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Las enfermedades se curan

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No es una página dedicada a los problemas de salud sobre los que no tengo la menor idea. Me propongo, lisa y llanamente reflexionar sobre dos experiencias paralelas, y muy próximas, que estoy viviendo y que resulta muy interesante.

Tengo un gran amigo que siempre ha disfrutado de una salud tan espléndida, que muchas veces nos ha provocado una envidia sana. Al final del verano observó una dolencia que le pareció leve y pasajera, aunque no dejó de ir al médico. El susto que se llevó no fue para contarlo. Existía una enfermedad grave y generalizada, que dentro de la jerga médica merecía la clasificación más grave dentro de las tipificadas.

Inmediatamente se puso en manos de los mejores especialistas, que de forma prudente y ponderada no le ocultaron su estado crítico, a la vez que iniciaban un tratamiento tan duro como su propia enfermedad. Asumido el problema, permitió a los médicos que hicieran su trabajo mientras él se disponía a poner de su parte lo conveniente.

Al principio dos o tres crisis han estado a punto de «llevárselo por delante». En consecuencia, tomó las medidas de prudencia para dejar resueltos todos sus asuntos en esta tierra y en la «otra». Hecho esto, se dispuso a luchar «denodadamente» contra su enfermedad. No se perdonaba un decaimiento, ni dejaba de poner todos los medios prescritos por los médicos.-

Le acabo de ver y me he quedo asombrado de lo que puede hacer la «determinada determinación» de sacar algo adelante. Es cierto que le conozco lo suficiente para estar convencido de su tesón en la conquista de un objetivo, pero en este caso ha dado la talla sobradamente: «A grandes males, grandes remedios»; «Por mí que no quede» -me ha dicho. Ha ganado siete kilos, tiene medido su tiempo de paseo diario, bebe 2 litros de agua al día, come con ganas o sin ellas. Conoce perfectamente que esta no es una carrera de velocidad, sino de fondo. Así anda con su tratamiento que espera terminará en primavera.

Curar el matrimonio

A la vez conozco otra persona que ha llegado también de su veraneo dispuesto a separarse de su mujer. El mal no se ha presentado de forma súbita, pues viene larvado desde tiempo atrás. ¿Cuál es mejor, una u otra enfermedad?


Cuando una persona ha hecho todo lo posible y más allá de lo imposible para restañar su matrimonio, si no lo logra, en medio de su dolor tendrá mucho más sosiego


Algo hay cierto, aunque notaban que su mal les carcomía poco a poco, ni han buscado una ayuda, ni nada han hecho ellos por administrarse la medicina. Uno y otro, con cara doliente, han mostrado sus quejas a las personas más próximas, pero nunca se han sentado en serio a estudiar el «origen» del mal, y la parte que a cada uno le correspondía. ¿Han buscado a algún especialista que les oriente? ¿Se han dejado preguntar y contestar con sinceridad?

Consulta de pareja

Foto: THINKSTOCK 

En vez de hacerle cara a la enfermedad con toda su gravedad, como el primero, han intentado quitarse los síntomas con un paracetamol, aunque les invadiera un cáncer. ¿Han luchado por su matrimonio como mi amigo para defender su vida?… Pues si no ha sido así, no han luchado…

Aunque son muy elevadas, desconozco las estadísticas de separaciones matrimoniales comparadas con las de las personas afectadas por el cáncer. Pero he visto las diferencias a la hora de luchar unas y otras. «¡Es mi vida!…», me pueden argumentar los que sufren un tumor. ¿Acaso no están en juego muchas vidas con la ruptura de un matrimonio? Se lucha, se pelea, se pone toda la carne en el asador… Llamo luchar a no escatimar ningún esfuerzo, ni quejarse todo el día de que el «tratamiento» que se han impuesto es muy duro y las secuelas de la propia «quimio» son muy lacerantes.

Si supiera que todo iba a acabar bien… pero, ¿y si no salgo de esta? Es la misma pregunta que se hace quien no tiene asegurada la eficacia del tratamiento. Por regla general es más probable recomponer un matrimonio que vencer un tumor grave. Que sea más asequible no significa que resulte más fácil, no soy un iluso.

Hay algo que también he comprobado por la experiencia. Cuando una persona ha hecho todo lo posible y más allá de lo imposible para restañar su matrimonio, si no lo logra, en medio de su dolor tendrá mucho más sosiego cuando pueda mirarse al espejo -sin que lo vea nadie- y preguntarse: «¿Verdad que lo hemos intentado todo?…»

Antonio Vázquez. Orientador familiar. Especialista en el área de relaciones conyugales

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