Cada vez son más los jóvenes que acuden a las consultas. Su único motivo de sufrimiento es este: la mala relación de sus padres. ¡Es tan injusto que pacten con una vida de reproches, de insultos e indiferencia! El egoísmo nos lleva a pensar que no es para tanto, que ellos exageran.
La realidad es que se sientan y no paran de llorar. Presentan síntomas de ansiedad, duermen mal, están tristes, se concentran mal y se sienten en la obligación de solucionar ellos los problemas de sus progenitores. Los adultos son capaces de trabajar muchas horas para conseguir un buen trabajo, de privarse de muchos alimentos para no engordar, de muchos esfuerzos para mantener sus relaciones de amistad… ¿y los hijos? No son capaces de motivarse por el amor que ellos merecen.
Voluntad de cambio
Los llamados matrimonios de conveniencia han pasado a la historia. No se puede vivir en una soledad acompañada, porque las personas enferman. Enferman de tristeza. Suele haber de fondo agravios que no han sido perdonados, actitudes vitales equivocadas que no se han corregido, malas costumbres que han ido matando la convivencia.
Todo tiene arreglo, pero hay que querer. Entrar en la espiral del rencor es muy peligroso.
Somos capaces de pasarnos la vida entera haciéndole pagar al otro el daño que nos ha hecho, hasta convertirnos en personas que no albergan buenos sentimientos. Es menos complicado perdonar que vivir así. Y más sano. Merece la pena intentarlo.
Se pueden tomar muchas decisiones vitales, que nos cambien la vida poco a poco:
1. Se puede decidir empeñarse en entender qué le está pasando a la otra persona para comportarse de ese modo.
2. Se puede huir de las discusiones que hacen el ambiente insoportable.
3. Se puede perdonar agravios antiguos.¡El de ayer ya pasó a la historia!
4. Se puede mirar hacia dentro de uno mismo y buscar las energías necesarias para ayudar al otro, para hacerle sentirse un poco mejor que ayer.
5. Se pueden tener pequeños detalles de servicio y de cariño que hagan que la vida en común empiece a ser un poco más agradable.
6. Se puede mirar uno a sí mismo y pensar si tiene derecho a amargar la vida de sus hijos de ese modo. Es cruel.
7. Se puede pensar que la vida durará tal vez mucho menos de lo que esperamos y tendremos que dar cuenta de nuestros actos, de nuestros pensamientos y, sobre todo, de nuestra actitud ante la persona que elegimos como compañera.
8. Se puede intentar ser más asertivo e ir cambiando los modos de hacer y decir las cosas.
9. Se puede acudir al médico si el estado de nuestro sistema nervioso no es el idóneo para convivir, porque nos hemos desgastado o hemos enfermado de tristeza o de angustia.
Los padres tenemos la obligación de pelear por los hijos que hemos traído al mundo para que sean felices y tengan una vida armoniosa. De ese modo se desarrollarán humana y profesionalmente. Ellos no han elegido nacer en nuestro matrimonio y nosotros no tenemos derecho a hacerles sufrir. Buscar la motivación profunda para mejorar la relación de pareja a favor del equilibrio y la felicidad de los hijos es un deber de justicia para con ellos.
Mónica de Aysa. Master en matrimonio y sexualidad