Muchos dramas, pequeños y grandes que se generan en el trato mutuo en el matrimonio, tienen su origen en la imaginación. El «piensa mal y acertarás» es un viejo refrán que debía desaparecer del elenco del vocabulario popular, porque es injusto y poco realista. Es mucho más certero, conceder al otro la posibilidad de «pensar bien» y, en cualquier caso, se ahorran muchos disgustos.
Se me antoja que la primera condición para lograrlo es «pensar»; es decir utilizar la razón para pasar de unas premisas a otras, en busca de las conclusiones más lógicas. Con demasiada frecuencia, al vernos asaeteados por chispazos propuestos por nuestra fantasía reaccionamos con un acto reflejo, más bien surgido desde el fondo de nuestras vísceras que de nuestro cerebro. Suelen revestir la forma de viejos slogans ya consolidados. «Le/la conozco muy bien» o el «me hace eso para chinchar» son frases construidas y aplicadas, en muchos casos, sin haberse detenido a analizar el hecho concreto, sus antecedentes y sus consecuentes. En el lenguaje jurídico existe el término «presunción de inocencia» al que todos tienen derecho.
Tratar los temas con claridad aleja los pensamientos negativos
En el mejor de los casos la imaginación es una espuerta de grillos que nos atormenta, haciendo interpretaciones gratuitas del pasado del presente y del futuro. Se teje entonces una tela de araña de la que resulta muy difícil liberarse, porque encontramos cierto «morbo» en sentirnos víctima.
No es fácil luchar contra este zumbido que nos aturde, cuanto más deseamos desecharlo. Es preciso un constante ejercicio para distinguir los «hechos», de los «supuestos» o las «intuiciones»
Aunque antes he citado «presunción de inocencia» no quiero recalar sin embargo en derechos y deberes, porque no es ese el clima en el que debe desarrollarse la convivencia. Es mucho más práctico y eficaz pensar que eso lo hizo «sin darse cuenta», o «porque no tuvo otro remedio»… Muchos otros atenuantes se pueden añadir con tal de no concluir en «esto lo ha hecho por hacerme daño». En multitud de ocasiones he repetido que los hombres demasiadas veces fallamos por torpeza, falta de sensibilidad y otras limitaciones que en la mujer suelen aparecer como excesiva susceptibilidad.
Recuerdo de un matrimonio que se dolía de la poca atención del uno al otro. Lo he observado en «ellas y ellos». En la mayoría de las ocasiones estaba por medio la falta de tiempo, por la que se quejaban y con razón… ¿Qué ocurría? Que achuchones de trabajo en la empresa o las crisis que se ven venir, impulsaban al otro a trabajar hasta horas poco normales. Si en vez de darle mil vueltas y cientos de quejas, se aborda el tema con claridad y se muestran las razones, se ahoga cualquier pensamiento negativo. Hay que adelantarse a poner claridad sobre los temas, encendiendo la luz para que no haya «cuartos oscuros»
Es esta una condición indispensable para no provocar juicios, al menos ligeros. Hay que adelantarse con el prejuicio de «pensar bien». No hay que tener temor a parecer un «lila» y que nos tomen por tontos. Ajustarse a la realidad es siempre positivo y jamás nos arrepentiremos de ello. Restablecer un clima de confianza es indispensable para convivir. La inquietud por presumir el mal, genera un estado de zozobra, muy difícil de soportar. Además la desconfianza provoca en el otro una reacción de recelo con lo que se entra en una espiral difícil de superar. «Pensar bien». Ese es el secreto. El que lo hace sale siempre ganando.
Antonio Vázquez. Orientador familiar.Especialista en el área de relaciones conyugales