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Hablemos en la intimidad

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Resulta muy llamativo comprobar cómo una sociedad que ha banalizado el sexo hasta límites grotescos, se mantienen  las carencias más elementales sobre el modo de pensar, sentir y actuar de un hombre y una mujer en este ámbito. Si nadie se enfada, ni me califica de exagerado, diría que, bastantes más personas de las que suponemos, se «aparean» como perros o como gatos y desconocen todo el atractivo que encierra esa unión maravillosa de un hombre y una mujer.

Por mucho exhibicionismo que se prodigue, hay multitud de actos conyugales que desconocen la plenitud del placer que lleva consigo esta relación, porque se han olvidado que son dos personas y no dos cuerpos los que participan. Por mucha «historia china» que nos cuenten, han prescindido de pensar que el ser humano está compuesto de cuerpo y espíritu. Desde esta realidad tan evidente, o disfrutan ambas partes o de lo contrario su propia satisfacción ha quedado mutilada, disminuida, insustancial. Ellos mismos no lo notan porque nunca lo han experimentado en su plenitud y carecen de referencias, igual que no pueden saber lo que se disfruta al subir en un globo si nunca han visto alejarse la tierra desde la canasta.

Hablar sin inhibiciones

Tanto preámbulo viene a cuento porque con frecuencia recibo consultas sobre este tema de matrimonios que han embarrancado en este aspecto fundamental y están a punto de irse a pique. Podríamos estar horas tratando del mismo asunto y sus numerosas ramificaciones pero, con solo detenerse un momento, se descubren carencias clamorosas.
Intentaré anotar algunas ideas.

Tanto hablar de la tan traída y llevada «comunicación» y resulta que de este tema no habla nunca el matrimonio. Es asombroso, pero real.

Hay que hablar con sosiego y sin inhibiciones. Tienen que ponerse de acuerdo en lo que, para cada uno de ellos, significan estas relaciones íntimas y cómo se plasma eso en determinados aspectos concretos, sabiendo que uno y otro son diferentes en el modo de pensar, de sentir y de actuar. No es tarea fácil porque a él y a ella no les caben en la cabeza determinadas reacciones de uno y de otro. Pero tienen que ser muy sinceros y descender a detalles muy pequeños que el otro ni imagina. Pondré un ejemplo muy pedestre: que un hombre haya estado tan pacífico viendo un partido de fútbol o leyendo el periódico y cuando termine busque a su mujer con vehemencia, le choca tanto como le puede chocar a él que hayan llegado de una cena muy «acaramelados» y un simple aviso en el contestador automático de algo que tenga que hacer mañana su mujer, la deje como una barra de hielo. De todo esto hay que hablar para entenderse y comprenderse.

No soy tan ingenuo como para pensar que así se arregla todo. Aunque parezca mentira, nos cuesta mucho poner nuestro pensamiento al desnudo… muchísimo. En la mayoría de las veces porque no queremos humillarnos ante el otro y hacerle ver nuestros «deseos más animales». ¡Falso! Son nuestros anhelos más humanos, que en uno y otro se expresan de distinto modo.

Pareja en la intimidad

Foto: THINKSTOCK 

Nada importa que el hombre declare paladinamente que la frecuencia de su deseo es mucho más perentoria que en ella y no por eso es un «obseso», sino que responde a la naturaleza de las cosas. Junto a eso, le puede costar mucho pedir «limosna».

Ni tampoco es hacerse la «interesante», que ella le pida mucho más tiempo de preparación y un periodo mucho más largo para llegar a coger el ritmo. El hombre, con demasiada frecuencia, actúa como un tren de alta velocidad y de la misma manera se desconecta. Eso no debe ser. Eso es falta de comprensión y de cariño, y eso se paga…

Poco a poco, nos acercamos a lo que para mí es el nudo gordiano de toda la cuestión. El amor.


El amor lleva a pensar antes en el otro que en uno mismo. En este terreno nuestro egoísmo se manifiesta de una forma espectacular.


Recuerdo un matrimonio muy maduro que me comentaba un día que más de una vez, ante la insinuación de uno, el otro no ha dudado en seguirle. Al terminar, se han preguntado ¿tú tenías ganas?… No ha contestado ella mientras preguntaba, ¿y tú?… tampoco contestó él. Si alguien apunta que esto es hipocresía y teatro tendré que contestarle que no se ha enterado de lo que es el amor.

Como habrá comprobado el lector no me he referido en ningún momento al compromiso que los dos han adquirido, como parte esencial del matrimonio, es decir al «débito conyugal». Estamos hablando de «amor», por encima de todo, pero sin olvidar que el rechazo de uno u otro en este deber puede tener consecuencias mucho más graves que las que aparecen a primera vista.

No quiero llegar ahí aunque tampoco lo omito. En lo que quisiera insistir es en que ella tiene que cultivar el arte de seducir y él no puede pensar que desde que terminó la boda tiene derecho a todo, del modo que quiera y en tantas ocasiones como se le ocurra. Eso no es amor ni es nada.

Por regla general -insisto, regla general- es difícil que ella lo pida claramente. El hombre tiene que «conquistarla» cada vez, de lo contrario le está robando algo, y eso es así la primera noche y cuando han transcurrido treinta años de matrimonio. Es precisamente en esa «conquista» donde se rompe la rutina y se llega a que cada vez se convierta en única y la más atractiva.

De todo esto hay que hablar una y otra vez, sin quejas, sin echarse nada en cara, sino con la ilusión permanente de que pasados los años se sigan encontrando en este lance con mayor ilusión cada vez.

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales

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