Las relaciones humanas son una fuente de grandes satisfacciones, y también de problemas y dolores, en ocasiones mayores que los físicos. Para que sea posible comunicarse bien con los demás tenemos la necesidad de comprender. Comprender primero, significa entender de dónde vienen las personas, qué circunstancias están viviendo, qué es importante para ellas y si son capaces de dar en ese momento lo que esperamos o lo que estamos necesitando.
Sentirnos acompañados
El modo habitual de funcionar suele ser intentar a toda costa que nos entiendan a nosotros; de ese modo surgen los enfrentamientos. Las necesidades pueden ser materiales, sobre todo en estos tiempos difíciles; y hay que acudir a subsanarlas cada uno en la medida de su capacidad.
Se puede llegar a hacer una tormenta en un vaso de agua, o de una estrella sacar una noche luminosa. Nosotros elegimos
Sin embargo, hay otro tipo de necesidades afectivas que todo el mundo tiene, que se pueden ignorar sin darse cuenta del daño que generan. No me estoy refiriendo a grandes cosas. Se puede necesitar una llamada, ahora que ya no nos escuchamos la voz con tantos modos escritos de que disponemos para «no hablar»: emails, mensajes, facebook, whatsapp, twitter,… La voz es diferente según se encuentren las personas y nos debería importar saber cómo están, ¡aunque no tengamos tarifa plana! Gastar dinero en saber cómo se encuentran los otros es uno de los mejores gastos que podemos hacer.
También se puede necesitar un rato de compañía, un café o una invitación a tiempo; un detalle no tiene por qué costar mucho dinero, pero demuestra cariño, un acompañar aquí o allá. Al final, todos necesitamos sentirnos acompañados en la vida. Comprender las necesidades también supone evitar comentarios pequeños, pero agudos, que se cargan la fama o el prestigio del otro. Hay muchas ocasiones para callar para lograr una convivencia es más estrecha y compartir más. Más tiempo juntos, gastos comunes, comidas, recogidas, organizaciones. Si no se hace un esfuerzo, ¡se pueden decir tantas cosas! Que si el regalo es de una tacañería extrema, que si la comida es la de siempre, que son los mismos los que trabajan, que menganita no ha llamado… y al final lo que podría ser un tiempo de disfrutar de la compañía de los demás, se convierte en sacar faltas a casi todo y a casi todos.
Es un buen momento para plantearse las relaciones afectivas como lo que son: un tesoro. Podemos dedicar menos tiempo a comprar, justificadamente, y más tiempo a escuchar, acompañar, alimentar el buen humor y practicar la amabilidad. La práctica de la amabilidad es una forma eficaz de conseguir alegría. Lo mejor es practicarla sin hacerle saber a nadie lo que estás haciendo. No existe ninguna prescripción para hacer actos de amabilidad al azar, pero es lo que pega. Se puede dar dinero de forma anónima, cocinar para otros, abrir la casa a pesar del trabajo que suponga, trabajar sin cobrar cuando sea necesario e ir consiguiendo cada año un mundo más agradable.
Mónica de Aysa. Master en matrimonio y sexualidad