La pedagogía de calidad sabe que la persona, -nosotros, los hijos y los alumnos-, deseamos entender la verdad de las cosas, ser amados y amar.
La educación, por ello, que pretende ser ayuda en la aventura de conocer lo verdadero se ha de peguntar inicialmente: ¿Qué contenido merece la pena aprender, y que «herramienta» metodológica puede ser aconsejable en dicho propósito?
Algunos consideran que el «pedigrí» del conocimiento, la única senda segura, es el conocimiento científico experimental, y por tanto, el contenido a enseñar y aprender debería ser solo el obtenido por dicho procedimiento. El supuesto hipotético del positivismo podría ser: solo lo que se somete a control, contraste y réplica puede ser verdadero. Y, el prototipo genuino, por consiguiente, sería el laboratorio.
Desde luego habría que decir además que el conocimiento científico experimental tiene un lugar propio necesario, importante, para explicarnos una parte sustancial de nuestra vida. El recorrido experimental, en estos pasados siglos, ha sido muy fructífero para la vida humana. Baste recordar los avances que la medicina ha realizado en el pasado.
Pero, así mismo, habría que decirles a quienes defienden esta posición de forma exclusiva, este monismo metodológico, que de ser así, no se podría llevar a dicho lugar experimental en una bandeja, en una caja o en una urna, ni la belleza, ni la libertad, la igualdad, ni la fraternidad, ni la bondad, ni el amor, por solo citar algunas categorías esenciales para la comprensión y la felicidad humana.
La única advertencia crítica que formulamos se refiere al positivismo, por la reducción del contenido educativo que propone, y que supondría explicar solo lo que pudiese se contrastado de forma empírica o experimental.
La creencia social en determinados sectores sociales acerca de la bondad única del quehacer científico experimental, como si de una «varita mágica única» se trataría se origina en la cultura que se deriva de la Ilustración moderna. Fue Auguste Comte (1798-1857), quien al pretender una formalización histórica, trató de hacerlo a través de una teoría de la ciencia positiva de forma exclusiva. Ignorando a la ciencia metafísica, y enfrentándose a la filosofía postkantiana y a la dialéctica del idealismo. Comte padeció el prejuicio moderno de estar contra todo prejuicio, es decir contra toda la tradición, y contra una parte muy importante de sus compañeros de la modernidad. Su propuesta de la ley de los tres estados y sus correspondientes fases, mitológico-teológica, metafísica y positiva, no deja de ser un esbozo hipotético algo ingenuo y arbitrario, ya que en la tradición clásica y moderna, hay numerosos autores que realizan su vocación personal ya sea a través de la fantasía, otros mediante la reflexión propia de la filosofía primera, y, también aquellos que actúan en el entorno de la ciencia positiva, pero que son conscientes que hay otras «herramientas» intelectuales, además de la experimentación. El positivismo gnoseológico que estuvo representado por Richard Avernarius (1843-1896), Ernst Laas (1837-1885), Herman von Helmoholtz (1821-1894), y Ernst Haeckel (1834-1919), entre otros autores, influyó paradójicamente y de forma negativa en su horizonte futuro.
La exigencia del contraste, es decir solo la experimentación, y un solo método, un monismo metodológico, ha supuesto una reducción antropológica, lo que ha hecho que el positivismo sea objeto de numerosas críticas a través del siglo pasado, y también en la hora presente. La cultura del positivismo cientificista ha llevado a posiciones naturalistas, y también al escepticismo y el nihilismo, por la sencilla razón que maximizar la varianza sistemática primaria, es decir, encontrar los valores óptimos de la variable experimental exige previamente el conocimiento del estado de la cuestión; el controlar la varianza del error tampoco es tarea sencilla, ya que influye decisivamente el sesgo de las «muestras» utilizadas y el grado de fiabilidad y validez de los instrumentos de medida o recogida de datos, que deben ser fiables en alto grado; y, sobre todo, que el control experimental de la varianza sistemática secundaria, finalidad principal de la experimentación, es decir, aquella que proviene de las «variables extrañas», variables que no han sido «invitadas» al laboratorio o campo experimental, pero que interfieren frecuentemente las conclusiones. Por no hablar de la interacción que estas «variables experimentales» tienen cuando son referidos sus resultados al sistema que le sea propio, y a éste a su vez con el universo donde vivimos.
En suma, respecto del conocimiento debemos saber que el positivismo, es decir, el monismo metodológico, es arbitrario, porque reduce la realidad a su propia técnica.
El culto a la razón positiva, que Comte propuso, pudo resultar atractivo en su día para algunos, dada la condición humana de creerse frecuentemente que el hombre es la medida experimental de todas las cosas, pero hoy, después de años, hemos visto el desencanto social reinante, ya que el reino de la ciencia positiva moderna, prometió más de lo que podría ofrecer. Desde luego no nos han conducido per se precisamente a un paraíso, el desencanto del conocimiento del postmodernismo es una prueba de ello. Claro que del posmodernismo hablaremos en otro momento.
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