A veces tengo la sensación de que en la educación de los hijos aplicamos la técnica del microondas que con tres minutos basta. Hacen falta muchos días, horas y minutos para entrever un producto semiterminado, cuando nos gustaría que a golpe de interruptor todo se pusiera en su punto.
Digo semiterminado, porque en la vida, como me comentaba un viejo filósofo, todos los éxitos son prematuros y todos los fracasos también. Siempre es posible la superación.
Por casualidad, me ha caído en las manos un correo de un hijo a sus padres, enviado por un joven de veinte años, con ocasión de llegar a esta cifra tan redonda. No voy a dar más datos que los significativos para dejar en la sombra la identidad de la familia y el propio protagonista, al que no le gusta salir en los papeles. Por respeto a los derechos de autor, utilizaré la cursiva para aquellas frases que son literales.
Parece necesario dar un par de antecedentes. El correo está enviado desde el continente africano donde pasará un mes enseñando a jugar al fútbol a chavales, conocerles, estar con ellos, ayudarles a conocer una comida distinta a la suya, que a veces es todo su sustento. No es un tipo raro, estudia tercero de carrera, tiene novia y ha pensado que dos meses de vacaciones «con la que está cayendo» es un despropósito o un desprecio para millones de seres humanos.
La recompensa de ser padres
Para quitarle solemnidad a los «piropos» que dedica a sus padres, utiliza el artificio literario de preguntas y respuestas de un supuesto cuestionario. Empieza por remontarse a la constitución de la familia y comenta que «Ya hace más de veinte años que empezaron el curso de la Academia Highway to Heaven («Autopista hacia el cielo», va por ti papa, que no sabes inglés) de «Cómo hacer una familia»«.
En la primera pregunta se siente interpelado por su imaginario encuestador, si…
¿Considera que tiene lo que necesita para cubrir sus necesidades vitales? Explíquese y manifieste sus quejas en caso de haberlas
– No. En absoluto, creo tener todo lo que necesito. De hecho me gustaría presentar una queja pues me siento un poco abrumado por haber recibido mil veces más.
Mi madre ha dejado un futuro profesional brillante para dedicarse a la familia. Cuando las necesidades arreciaron se dedicó a hacer trabajos al salto de la mata, para tapar las incidencias que surgían. Además de todo esto, ha tenido energía para pelearse conmigo, que no ha sido tarea fácil, hay que reconocerlo, pues tenía en la cabeza que, por ser el mayor tenía que ser referencia para los siguientes.
Mi padre, de él ahora me aclaro un poco más, pero antes cuando me preguntaban decía que era «empresario», cajón de sastre donde introducía sus mil trabajos. No era un pluriempleo, es que no desaprovechaba ocasión que se presentara para meter allí la cabeza.
¿Considera que sus padres le han mostrado unos valores necesarios para ir al Cielo?
– No señor encuestador, vuelvo a quejarme. Me han dado tanto, y tanto… que ahora me toca a mí dar… y la verdad es que no sé si estaré a la altura de dar ni la mitad de lo que debo. Me explico. Han sabido ser resolutivos cuando había que serlo en un tema determinado.
Me han dado libertad para que me equivoque y aprenda de mis errores. Me han dejado levantarme del suelo cuando veían que me podía alzar con mis propias fuerzas. Han sabido escucharme y respetar mis decisiones en temas de estudio… aunque para ellos supusiera un gran sacrificio.
¿Algún mensaje más para tus padres?
– De mis padres he aprendido a luchar día tras día. Me aclaro. «Hay gente que lucha un día y es importante. Hay gente que lucha muchos días y es muy importante. Hay gente que lucha todos los días, eso es imprescindible».
De ti, jefa, he aprendido lo que sólo se puede enseñar con el ejemplo. Lo que es el sacrificio con una sonrisa, con cariño, con amor. Son cosas que se hacen o no se hacen; con discursos no se llega a ningún sitio.
De ti, jefe, me ha ocurrido lo mismo. Eres un idealista de «pegada». Me has enseñado que para cambiar el mundo que me rodea tengo que empezar por cambiar yo. Son los que cuando están cansados, cuando no pueden más siguen trabajando, siguen peleando, luchando… y encima has logrado darnos todo el tiempo que necesitábamos para sentirnos mirados y queridos.
Todo esto es insuficiente para deciros lo que pienso. No merezco unos padres como los que tengo. Os diré algo más. Yo obviamente he sido un «cabroncete», pero esto es algo que el JEFE (el de arriba) me encomendó para haceros más santos y preparar bien el terreno para el resto de la prole.
Podéis estar orgullosos de lo que habéis hecho con la familia y aunque la jefa te diga -a ti papa- que echas tripa, los que tenemos que meterla ahora somos nosotros«.
La carta aporta detalles concretos que dejo en la sombra para no ser identificados, pero que avalan los argumentos. Insisto: son padres normales, con hijos normales que andan por los mismos derroteros que este, porque son de temperamentos completamente diferentes.
La educación es una tarea esforzada, dura, paciente y siempre inacabada, pero no me negarán que recibir una carta así, a los veinte años, compensa de cualquier sacrificio y genera una felicidad sin parangón.
Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales