sin «aditivos» cuesta mucho, pero a largo plazo trae más beneficios que ninguna otra opción.
Y así, mientras intentamos poner en práctica lo que nos han dicho, la verdad es que no estamos mejor; solo funciona a corto plazo y, al cabo de un tiempo, empezamos a aislarnos, estamos tristes, enfadados, inseguros… y al final, la mayoría de las veces, nos sentimos peor, porque pensamos que nadie nos comprende. Luego… algo no funciona en todo lo que nos han enseñado.
La ayuda del entorno familiar
Cuando los que están cerca de nosotros no nos ayudan con sus comentarios, la presión hace que optemos por comportarnos como si ya nos hubiéramos recuperado. Ponemos buena cara y aparentamos estar bien, cuando en realidad no lo estamos. Ante todo esto, estamos desorientados y vamos de un estado de ánimo a otro; a veces nos sentimos bien, a veces mal, pero nunca regresamos al estado de un mínimo de felicidad que perdure en el tiempo, a estar con paz. Y lo que es peor, empezamos a sentirnos culpables por no estar bien.
Si aceptamos que lo que nos dicen los demás no nos sirve del todo, entonces, podríamos intentar decir otras cosas que puedan ayudarnos más.
De lo que se trata es de identificar las ideas que no funcionan y reemplazarlas por otras que sí sean efectivas. El ámbito natural donde debemos descubrirlas y ejercitarlas, para sentirnos mejor, es la familia.
La sociedad puede que no nos ayude demasiado, pero sí que puede ayudarnos nuestro entorno familiar. Muchas personas sufren solas rodeadas de gente, y eso es una pena. La familia es la clave para que llevemos mejor el dolor, no como una carga irremediable y fatalista, sino como algo natural que hay que incorporar a nuestra vida cotidiana. Hay que hablar de ello y preguntarnos como lo estamos haciendo, porque al final nadie mejor que tu sabe de tus circunstancias, de tus sufrimientos, de tus anhelos, de las personas que sufren a tu alrededor, en tu propia familia.
Tal vez podríamos empezar por dejar de decir algunas frases que no funcionan y pensar algunas ideas que sí nos sirvan, y que debemos aplicar con sentido común, como por ejemplo: «llorar no es malo»; «es lógico que te sientas mal»; «no estás sola, yo estoy contigo»; «podemos hablar de lo que está pasando»; «estoy a tu lado»; «aquí me tienes para lo que necesites»; «te queremos»… Y otras parecidas que tú consideres mejor. Muchas veces, un simple abrazo, un simple gesto de cariño ayuda más que lo que podamos decir. Porque no siempre hemos de decir cosas, también podemos estar en silencio escuchando, eso sí, con los cinco sentidos.
Que la otra persona se sienta escuchada y comprendida es muy importante. En definitiva, lo que pretendo es provocar en ti un debate interior; que pienses que hay otras actitudes que pueden ayudarnos mejor ante el sufrimiento.
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