Categorías:

Las etiquetas

Tabla de contenidos

En una ocasión, una madre acudió al colegio para quejarse enérgicamente por el maltrato que su hijo sufría por parte de Daniel y la incompetencia del colegio para frenar sus andanzas. La profesora, muy sorprendida, le explicó que Daniel hacía meses que se había ido del colegio por un traslado de trabajo de su padre. El problema es que la etiqueta de Daniel había rebasado al propio niño. El problema es que las etiquetas que ponemos sobre el carácter pegan mejor que las de los libros y las de la ropa. Etiqueta puesta, etiqueta inapelable.

Claro que, aunque seamos conscientes de lo malo que es etiquetar, es casi imposible no hacerlo. A ver quién es capaz de callarse ese «eres un desastre» la enésima vez que encontramos toda la ropa tirada en el suelo o un «este niño no se está quieto» cuando se levanta de nuevo de la mesa. Las etiquetas son muchas veces merecidas.


El problema es que dan visibilidad al aspecto más negativo de las personas, las marcan, realzan justo lo que tiene que ser corregido y ocultan al mismo tiempo sus virtudes.


Cuando en una Escuela de Padres me explicaron el problema de las etiquetas, me di cuenta de cuánto las usábamos y de cómo mis hijos habían asociado su forma de ser precisamente a esos apelativos. Realmente son peligrosas. Se me siguen escapando porque, como dice el refrán, «cría fama y échate a dormir». Pero lo que trato de hacer es reiterar las buenas etiquetas que, por cierto, son muchas más que las malas.

María Solano Altaba. Directora de la revista Hacer Familia. Profesora de la Universidad CEU San Pablo

Te puede interesar:

Qué es una Escuela de Padres

Crianza responsable: 10 claves para educar

Otros artículos interesantes