“El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse es como si no tuviera vida, porque sus ojos están cerrados”. Albert Einstein
La experiencia de ser abuelos nos permite sentirnos jóvenes porque se renuevan los ánimos. Y, aparte de la juventud del alma, se renueva la del cuerpo: no hace falta hacerse ningún tipo de tratamiento de estética -si no es del todo imprescindible-, porque esta alegría íntima que tenemos los abuelos se aprecia en la mirada que ilumina todo el rostro.
Muchos de nosotros reforzamos el optimismo, sonreímos más y difundimos la buena nueva del nacimiento de nuestro nieto a los cuatro vientos. ¡Cómo nos alegra y nos remueve positivamente la presencia de un bebé! ¡Cómo reconocemos y revalorizamos el don de la vida!
Nos queda tatuado para siempre el buen aspecto de nuestra hija o nuera con el bebé en brazos en compañía del padre del pequeño y, con lágrimas de alegría contenida, nos sentimos parte de aquel momento tan entrañable y difícil de definir, como todos los momentos valiosos, intangibles y trascendentes de la biografía de la vida de cualquier persona.
Rememoras el nacimiento de tus hijos y las vivencias que has tenido con ellos. Y, ya en la habitación de la clínica, surgen las mismas situaciones que viviste. Como siempre, los abuelos se otorgan la semejanza del recién nacido o se preguntan sobre el color de los ojos, que al principio son de un tono azul marino pero después, ¿qué color tendrán?
Todo huele a colonia fresca; en el ambiente se respira paz y felicidad. Una felicidad que los abuelos o abuelas intuitivos y sensibles la notan a fondo, recomendando salir de la habitación para que los padres, recién estrenados, puedan disfrutar solos de su intimidad con nueva mirada, una nueva mirada que también tenemos el privilegio de gozar los abuelos.
Nadie nos podrá negar jamás el gozo compartido del marido y la mujer por el nacimiento de un hijo. Se han producido emociones nuevas con alguna lágrima de agradecimiento, acompañadas de caricias y de miradas mutuas de ternura con el niño entre los dos. Tampoco nos podrá negar nadie que necesitan dejar de lado el ritmo acelerado del trabajo para contemplar, en mutua compañía, esta nueva realidad.
Dejémosles que vivan con intensidad este momento único e irrepetible con la mirada del corazón y que se puedan comunicar sus sentimientos, sin espectadores, para empezar con autonomía su paternidad y para reforzar su amor conyugal.
Una recomendación acertada la del abuel@ discret@ y prudente que guarda en su interior lo que ha visto y sabe ponderarlo en silencio. Unos abuelos que sabe que los protagonistas de la escena no son ellos, sino el matrimonio y el recién nacido.
Victoria CARDONA. Escritora y orientadora familiar