Estas crisis no se resuelven con paños calientes ni con una aspirina, que en el mejor de los casos alivia el dolor durante tres horas. Ante un problema grave como el que atravesamos se impone un diagnóstico serio, si queremos acertar con el remedio, sin sustituirlo con cataplasmas.
Digo que habrá que encontrar un tratamiento que nos lleve al origen del mal, no a la simple pomada que nos libre momentáneamente del sarpullido. ¿Han escuchado ustedes algo parecido a esto en los últimos meses? Desde que se empezó a hablar de la crisis económica no habrán escuchado otra cosa. Hay demasiadas enfermedades letales, aunque sólo nos centremos en la que nos afecta al bolsillo.
Buscar la excelencia en el matrimonio
Y el matrimonio… ¿Está en crisis? Si utilizo los mismos métodos de exploración que para la economía, tendría que afirmar que en el matrimonio también se multiplica el paro, se destruyen contratos y familias completas se ven afectadas. A la vista de estos datos, habría que concluir que la crisis del matrimonio se ha generalizado y rara es la familia que de un modo u otro no sufre sus efectos directos o colaterales, mil veces más lacerantes que las que se resuelven con unos euros más o menos.
Sin embargo, no por tozudez, sino por afán de acertar con el diagnóstico, tendré que repetir lo que más de una vez he afirmado en esta página de opinión: lo que está en crisis no es el matrimonio, sino la triste máscara a la que entre todos hemos llamado matrimonio. Cuando tenemos una idea tan banal de lo que es el amor, cuando desconocemos el alcance de la palabra compromiso, cuando se nos doblan las rodillas, como si fueran de papel, ante cualquier dificultad, cuando aseguramos que estamos por el cambio pero no aceptamos que hemos de cambiar hacia lo mejor, convertimos el matrimonio en una momia maloliente, que nos repele con sólo mirarla.
No, además de otras muchas cosas, el matrimonio es un proyecto sustancial, gracias al cual, aunque después de una catástrofe nuclear solo quedara sobre la tierra un hombre y una mujer, la humanidad seguiría andando. ¿Puede existir algo más progresivo que la pervivencia del ser humano? Quizá algún lector pida que me apee de un planteamiento tan catastrofista y me atenga a las simples calamidades que nos rodean con más frecuencia de lo ordinario. Supongamos -se puede objetar- que hemos aceptado que los alifafes son los que se han instalado en nuestro matrimonio, hasta postrarlo en el lecho del dolor. ¿Qué hacer? Ante todo, no cortarle la cabeza al enfermo para que deje de dolerle. Apliquémosle el tratamiento allí donde lo necesita. Al llegar a este punto, cabe la réplica, ¿dónde está la farmacia donde expenden esos antibióticos? No la busque porque no la va a encontrar, la lleva usted puesta. Convénzase de que le sobran resortes personales para dar un salto desde ese sillón de convaleciente abrumado, tire la manta que le envuelve las piernas y dispóngase a dar un salto de calidad. Deje de obsesionarse con lo «malito» que se encuentra, o en que está al borde de ser contagiado por la enfermedad. Tiene que estar convencido, ¡seguro!, de que es capaz de llegar más lejos de lo que nunca imaginó. Es aquí donde quería llegar. Cuando nos acoplamos al ambiente, cuando pretendemos hacer lo que los demás, cuando nos contagiamos de sus modos y costumbres, acabamos envueltos en una densa niebla que nos llevará a perdernos, sin rumbo y sin destino. ¡Estírese y saque la cabeza por encima de la masa! ¡Declárese en rebeldía!
La pareja tiene que sentase uno en frente al otro y proponerse un altísimo nivel de calidad. Tienen que buscar la excelencia
No puedo por menos que sonreírme con pena, cuando veo el recetario que las revistas proponen para resolver los problemas de pareja. Les sugieren tomar agua del grifo, teñida con colorantes. No, ahí no está el arreglo. La pareja tiene que sentase uno en frente al otro y proponerse un altísimo nivel de calidad. Tienen que buscar la excelencia, pues de lo contario, tal y como está el ambiente, serán barridos, laminados, planchados. Y cuando ya estén abatidos sobre el asfalto, vendrá el «golpe del mirón» con su insana curiosidad para lamentarse.
Ahí hemos llegado. No caben las componendas, ni el vamos tirando, ni así funcionan los demás. No. Nosotros queremos hacer de nuestro matrimonio el proyecto principal de nuestra vida. Para ello, lo vamos a diseñar y vamos a poner en el empeño lo mejor de nuestras fuerzas.
Ni he nacido ayer, ni pienso que todo es fácil. Sacar esto adelante es más difícil que resolver la crisis económica universal, pero es más hacedero y, sobre todo y ante todo, está en nuestra mano. Somos nosotros los verdaderos protagonistas, nos hemos erigido en un par de aventureros locos que vamos a poner en juego la vida. Calor, frío, nieve, agua… pero nadie nos va a quitar la inmensa ilusión de luchar por el mayor logro de nuestra vida y ya al intentarlo nos sentimos enormemente felices, aunque el cierzo nos queme la cara. Se me dirá que es un planteamiento excesivamente radical. Es cierto, pero el viejo refrán popular -la decantada sabiduría de siglos- asegura que «a grandes males hay que poner grandes remedios».
Un salto de calidad, una revolución de las minorías. No hablo de entelequias, conozco matrimonios que no los he encontrado en unos yacimientos de hace cuatrocientos años, convertidos en fósiles, viven hoy a nuestro lado entre los treinta y cinco y los cuarenta y cinco años. ¡Se puede!