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Nubes y claros

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Quizá han sido los poetas los que pusieron de moda, desde siempre, los cantos a la «primavera». Era la estación en la que despertaban sus neuronas para inundarnos con su colorido y dar rienda suelta a los mejores augurios de exaltación y alegría.

La «Fiesta de la Primavera» abría las promesas del nuevo año. No faltan los más románticos. Para ellos el otoño teñido de ocre supone el colmo de la belleza y serenidad. Sin embargo, las estadísticas climáticas suelen llevarles la contraria en uno y otro caso. En estas dos estaciones, en pocos minutos se puede pasar del ambiente más soleado a los nubarrones más oscuros, donde un aguacero nos sorprende hasta calarnos los huesos. Muchas veces he pensado que son la primavera y el otoño las épocas que mejor representan el panorama de nuestra vida y, en concreto, el paisaje de nuestra hoja de ruta matrimonial.

En las luces y en las sombras

Me explicaré. Cada vez me encuentro con mayor frecuencia a matrimonios que piensan que «lo suyo lleva mal camino». Cuando les escuchas llegas a la conclusión de que te encuentras ante un hombre y una mujer normales, a los que les sorprende «el peso cambiante de los días», cuando pensaban que vivirían una perpetua primavera. Elevan a la categoría de «crisis» lo que no es otra cosa que la lógica evolución natural de cada uno de ellos, potenciada con la incidencia que supone compartir este proceso lógico en su propio matrimonio, donde cada mañana hay que acoplar el puzzle.


Dar un sentido a la vida, ahí está la medicina contra las crisis. Es necesario administrar cada jornada, con la seguridad de que habrá luces y sombras


Recuerdo que al comentar este hecho con algún amigo psiquiatra confirmaba que la mayoría de enfermos que veía en su consulta estaban perfectamente sanos. Donde se encontraba con auténticas personas maltrechas era en los hospitales. Entre bromas comentamos aquella anécdota tan conocida de la mujer que va al médico para que la recete alguna píldora que le quite su malestar producido por la muerte de su padre quince días atrás. Ojo, que no quiero hacer broma de algo muy serio. De Víctor Frank, el gran psiquiatra vienés se ha comentado en numerosas ocasiones que recibió en su consulta a un paciente para que le ayudara en una depresión que llevaba tiempo arrastrando por haber perdido a su mujer. Para darle todos los datos, le advirtió que no apelara al remedio de confiar en Dios porque él no era creyente. El Dr. Frank le escuchó con toda atención y le preguntó en un momento dado: «¿Usted amaba mucho a su mujer?». «Imagínese Doctor -contestó el paciente-, desde que ella se marchó estoy así». «Piense entonces que le ha evitado a su mujer el dolor que ahora siente usted si hubiera sido ella la que lo sufriera por su muerte». Después de un largo silencio, el paciente contestó: «No necesito más, porque usted ha dado un sentido a mi dolor». «Dar un sentido a la vida», ahí está la medicina contra las crisis.

Pareja feliz

Foto: THINKSTOCK 

En nuestro temple personal hay días que las cuerdas de la guitarra suenan bien y otros en que muchos sonidos nos rasgan el oído. Unos días se levanta uno con el pie derecho y otros con el izquierdo, sin que ello suponga que nos hemos roto la rodilla. Un baño convertido en laguna, y un desayuno atragantado por la prisa y los niños retrasados en vestirse, se puede convertir en una tragedia griega. El mal humor de ese momento nos puede llevar a decir una «inconveniencia» que se puede convertir en coz. Eso es normal. No somos angelitos con arpas los que circulamos por los pasillos. Esto nos puede ocurrir a los dos meses de casarnos y a los cincuenta años de matrimonio. Hay que contar con ello, sin desmesurar las cosas y dando la categoría de normal a aquello que lo es.

Es posible que el aguacero no amaine en todo el día y nos amargue aquella jornada que esperábamos con tanta ilusión, como un sevillano con su Semana Santa o su Feria de Abril, pero eso no significa que hayamos programado más las procesiones, o haya que celebrar las corridas de toros en el patio de butacas de un teatro. La vida es así: con sus días brillantes y sus amaneceres grises.

Para todo ello, hay que recordar que el matrimonio no es el circo, donde se espera que el trapecista haga un salto cada vez más deslumbrante. Es necesario administrar cada jornada, con la seguridad de que habrá luces y sombras y ese amor idílico con el que soñamos no llegará nunca, porque puestos a ambicionar nos sobra la codicia, la imaginación nos juega malas pasadas y comparamos lo que tenemos con unos sueños que no existen en la realidad. El hombre y la mujer tienen unas limitaciones que por muchas fantasías que le echemos, nunca alcanzarán las utopías que están fuera de la realidad.

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales

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