Tras los fastos de nuestra boda es muy probable que exclamáramos «¡Al fin solos!», y sonrientes comenzamos la andadura de nuestro recién estrenado matrimonio, repletos de planes para mantener la felicidad que nos embargaba y aumentar nuestro amor.
Ahora, cuando el último de nuestros hijos se marchó de casa, también pudimos decir «¡Al fin solos!». Pero nuestro enfoque de futuro es muy distinto. Ha transcurrido ya la mayor parte de nuestra vida, que está llena de recuerdos familiares: la historia del crecimiento de nuestra familia. Ya somos mayoresy abuelos. Sin embargo, aconsejo que no debe importarnos la edad para seguir haciendo proyectos; muchos relacionados con el servicio a nuestros hijos, nietos y demás personas de nuestro alrededor. Estos proyectos son los que nos convierten en «abuelos jóvenes» de espíritu, que maduramos sin envejecer.
Abuelos felices
Llegado este momento en que los abuelos nos quedamos solos en nuestro hogar, viviremos felices si dimos preferencia a nuestro amor matrimonial, que va cambiando sus facetas a lo largo de una vida, pero que sigue creciendo. Disfrutamos estando mucho tiempo juntos, viviendo la felicidad de lo pequeño: una mirada, una caricia, -la ternura ha ido sustituyendo a la pasión- pero seguimos manifestando nuestro amor conyugal. Con esta vivencia del amor estaremos transmitiendo a los matrimonios de nuestros hijos cómo el compromiso conyugal lleva a profundizar en el amor humano.
Somos felices porque vivimos los detalles. Cuidamos el respeto mutuo y la confianza, damos las gracias y pedimos las cosas por favor. Hemos aprendido a detectar cuando nuestro cónyuge necesita unas palabras de aliento, o un descanso saliendo a pasear juntos cogidos de la mano. Tratamos de divertirnos juntos, nos reímos con facilidad, abrimos nuestro hogar a nuestros amigos y procuramos ayudarles cuando lo necesitan.
«Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio» (Proverbio hindú)
Dialogamos mucho, con frecuencia para hacer planes futuros, y procuramos discutir poco, y si alguno de los dos se excede, busca el momento para pedir perdón y hacer las paces: siempre son gozosas las reconciliaciones. Al correr de los años recordaremos los muchos momentos que vivimos con alegría y también los sufrimientos para sacar adelante la familia. Una sugerencia para mantener la unidad familiar es que en la casa de los abuelos se celebren cada mes los santos y cumpleaños de los miembros de la familia. Nuestros hijos deben encontrar que nuestro hogar siempre está abierto a sus familias.
¿Y si piensan separarse?
Triste es la situación de los abuelos que llegan a este momento de sus vidas simplemente soportándose, porque no supieron hacer crecer su amor con los años y han llevado una vida de rutina: poco les queda en común para la nueva situación en que están solos los dos. Las estadísticas nos muestran que existe un aumento de divorcios cuando el último hijo se va de casa. Para salvar su matrimonio tienen que revitalizar su vocación matrimonial con la entrega a la familia extensa, ayudando a los matrimonios de sus hijos y enriqueciéndose en la relación con los nietos. Concluyendo, «dándose a los demás» es probable que recuperen el darse entre sí.
Es posible que puedan mejorar su actuación como abuelos: preocupándose por mantener la unidad de la familia extensa, ayudando a los hijos -respetando siempre su autonomía familiar-, ampliando la relación con los nietos, actuando de mediadores entre padres e hijos cuando se producen conflictos generacionales y otras actuaciones que hagan aflorar su amor por la familia extensa.
La Jubilación
La jubilación hay que preverla para que no resulte una sorpresa. Conviene plantearse planes ambiciosos de trabajo y actividades que puedan ocupar nuestro tiempo. Es necesario sentirse útil. Estar activos al máximo para neutralizar el aburrimiento, que puede llevar a percibir la vida como vacía y sin sentido, bloquear nuestra mente y paralizar las posibles iniciativas, pudiendo generarse actitudes depresivas.
Una persona «no se jubila nunca de hacer lo que debe, lo que puede, lo que sabe y aquello con lo que disfruta» (Paulino Castells)
Cuando llega la jubilación del trabajo profesional se produce, en algunas personas, una situación delicada: la adaptación a la inactividad, al disponer libremente de todo su tiempo. Suele afectar más al hombre, pues la mujer permanece más activa por su mayor dedicación a los trabajos del hogar y su mejor predisposición para ayudar a los hijos casados y a los nietos.
Pero de alguna manera, la jubilación afecta a los dos esposos que deben ayudarse para superar los posibles abatimientos aumentando su relación afectiva y esforzándose ambos para hacer feliz al otro, animándole cuando le encuentre decaído, haciéndole participar de nuestras actividades, evitando que pueda llegar a sentirse solo.
La gama de posibilidades para aprovechar el tiempo es muy amplia; pero en primer lugar, situaría la mayor atención al cónyuge para dedicarle ese tiempo, que quizás antes era escaso, para hacer actividades juntos -pasear es un buen y sencillo ejercicio físico-, cultivar aficiones culturales, acudir a exposiciones, al cine y al teatro. Podremos dedicar más tiempo a los amigos, recobrar amistades participando en tertulias. Queda abierta también la dedicación de tiempo al amplio campo de nuestras aficiones y al deporte, que nos ayudará a mantener nuestra salud. Estar ocioso es perjudicial para la salud mental.
En el plano personal podemos seguir cultivando aspectos de nuestra profesión, rentabilizando nuestros conocimientos profesionales, impartiendo charlas, escribiendo nuestras experiencias, ayudando a profesionales jóvenes enseñándoles lo que uno sabe, colaborando en actividades sociales o en ONGs, participando en la organización de actividades culturales. Mucha gente necesita ayuda y podemos dársela. En resumen, mantener la actividad profesional sin la tensa obligación anterior.
José Manuel Cervera González. Orientador familiar. Secretario de la Asociación Abuelas y Abuelos