Cuando el último hijo se independiza de los padres y abandona el hogar familiar, «el nido queda vacío».
Esta situación puede generar en los abuelos una crisis personal y matrimonial, que los psicólogos denominan Síndrome del nido vacío, con sentimientos de ausencia, soledad y vacío. Ahora bien, esta situación debe considerarse como una etapa más del ciclo vital de un matrimonio y afrontarla como algo que viene produciéndose normalmente de generación en generación.
¿Por qué calificarla como un síndrome?
Es cierto que los abuelos tendremos que hacer algún esfuerzo para adaptarnos a esta nueva situación, que nos afecta a ambos. Podemos sufrir un vacío, sentimiento que debemos afrontar aceptando la realidad tal como se nos presenta para que el presente y el futuro no se vean condicionados por el pasado y quedemos cautivos de él.
El hogar familiar está silencioso, la vivienda se agranda y se nos muestra algo inhóspita para los dos abuelos que la habitamos. Los dormitorios nos avivan los recuerdos de los hijos que los dejaron y nos generan una profunda añoranza de los felices tiempos pasados con ellos. Quizá uno de los esposos pueda necesitar el apoyo de una persona adecuada, que le ayude a redefinir los objetivos de su vida cuando atraviesa ya la madurez, pues siempre es bueno que alguien nos escuche y oriente con sus consejos.
Por ello, conviene aumentar la relación afectiva entre los abuelos para superar un posible abatimiento y esforzarnos para hacer feliz al otro, animándole cuando esté decaído, haciéndole participar de nuestras actividades, para tratar de evitar el que pueda llegar a sentirse solo. Seguro que ya hemos aprendido a detectar cuando nuestro cónyuge necesita unas palabras de aliento, o un descanso saliendo a pasear juntos cogidos de la mano. Viviremos felices si dimos preferencia a nuestro amor matrimonial, que si bien va cambiando sus facetas a lo largo de una vida, siempre puede seguir creciendo. Trataremos de dialogar mucho, procurando discutir poco, y si alguno de los dos se excede, buscará el momento para pedir perdón y hacer las paces.
Recordaremos los muchos momentos que vivimos con alegría y también los sufrimientos para sacar adelante la familia, que supimos superar con una visión trascendente de nuestra vocación matrimonial.
Con esta vivencia del amor estaremos transmitiendo a los matrimonios de nuestros hijos, cómo el compromiso conyugal lleva a profundizar en el amor humano.
«La edad madura es aquella en la cual uno todavía es joven, pero con mucho más esfuerzo.» (Jean-Louis Barrault)
Compartir el tiempo
En esta etapa del nido vacío, al estar jubilados, el tiempo disponible aumenta y puede transformarse en una época para crecer, dialogar e iniciar juntos distintas actividades: visitas culturales, viajes, involucrarnos en la ayuda social en una ONG, desarrollar conjuntamente alguna actividad creativa, o cada uno las aficiones artísticas o deportivas que siempre le agradaron.
También es un buen momento para frecuentar el trato con amigos, de ambos esposos o de alguno sólo, que antes estuvieron desatendidos. Tendremos más disponibilidad para abrir el hogar a nuestros amigos procurando ayudarles cuando lo necesitan.
«Suavizar las penas de los otros es olvidar las propias». (Abraham Lincoln)
El síndrome del nido vacío sólo es vivido con tristeza cuando el matrimonio tiene poco que compartir. Triste es la situación de los abuelos que llegan a este momento de sus vidas simplemente soportándose, porque no supieron hacer crecer su amor con los años y han llevado una vida de rutina: poco les queda en común para la nueva situación en que están solos los dos.
Una nueva etapa cuando los hijos se van
Al abandonar los hijos el nido familiar se materializa el final de una nueva etapa y la culminación de un proyecto de vida de los padres, lo que no tiene por qué suponer para ellos el fin de las preocupaciones de la vida, ni mucho menos la pérdida de algo, o el sentirse que ya los hijos no los necesitan. Sin embargo, para los hijos significa el comienzo de un proyecto de vida para el que tendremos que animarles y motivarles.
En esta nueva situación, los abuelos no podemos dejarnos llevar por la nostalgia y tratar de seguir protegiendo a los hijos, olvidando que ya deben valerse por sí mismos y dejarles vivir en libertad. Los abuelos debemos respetar la autonomía de los hijos casados o solteros, que dejaron el hogar. Me atrevo a decir que supondrá un esfuerzo, en ocasiones, el «mordernos la lengua» para evitar interferir en sus vidas, sobre todo si son casados, pues podríamos malograr la comunicación conyugal de los nuevos esposos. Con independencia de lo anterior, siempre estaremos dispuestos a acoger a los hijos y aconsejarles cuando sea preciso, sin que esto suponga sustituirlos en la responsabilidad de vivir su vida.
Al llegar al final de este artículo me sonrío, ya que mi experiencia personal es que en mi amplia vivienda, donde llegamos a vivir 9 personas, pocos días tenemos la sensación de «nido vacío», pues recibimos con gozo las frecuentes visitas de hijos y nietos, y mensualmente celebramos los santos y cumpleaños de alguno de los 19 miembros de esta mi ya extensa familia.
José Manuel Cervera González. Secretario de la Asociación de Abuelas y Abuelos