Por su edad, el dolor está integrado ya en la vida de los abuelos. Los años vividos nos habrán dejado cicatrices que nos recuerdan los dolores que hemos pasado. En unos casos serán cicatrices visibles consecuencia de alguna operación quirúrgica que resolvió algún problema de salud, que puede haya dejado alguna secuela o dependencia física.
Sin embargo, los recuerdos de acontecimientos familiares -dolorosos quizá- dejaron otro tipo de «cicatrices» que, aunque no visibles, tratamos de curar. Incluso cabe la posibilidad de que lo que entonces consideramos doloroso, pasado el tiempo, lo califiquemos como un hecho que nos ayudó a mejorar algún aspecto de nuestra vida. Este sería el caso del dolor que conllevó el esfuerzo realizado para sacar adelante a nuestra familia. Sin duda, aquel dolor sirvió para superarnos personalmente y unir más a los miembros de la familia.
Los abuelos, por las horas dolorosas ya sufridas, normalmente estamos «curtidos en el dolor», que asumimos forma parte de nuestras vidas, lo que nos habilita para tener una visión distinta de los acontecimientos que vivimos con más claridad y profundidad. Y eso, aunque notemos el declive de las fuerzas físicas. También los abuelos debemos distinguirnos por nuestra serenidad ante el dolor.
En la familia, en las situaciones dolorosas, resulta muy positivo el saber estar de los buenos abuelos que, con tranquilidad y paz, ayudan a los hijos y nietos para que encuentren sentido a su dolor y sepan afrontar una situación dolorosa con fortaleza y valentía. Con el que está sufriendo, además de aconsejarle bien, permaneceremos a su lado apoyándole para mejorar su estado de ánimo y que así aprenda a convivir con el dolor que nos acompañará siempre a lo largo de nuestra vida. Podemos y debemos ser el «paño de lágrimas» de nuestra familia extensa.
El dolor tiene su causa en el amor, en la entrega incondicional: cuanto más se ama a alguien o más se desea algo concreto, más se sufre por su pérdida. La familia, que es el ámbito natural del amor y la educación para el amor, supone y consigue -aunque no lo pretenda intencionalmente- una educación para el dolor. Como una de las formas de dolor es la compasión -sufrir por otros- será en la familia donde mejor se educará para el dolor, lo que puede a su vez ser ocasión de acrecentar nuestra capacidad de amar.
«El sufrimiento nos hace humildes, pacientes, nos hermana con los que sufren, pero también nos hace más sabios, más comprensivos, más orantes y esperanzados». (A. Montero)
Resulta muy positivo el saber estar de los buenos abuelos que, con tranquilidad y paz, ayudan a los hijos y nietos para que encuentren sentido a su dolor
Sin duda, donde mejor se puede afrontar el dolor es en la familia, pues al que sufre le da seguridad para resistirlo y superarlo. En algún momento de nuestra vida alguien en la familia necesitará de consuelo, todos estamos necesitados de él, pero hemos de saber que también todos tenemos la capacidad suficiente para consolar a quien lo necesite. El que consuela sale de sí mismo, vence a su propia soledad y descubre que su generosidad le llena de alegría.
Dentro de la familia, de tal manera nos condolemos del dolor de un miembro, que acabamos viviéndolo como dolor propio. Sin embargo, cuando nos condolemos con un familiar lo aliviamos con nuestra muestra de amor, pero hemos de ser conscientes de que no se lo quitamos: el dolor es una vivencia personal. Ahora bien, ante el sufrimiento humano, además de consolar, hemos analizar sus causas, dar soluciones para superarlas y ayudar a destruirlas.
Si una familia se deja influenciar por la cultura del placer, el hedonismo que nos rodea, estará menos preparada para asumir el dolor. Porque el hedonismo ahoga la esperanza. Considero que se puede estar alegre en el sufrimiento. Más que alegre, ser feliz. Naturalmente, este pensamiento resulta casi absurdo dentro de un enfoque puramente natural. El dolor, la tristeza y el sufrimiento, necesariamente nos llevan a la dimensión sobrenatural de la vida, único lugar donde se encuentra la solución verdadera al problema del dolor y se llega a descubrir que el dolor ayuda a nuestra mejora personal.
«Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo».(C. S. Lewis)
Los nietos y sus dolores
Los abuelos no podemos consentir que nuestros nietos sean unos quejicas, que rehuyen cualquier dolor, aunque sea pequeño y se dejen llevar de sus caprichos. Sería un falso cariño hacia los nietos el hacer por ellos lo que ellos están obligados a realizar para educarse y encontrar así cada uno el sentido del dolor. Hemos de enseñarles que no se consigue la formación humana sin esfuerzo, lo que siempre conlleva un sufrimiento. Así, pronto sabrán que lo obtenido con esfuerzo es lo que más se disfruta.
La fortaleza y la reciedumbre son dos virtudes necesarias y los abuelos debemos fomentar el que se incorporen a la vida de los nietos. Sin duda el deporte y las excursiones ayudan mucho a lograr estas virtudes. No vamos a hacerles sufrir, pero sí que podemos aprovechar el dolor que la vida diaria puede depararles. Así, ante una enfermedad o un accidente doloroso, no le ocultaremos la verdad, no huiremos del sufrimiento. Les enseñaremos a enfrentarse con el dolor físico, con la contrariedad, con la privación de algo para que aprendan a vencerse y a no temer al dolor. No debemos negarles la realidad del dolor. Conviene que los nietos, cuando su edad lo permita, conozcan pronto la existencia del sufrimiento ajeno -por ejemplo, visitando y ayudando a una familia pobre o a un enfermo- para que profundicen en el significado del dolor humano y así valoren adecuadamente sus experiencias dolorosas.
Sin embargo, acogeremos con cariño y serenidad sus quejas, por una contrariedad en su vida diaria, dialogando, sin blandenguería, sobre sus causas y proponiéndoles soluciones para superar la situación. Poniendo un ejemplo: cuando un adolescente nos cuenta un problema, de los que se dan en esas edades, para él muy importante, al que sus padres le dieron una respuesta que no le satisface, sin contradecir a los padres, los abuelos con paciencia le ayudaremos a ver las facetas del problema con sosiego y contándole nuestras vivencias: quizá así logremos satisfacer sus anhelos de estabilidad y seguridad.
José Manuel Cervera González. Secretario de la Asociación de Abuelas y Abuelos