En ocasiones, nos sorprende que se pongan dificultades para apoyar éticamente un proyecto experimental o clínico que nos parece científicamente razonable, especialmente cuando ello ocurre como consecuencia de una decisión moral tomada por la Iglesia Católica. Generalmente, entre los motivos para emitir esta valoración negativa se tiene muy en cuenta el principio de precaución, que hace referencia a que cuando se da el visto bueno ético a un nueva práctica biomédica, no solamente se debe valorar lo que pueda derivarse directamente de esa experiencia en concreto, sino las consecuencias que a más largo plazo puedan darse.
Ética y precaución
Pondré varios ejemplos. Primero: si se da el visto bueno ético al diagnóstico genético preimplantacional, pensando en su aplicación para la producción de bebés medicamento que puedan servir para curar a un hermano enfermo, mucha gente estaría éticamente de acuerdo con ello, aunque esta técnica por sí misma ya tiene graves dificultades éticas. Pero si se utiliza para la creación de bebés enfermos que pudieran usarse como material experimental para investigar sobre la enfermedad que esos bebés padecen, con toda seguridad que el juicio ético, que esta segunda opción merecería, sería si cabe mucho más negativo, pues en este caso el diagnóstico genético preimplantacional no se utilizaría para producir bebés sanos, como debería ser su primera finalidad, sino para producir bebés enfermos. Pues bien, si se aprueba éticamente el diagnóstico genético preimplantacional también se estará validando para utilizarlo en la segunda opción.
Segundo: también es ampliamente admitida la bondad ética de la reprogramación celular para utilizarla dentro de la medicina regenerativa y reparadora, específicamente con la finalidad de crear líneas celulares que pueden ser usadas para tratar graves enfermedades, como pueden ser el infarto de miocardio, Alzheimer o lesiones de la médula espinal. Sin embargo, utilizando esta técnica también se podrían obtener, a partir de una célula de tejido adulto de un individuo concreto, por ejemplo, un pelo, células germinales, es decir, espermatozoides y óvulos de ese individuo, por lo que no sería técnicamente imposible producir un clon idéntico a la persona adulta de la que se ha extraído el pelo en cuestión, algo como se ve absolutamente inadmisible. Es decir, la primera opción, la reprogramación celular con fines terapéuticos sería éticamente lícita, pero la segunda absolutamente no.
Cuando se da el visto bueno ético a un nueva práctica biomédica, no solamente se debe valorar lo que pueda derivarse directamente de esa experiencia, sino las consecuencias que a más largo plazo puedan darse
Tercero: en otro orden de cosas, parece que practicar la eutanasia en casos extremos como algunos de los últimamente vividos, baste recordar a Eluana Englaro o a Terry Schiavo, podrían ser admitidos por una sociedad que valora el sufrimiento de estas dos mujeres como inaceptable. Sin embargo, si la puerta de la eutanasia se hubiera abierto para ellas, se estaría a la vez abriendo para multitud de casos en los que la eugenesia podría ser la finalidad buscada, algo ya practicado en la denostada sociedad nazi y que éticamente parece difícil de justificar.
Estos ejemplos creo que dan luz a lo que anteriormente se comentaba, que el principio de precaución debe prevalecer cuando se abre la puerta ética a una nueva práctica biomédica, valorando más allá de las consecuencias inmediatas del objetivo en concreto que éticamente se aprueba, teniendo en cuenta que otras puertas se pueden abrir a la vez que ésta y, sobre todo, pensando cómo se podrían cerrar en caso que hubiera que hacerlo.
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