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El matrimonio de los hijos

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Los padres enseñamos a amar por lo que han conocido nuestros hijos de nuestro amor mutuo. Cuando nuestros hijos se casan habrán visto en sus padres como se relaciona el compromiso con un proyecto de vida sustancioso y valioso.

En la comunicación con el matrimonio de los hijos los abuelos hemos de saber estar: ver lo mucho que se puede hacer y saber lo que no se debe hacer. Siempre antes de actuar debemos pensar en la repercusión de nuestra actuación, para evitar que interfiera en las relaciones conyugales de los hijos. Hay que lograr que éstos valoren nuestra discreción al no actuar si no nos lo piden.

Ser abuelos que no se hacen imprescindibles, pero que sí manifiestan afecto, interés y disponibilidad para cuando lo necesiten; y entonces, si es conveniente y necesario, ayudarles a resolver un problema, con generosidad, cariño y comprensión, respetando su independencia, sin meternos en su vida.

Los abuelos debemos aceptar sin ninguna reticencia al cónyuge que escogió nuestro hijo, con el que decidió casarse y con quien estimó que estaba dispuesto a compartir su vida. Debemos animarle a querer a su cónyuge con sus virtudes y defectos. Nunca utilizar el «ya te lo decía yo». Entrometerse en el matrimonio de los hijos, -aunque sea con la mejor intención- , tratar de organizarles la vida, genera tensiones en su matrimonio, que pueden acabar en discusiones del tipo: «Es que tus padres…», «Pues mira que los tuyos…», que les separan, pues les recuerdan las diferencias de estilo de sus familias de procedencia: resaltan «lo tuyo y lo mío», cuando deben de buscar su estilo propio: «el nosotros». Hay que considerar que en el matrimonio cada esposo, según lo que vivió en su familia, tendrá un estilo distinto de vivir el amor en los detalles.

La intromisión de los abuelos, en ocasiones de la madre con su hija casada a la que «no quiere perder», puede generar tensiones conyugales importantes, sobre todo en los primeros años de un matrimonio. Cuando presenciemos alguna discusión matrimonial, si el ambiente se caldea, casi siempre lo mejor es «irse de puntillas», dejarles solos, pues quizás haya un motivo para que estén tensos y preocupados. Oír, ver y callar. Si considerásemos que el motivo de la discusión era importante, tras pensar lo que se puede sugerir al hijo, buscaremos más adelante el momento oportuno para comentarle algún aspecto que le ayude a evitar estas situaciones. En estas conversaciones podría ser oportuno contar a nuestro hijo los esfuerzos que, en alguna ocasión, tuvimos que realizar en nuestro matrimonio para superar momentos de discusión, que tras un diálogo, en el que supimos ceder ambos, acabaron en una gozosa reconciliación, que sirvió para reafirmar nuestro amor.

Si fuera el caso de que nuestro hijo acude a nosotros quejándose de su cónyuge, hay que extremar la prudencia y casi siempre reservar el consejo, pues no olvidemos que estaremos escuchando «una campana» y desconocemos cómo suena la otra. En cualquier caso, no debemos caer en la tentación de darle la razón a nuestro hijo, pues aunque llegáramos a estimar que la tiene, nuestra intervención siempre debe estar enfocada a que dialoguen los esposos serenamente para superar la posible crisis, restauren la comunicación dañada y, si es necesario, enseñarles a perdonar y que lleguen a disfrutar de una buena reconciliación.

Podremos ayudar a la pareja a comprender que necesitan tiempo para comunicarse sentimientos, hablar de la educación de los hijos, organizar bien la convivencia familiar, divertirse juntos y en bastantes ocasiones a solas, sin amigos. Es decir, CONVIVIR, que es vivir juntos y compartir ilusiones, intereses, esfuerzos y esperanzas familiares.

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