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Familia, ¿hay alguien ahí?

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Siguiendo a Minuchin y Fishman en su definición de familia, «no es una entidad estática sino que está en un cambio continuo igual que sus contextos sociales. Cada uno de los miembros está íntimamente relacionado y, por lo tanto, la conducta de cada uno influirá en los demás…, cité a todos los miembros de la familia.

Se sentaron los padres juntos y la hija, adolescente, lejos de ellos. Ella les pidió quedarse a solas conmigo, sólo un rato, para contarme lo que estaba pasando. A todos nos pareció bien.

Familia, ¿hay alguien ahí?

Foto: ISTOCK 

Me contó que unos días antes se había despertado con la sensación de que sus padres no la entendían. Se había pasado la noche llorando.


Y se habría quedado en la cama, pero recordó que era el día de su cumpleaños. Un año más para seguir adelante, para dar gracias por tantas y tantas cosas, personas, situaciones. Aunque en ese momento no se sintiera agradecida. Le costaba mucho contar lo que pensaba, sentía y necesitaba, expresar lo que llevaba dentro, compartir su complejo mundo interior. Pero alguien le había dicho que la comunicación profunda era importante, mejor dicho esencial, en cualquier relación.

Así que el día anterior había hecho el esfuerzo y había merendado con sus padres, para contarles «cosas». Ella iba hablando, y ellos la miraban, cada vez más atónitos. No querían o no podían entender lo que les estaba diciendo. Las únicas palabras que consiguieron pronunciar fueron: «no te preocupes, no es tan importante, se pasará»… se pasará, recordaba y se repetía una y otra vez. No es tan importante, dicen… no me han entendido… ni siquiera sé si me han escuchado. No sé si volveré a intentarlo.

Entraron sus padres. Ella les contó, con otras palabras, lo mismo que me había contado a mí hacía unos minutos. Sus padres no dejaban de mirarla… a su madre se le cayó una lágrima. Estuvimos hablando de cómo estaba cada uno, cómo veían y vivían la situación, lo que sentían, lo que querían y podía cambiar, mejorar.

Ella me llamó la noche siguiente. Ese día se había levantado y cuál había sido su sorpresa cuando se encontró, además de un regalo, una nota en la bandeja del desayuno que le habían dejado preparado sus padres. La carta decía así: «Hija, te queremos mucho, siempre, cuando somos capaces de decírtelo y demostrártelo, y cuando no. Sentimos lo del otro día. No nos dijiste nada, pero hemos entendido lo difícil e importante que es para ti. Y para nosotros. Perdónanos por no haber sabido acogerte como esperabas o necesitabas. A partir de ahora intentaremos (perdónanos si no nos sale siempre) preguntarte, escucharte poniendo todos nuestros sentidos, ponernos en tu lugar para comprenderte más y mejor y, sobre todo, no poner nunca más en duda tus sentimientos. Te queremos, mamá y papá».

El nuevo año de vida no podía haber empezado mejor. Le había encontrado uno de los muchos sentidos que tenía, y así sí quería volver a intentarlo. Siempre más y mejor.

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