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Es un misterio, no un absurdo

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En la coyuntura que atravesamos, el sufrimiento aparece con frecuencia en los medios de comunicación al referirse a la «crisis» y sus efectos en las familias. A la vez, no quisiera centrarme en el momento actual. El dolor y el sufrimiento están presentes en nuestra vida desde que nacemos hasta que llegamos a la otra orilla. ¿Cómo no vamos a compartirlo dentro  del matrimonio y mostrar a los que nos rodean el modo de aceptarlo? Aunque se trate de una cuestión personal, la ayuda del «otro» puede y  debe ser imprescindible para superar un mal trago o un «mazazo» de mayor entidad.

El dolor no es un hecho fortuito que nos acontece como una «mala suerte». Si fuera algo parecido a una lotería, todos los hombres serían ricos. Más bien es algo con lo que nos encontramos a diario y se presenta en cualquier circunstancia, aunque con intensidades distintas. Las reales y las que nosotros nos inventamos, agigantamos o dramatizamos. El ser humano es tan frágil que le afecta y le contraría que el parte meteorológico amenace lluvia en las vacaciones, o tenerse que hacer una prueba médica de resultado incierto. Sufrimos por lo pasado, lo presente y lo futuro.

Asumir el dolor

Dentro de ese panorama tan frecuente, no cabe duda de que existen distintos niveles. Hoy me referiré a los más duros.

Apoyo en pareja ante el sufrimiento

Foto: THINKSTOCK 

Quizá hay dolores tan fuertes que nos aturden. Al sobrevenir sin esperarlo, nos sentimos inermes sin saber reaccionar. Nos sumergen en un túnel oscuro del que no encontramos la salida. Al pasar un tiempo, lo asumimos y llegamos a amarlo… Sí, sí, amarlo. Conozco a más de una familia que recibieron el «trallazo» de tener un hijo con una minusvalía grave, que al pasar el tiempo comentan: «¿Qué hubiera sido de nosotros sin este regalo de criatura?». El matrimonio se ha unido como jamás lo estuvo, los hijos se desviven por cuidar al que más lo necesita y hay una atmósfera muy especial en el clima de convivencia de todos, incluidos los parientes menos cercanos.

¿Qué ha pasado aquí para que se haya producido esta transformación? Podría escribir cien páginas y mandar a la imprenta muchos libros para unirse a la inmensa cantidad de los ya escritos. Al final seguiría deambulando por la cáscara. El dolor es un misterio, no es un absurdo, ni es vano y sin sentido. Un misterio es algo sobre lo que tenemos un cierto conocimiento, pero jamás llegamos a comprenderlo hasta el fondo.


Hasta que no se encuentra su «sentido», no la comprensión absoluta, el dolor es más lacerante.


El psiquiatra vienés y judío, Víctor Frank, experimentó todo el sufrimiento del que es capaz una persona en un campo de concentración, mientras en otro lugar moría su mujer. Su fama internacional le llegó por el desarrollo de la logoterapia, sobre la que ya había trabajado antes de la guerra. Pasados los años recibió en su consulta a un colega médico con una depresión profunda desde que murió su mujer. Después de relatarle su historia le previno que no le invocara ninguna referencia a la religión porque él no creía en nada. Frank, le preguntó: «¿Quería usted mucho a su mujer?». «Fíjese si la querré que desde entonces estoy así». «Pues alégrese doctor -le dijo su interlocutor-, porque ha evitado a su mujer este dolor, si hubiera muerto usted antes».»Muchas gracias, profesor -le contestó-, porque ha dado usted un sentido a mi dolor«.

Para un creyente el dolor sigue siendo un mal, pero adquiere su sentido al considerar que si Dios lo quiso para su hijo, es que el sufrimiento tiene un valor, que llega mucho más allá de lo que somos capaces de percibir. El dolor soportado es siempre una prueba de amor. Desde ese momento hemos dejado de preguntarnos «por qué» para interrogarnos «para qué». Ese dolor aceptado se integra en nuestra vida y ya no somos un individuo aislado, hay un «tú» que nos espera y nos convierte en personas, nos humaniza.

Antonio Vázquez. Orientador familiar.Especialista en el área de relaciones conyugales

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