Enseñar a los matrimonios en crisis a discutir de un modo más agradable puede reducir su nivel de tensión. Los matrimonios felices no son nunca uniones perfectas. Muchas de las parejas que se declaran estar satisfechas con su relación conyugal, muestran diferencias significativas en cuanto al carácter, el temperamento, los gustos, las aficiones, los intereses o incluso los valores familiares. Los conflictos no son infrecuentes.
Discuten, igual que las parejas infelices, de dinero, trabajo, organización de la casa, educación de los hijos, sexo, familia política. El misterio siempre será cómo logran moverse con desenvoltura a través de las dificultades y mantener su matrimonio estable.
Podemos llegar a aprender cuáles son los puntos débiles de nuestro matrimonio y concentrar la atención allí donde más se necesite. Como ya hemos explicado anteriormente, la amistad no impide que las parejas tengan discusiones, pero sí les protege para que éstas no se les escapen de las manos. En todas las buenas amistades funcionan los intentos de desagravio. Puede ser un pequeño detalle, una llamada a tiempo, un perdón explícito, una invitación, una sonrisa especial. Suelen ser códigos que ya hemos identificado porque conocemos al otro. Lo que determina el éxito de los intentos de desagravio es la fuerza de la amistad matrimonial.
Lo importante en un matrimonio no es lo que ocurre cuando hay crisis, sino lo que pasa a diario cuando la situación es de normalidad. La vida que llevan en común, los pequeños detalles que agradan la vida: las flores, los mensajes, las sorpresas, los regalos baratos, las fotos, los paseos, los esfuerzos por contestar bien. La admiración provocada en los hijos hacia el otro, las relaciones tiernas, los tiempos a solas respetados por encima del trabajo, de los hijos y de los amigos, la comida sabrosa, el orden mínimo para tener paz, el pasar por alto las pequeñas cosas molestas que vemos que el otro no puede con ellas. ¡Porque es así! No nos engañemos, a todos nos gusta y necesitamos que nos quieran como somos y nos dejen en paz.
Es sabio aprender de los fracasos ajenos, observando, y de los propios analizando cuidadosamente nuestro interior, con valentía.
Actitudes negativas
Hay actitudes negativas que predicen el fracaso matrimonial y las podemos conocer para evitarlas.
– Los planteamientos violentos. El mejor indicativo de que una discusión y ese matrimonio no van bien es el modo en el que se plantean las discusiones. De pronto se vuelven violentas y acusadoras, el tono es sarcástico. Todo esto supone desprecio hacia el otro y, por lo tanto, dolor. Los planteamientos violentos y descalificadores, son siempre una garantía de fracaso. Podemos y debemos aprender a hablar, a discutir sin hacer daño. Las discusiones violentas son un modo de maltratarnos. No siempre se puede hablar de lo que nos ocurre en el momento en el lo necesitaríamos. Si la otra persona no está receptiva, le haremos daño y habremos empeorado la relación. Hay que ser oportunos.
– Las críticas. Siempre tendrás alguna queja sobre la persona con la que vives, pero entre las quejas y la crítica hay una diferencia abismal. La queja es específica: «Me molesta que dejes las cosas en desorden». La crítica es global e incluye palabras negativas sobre el carácter o la personalidad de tu pareja. Incluye culpa y difamación. Descalificamos a quien deberíamos admirar. Resultan insoportables las personas que en cuanto tienen la más mínima oportunidad aprovechan para dejar en mal lugar al otro. Además de ser un asunto de mala educación, el resto de los presentes se sienten el la obligación de defenderle. La crítica constante, allana el camino al desprecio.
– El desprecio. Existen muchas formas de desprecio. Ignorar al otro es una de las más frecuentes. Cada uno hace su vida como si no pasara nada. Pero sí pasa y mucho. Le estamos diciendo: «No quiero saber nada de ti, haz lo que puedas porque yo paso». Esta actitud está muy de moda. El sarcasmo a la hora de hablar y el escepticismo son otra forma de desprecio. Lo mismo puede decirse de los insultos, la burla o el humor hostil. Cualquier tipo de desprecio envenena las relaciones porque implica disgusto. El desprecio se exacerba con los pensamientos negativos guardados durante mucho tiempo. El aprecio por el contrario se consigue haciendo un esfuerzo por centrar nuestra atención en las cosas positivas que la otra persona tiene en su interior y que fruto de tanta tensión no es capaz de sacar a la luz. A veces da menos vergüenza decir una cosa negativa, que un piropo o un halago. Se ha creado un clima de convivencia tan viciado que «parece que no pega decir que guapa estás, o que buena está hoy la comida».
– La actitud defensiva. Con ello estamos diciendo:»El problema no soy yo, sino tú». La actitud defensiva sólo nos lleva a agravar el conflicto. Por eso es tan peligrosa. Nos lleva a desatender todas las ideas que el otro presenta como posibles soluciones. Puede incluso llegar a la burla con el lenguaje corporal. Cuanto más se pone a la defensiva el atacado, peor.
– La actitud evasiva. En los matrimonios en los que las discusiones tienen un planteamiento violento, donde las críticas y el desprecio provocan una actitud defensiva, al final uno de los dos se distancia. La persona evasiva actúa como si no le importase nada lo que el otro le diga, como si no le oyese. Podríamos pensar que las quejas no afectan en absoluto a las personas evasivas. Nada más lejos de la realidad. Recurren a ella como una protección para no sentirse abrumadas. Son personas que harían cualquier cosa con tal de no sentirse abrumadas. Se sienten conmocionadas e indefensas ante la crítica agresiva del otro. Se evaden porque no soportan la hostilidad. A las mujeres en general nos cuesta entender esto y provoca grandes distancias con los hombres. Si se prolonga en el tiempo, buscan una mujer que fundamentalmente no les corrija continuamente ni los acorrale. Les da lo mismo la clase a la que pertenezcan, la cultura, etc. Lo único que necesitan es paz. Así me lo cuentan a mí en la consulta.
– El lenguaje corporal. Los gestos como la sonrisa, el modo de mirar, el modo de escuchar, el recibimiento al llegar a casa, el modo de reaccionar ante los comentarios, la actitud cuando se marchó enfadado y vuelve después de trabajar con ganas de hacer las paces, las caras ante los asuntos de la familia política… Todo lo que no son palabras, pero que en ocasiones tienen más fuerza que ellas. La mirada tierna de una madre hacia su hijo a veces puede más que una hora de bronca. La mirada comprensiva o de perdón de una mujer hacia su marido, o una sonrisa de complicidad que dice: «Qué pesado eres, pero te quiero», vale más que una de paseo fastidiado por las mil aclaraciones que nos sentimos en la obligación de hacer.
Mónica de Aysa. Master en matrimonio y sexualidad