La novela «El asno de oro» de Lucio Apuleyo (123/5-180), permite introducir nuestra reflexión acerca del comportamiento de eros. Y, además, ver como se entrelaza con otras formas o modalidades de amar. Se narra en esta obra la lucha simbólica entre Eros y la princesa Psique (mente). En la que Afrodita, diosa del amor y la belleza, celosa de la mortal Psique, ya que los hombres abandonaban los altares de los dioses para adorarla, ordenó a su hijo Eros, diciéndole lo siguiente: «Por los vínculos que crea el amor materno, por las dulces heridas de tus flechas, por las deliciosas quemaduras de esta llama, te pido venganza para tu madre, pero dámela completa y castiga severamente a esa insolente belleza. Concédeme, propicio, una única cosa, solamente esto: que esa doncella -se refiere a Psique- sea presa de una ardentísima pasión por el más infame de los hombres, a quien la Fortuna haya condenado a carecer de dignidad, de patrimonio y también de salud; un desecho tal que en todo el orbe no pueda hallarse nadie tan miserable como él» (Apuleyo, 2009:119). La sorpresa de Afrodita fue que su hijo Eros se enamoró de Psique, y, en consecuencia, se la llevó a su casa, según cuenta la leyenda, por arte de magia. Esta situación de armonía duraría poco, porque las hermanas de Psique hicieron que ésta traicionara su confianza, y herido por ello, Eros, expulsó a Psique que vago por la tierra, buscando el amor perdido.
De forma misteriosa pero indiscutible, el enamorado quiere a la amada en sí misma, no el placer que pueda proporcionarle (Lewis, C.S., 2008:106).
Sin el eros el deseo sexual, como todo deseo, es un hecho referido a nosotros. Con el eros, sin embargo, se refiere más a la persona amada. Llega a ser casi un modo de percepción y, enteramente, un modo de expresión. Se siente como algo objetivado, algo que está fuera de uno, en el mundo real» (Lewis, C.S., 2008:107).
Con mayor frecuencia lo que sorprende primero de eros es simplemente una deliciosa preocupación por la amada: una genérica e inespecífica preocupación por ella en su totalidad. Un hombre en esa situación no tiene realmente tiempo de pensar en el sexo; está demasiado ocupado pensando en una persona (…) Está lleno de deseo, pero el deseo puede no tener una connotación sexual. Si alguien le pregunta qué quiere, la verdadera respuesta a menudo será: «Seguir pensando en ella». Es un contemplativo del amor» (Lewis, C.S. Los Cuatro amores, 2008:105)
¿Cómo surge el amor de eros? Platón había explicado en el Fedro y después lo haría en el Timeo que el amor surge cuando a través del sentido de la vista se infunde en el alma la belleza corporal, que es a su vez, reflejo en lo sensible de la Belleza insensible y eterna. El eros pandemos es el que permanece como deseo de gozo en lo sensible; mientras que el éros ouranos, el amor celeste, es el que trasciende la belleza sensible y permite que el alma se eleve y alcance lo que de eterno encierra, la Belleza insensible que refleja (Álvarez Lacruz, A., 2006: 20).
Amor en sentido pleno
El eros es compañero de la poesía, como lo prueban los grandes amantes que pueblan la mejor literatura. El eros requiere de la delicadeza del lenguaje, y de su expresión bella, para comunicar adecuadamente sus sentimientos y necesidades (Bloom. A. 1996:25).
No obstante, habrá que decir llegado a este punto, que hay compañeros incompatibles en esta aventura del amor por razones diversas. Aun considerando, entre otras interpretaciones, a eros, como si fuese el dios primordial, responsable de la atracción amorosa y el sexo, según la tradición clásica, éste, eros, no da todo lo que aparentemente promete. Por ello, Platón en el Banquete o del Amor, lo describe como hijo de Poros (la abundancia) y Penia (la escasez); tampoco puede considerarse, aunque se intente hacerlo, como si fuese la luz primigenia de la creación, el eros como impulso creativo de la naturaleza, etc. El amor en la concepción platónica no es dios, pero sí es impulso divinizante. En su aspiración y deseo, el eros manifiesta su carencia; pero en cuanto que es capaz de elevarse hacia lo eterno que se refleja en la belleza de lo amado, se hace patente su riqueza (Álvarez Lacruz, A., 2006:19).
La revolución de la cultura cristiana abrió el horizonte humano, la posibilidad personal, del amor en su sentido pleno. Mostró lo que la experiencia nos expresa, que el amor de ágape o caritas siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. Quien intenta desatender el amor pleno, se dispone a desentenderse del hombre. Porque siempre hay sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. El amor de caritas es «opus propium» de la tradición cristiana, cometido congenial, en el que ella no coopera colateralmente, sino que actúa como sujeto directo responsable, haciendo algo que corresponde a su naturaleza (cf. Deus caritas est)
El proceso de secularización, en un sentido parcial, que impregna hoy algunos sectores de las sociedades que llamamos «avanzadas», después de un lo largo de un proceso histórico, en el que ha ido «desnudando» al amor humano sucesivamente, en su proceso analítico, del amor de Dios, de la pietas o caritas, del ágape, del amor paterno filial, del amor de amistad, e incluso del amor de eros; hasta dejarlo reducido al sexo duro y puro. La insatisfacción de la «revolución sexual» ha sido patente: el sexo per se no satisface el alma humana, y, por ello, los «restos del naufragio» andan a la búsqueda de un fruto imaginativo: el «género liquido».
El eros sin ágape es un amor romántico, pasional y contradictorio por definición, que a veces deriva hasta la violencia; el ágape sin eros sería un amor frío, distante, propio del cumplimiento, obligado por la voluntad principalmente (cf. Cantalamessa, R., 2011)
Benedicto XVI, con la inteligencia que le caracteriza, en Deus caritas est, zanja la cuestión de forma inteligente cuando afirma: Eros y ágape están unidos a la fuente misma del amor que es Dios. El ama y este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros que es también totalmente ágape.
Por dichas razones podemos concluir diciendo que el amor humano es estremecimiento del corazón y generosidad del alma.
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