3 Abril, 2013
Siempre me ha gustado esta frase que le oí decir a un amigo mío: «Dios ha dado al ser humano dos oídos y una boca para escuchar el doble de lo que se habla». Es bien cierto que, en ocasiones, nos ponemos a hablar con nuestro marido, mujer, hijos o amigos y nos falta «escucha».
Las frases se dejan sin acabar, las preguntas sin responder o no interpelamos al otro porque en el fondo, no estamos escuchando; pueden estar desahogándose con nosotros por un problema que les angustia y somos incapaces de llamar a los pocos días para hacer un seguimiento de cómo se van resolviendo sus asuntos. Podemos llegar a ser como gallinas en el corral cacareando al mismo tiempo.
La experiencia nos hace ver que son muchos los momentos en los que los hijos necesitan ser escuchados, no para aconsejarles, sino por el simple hecho de desahogarse, de saber que sus asuntos nos interesan, para compartir inquietudes de su alma, o explicarnos cómo han actuando en una circunstancia determinada. Y nosotros, metidos en nuestros problemas o en nuestro tiempo de descanso, no percibimos esa necesidad. Hay que escuchar el doble de lo que se habla y, cuando nos toque el turno, tener una conversación amena que aporte a nuestro interlocutor ideas interesantes para su vida.
En esta sociedad donde el individualismo se ha ido apoderando de las vidas de tantos, las personas que nos rodean no tienen quién les escuche; y esto lo comprobamos cuando, sin venir a cuento, en la sala de espera del ambulatorio, en la cola de la pesacadería o en la misma parada del autobús, un desconocido nos cuenta sus penas, sabedor de que al llegar a casa no encontrará nadie que le preste atención. Puede ser una buena iniciativa que volvamos a poner de moda las tertulias de amigos en casa, las quedadas en el parque o en el jardín ahora que llega el buen tiempo y, ¿por qué no?, plantearnos organizar una cena con los vecinos y re-descubrir personas con las que nos cruzamos a diario y a las cuales no les dedicamos más que el saludo de cortesía.
Escuchemos el doble, trabajemos la reflexión, olvidémonos de nuestro «yo» y hablemos lo necesario. Hay que ser referentes para los que nos rodean y aportar este pequeño cambio en nuestro ambiente.