Es una de las palabras más temidas por padres y profesores. Un niño abusón puede acabar con la autoestima de otro y lo hará de manera silenciosa, sin que los adultos del entorno notemos lo que está ocurriendo hasta que ya afloren los primeros síntomas de una relación envenenada. Porque ahí radica el mayor problema del acoso, o del ciberacoso, que es lo mismo pero en Internet.
Al igual que les ocurre tantas veces a las mujeres maltratadas, el acosado acaba dando carta de naturaleza a la situación en la que vive, la normaliza y no la denuncia.
Si con un adulto resulta complicado que, metido como está en una espiral del silencio, racionalice su problema y le ponga solución, con un hijo la situación es aún más difícil porque, por su escasa experiencia vital, carece de referencias claras sobre lo que está bien y está mal en cada caso. Para los niños, habitualmente, lo que viven es lo que está bien. De ahí la importancia que le concedemos siempre al ejemplo. Lo que ven es lo que asimilan como lo correcto. Si en su entorno escolar ven o sufren abuso, lo asimilarán como correcto o como ‘no malo’.
Si descubrimos que alguno de nuestros hijos puede estar siendo víctima de un abuso, lo primero que debemos hacer es aunar fuerzas con el equipo del centro educativo. A partir de ahí, necesitamos que nuestros pasos estén marcados por la más absoluta de las cautelas porque cualquier movimiento en falso puede tener el efecto contrario al deseado.
Cuando el abuso es tan evidente que incluso el menor acosado se da cuenta, disponemos de la colaboración de la víctima para frenar al agresor.
Pero hay formas de abuso tan sutiles que son muy difíciles de detectar para la víctima. Más aún, puede sufrir una especie de síndrome de Estocolmo que le lleva a negar la situación. Se siente verdaderamente amigo del acosador. Y por tanto defenderá su amistad contra toda lógica.
Dentro de las decisiones que tomemos para solucionar el problema, una de las más complicadas será hacerle ver a nuestro hijo que no se están portando bien con él, que ese compañero al que cree tan bien ‘amigo’ es, en realidad, una persona tóxica que no le hace ningún bien. No lo van a entender fácilmente.
Me recomendaba el otro día una amiga pedagoga que utilizase dos sistemas. El primero consiste en hacer que se pongan en el lugar del otro. Los niños atrapados en círculos de abuso suelen caracterizarse por esa capacidad para satisfacer al otro. Organizar un cambio de roles les permitirá comprobar que el otro no se está comportando como esperábamos de él, o como nosotros nos comportaríamos en su lugar.
La segunda idea que me planteaba es proponer ejemplos a nuestros hijos en los que, en la imagen de otros, real o inventada, les permita descubrir comportamientos inadecuados. Ellos solos serán capaces de extrapolarlos a sus propias experiencias.
La situación no es fácil porque requiere de nuestra destreza para mover los hilos sin que se note, para mostrar la realidad sin que sea de una forma tan brusca que genere un rechazo. Pero tenemos el compromiso de actuar porque lo que en las primeras etapas de la vida parece un juego de niños se puede convertir en un verdadero problema después.
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