Se cita frecuentemente al hablar del enamoramiento una frase de Pierre du Ryer (1606-1658): «Il me vit, et m’aima; je le vis, je l’aimai» («Me vio, me amó; lo vi, lo amé»). Es lo que se llama el flechazo, que arrastra a dos personas.
El enamoramiento es un embobamiento en cierto sentido. El enamorado sólo atiende a una realidad en el mundo, se halla fijado en ella y desatiende las demás realidades. Este arrobo desbordante de admiración y pasmo parece en principio responder a una actitud generosa, desinteresada, porque constituye una salida de sí. Pero, analizado a fondo, algunas veces delata a menudo una condición egoísta. Se admira lo que le produce exaltación. Se ama en el otro el objeto del propio deseo, la fuente de las propias satisfacciones, no la persona en cuanto tal (López Quintas, A., 1994:159).
El enamoramiento también se modula según se sea mujer u hombre. Un proverbio oriental dice que «los hombres se enamoran por la vista y las mujeres por el oído», y en eso, éstas, demuestran sin duda más inteligencia. En efecto, los ojos se quedan en la piel, en la superficie de la persona, en su apariencia más o menos atractiva, mientras que el oído capta las palabras, los razonamientos, los pensamientos, o sea, las cualidades de la mente y del alma.
Los personajes de ficción muestran esta añoranza radical del enamoramiento que se presenta. Uno de esos seres famosos, Cyrano, en su enamoramiento llega a sentirse desfallecer y esclavizado: «Yo os quiero, yo me ahogo, yo sediento/ estoy de tu hermosura… ¡Yo te amo!/ No puedo más; deliro, desfallezco/ que entero me robaste el albedrío*», (Rostand, E., 1977:127). Pareciese incluso, que en un primer momento, la pasión encendida del enamoramiento quitase incluso la libertad del amante, clausurara el libre albedrío.
El delirio de enamorarse
Esta experiencia afectiva, este encuentro amoroso, súbito, muestra también claramente que el enamoramiento es sobre todo un estado emocional, subjetivo, pasajero, una especie de sentimiento en equilibrio inestable, porque las emociones van y vienen, como canta Giuseppe Verdi en Rigoletto. El enamoramiento, sin fundamento estable, puede ser una maravillosa chispa inicial pero, al producir su resplandor descontextualizado de la verdad, ante la ausencia de la virtud y la inteligencia, no será en ningún caso la totalidad del amor (Benedicto XVIII, 2006, p 17.). El enamoramiento será como la pavesa consumida en un instante por el fuego.
La persona bajo el efecto del enamoramiento vive como enajenado, pensando de continuo en el objeto de su amor. En el fondo, lo que atrae en el enamoramiento es como un pálido destello de lo divino. Ya Platón decía que este tipo de amor, el enamoramiento, es un reflejo de la divinidad en algún sentido. Lo que se escriben los novios, de hecho, podría ser puesto en boca de Dios mismo, con la diferencia de que a Dios el amor no le ciega. En cambio, el espejismo del enamoramiento provoca que apenas veamos los defectos del otro, nos lleva a pensar que no hay nadie mejor en el universo. No es de extrañar que las personas bajo el hechizo del enamoramiento se digan «Te adoro», algo que en sentido estricto sólo correspondería decir a Dios, (Esparza, M., 2009: 48-49).
La reina Dido, que se dejó seducir por la conversación de Eneas, puede ser un ejemplo dramático de enamoramiento. En el héroe, no fue así, en él había prevalecido el deseo, su enamoramiento no podía dar paso al amor. Por eso, cuando Eneas se dispone a marcharse y abandonarla para cumplir su «vocación» -la que sería no ya la fundación de una nueva Troya, sino la fundación de Roma-, prepara las jarcias de la nave y reuniendo a sus compañeros les anuncia, no sin cierta euforia, el momento de la partida. Dido, que ha caído en las redes sutiles del enamoramiento, sorprendida ha advertido los preparativos del viaje. Todo está aparentemente tranquilo y todo la inquieta. La misma diosa Fama le da la noticia a la reina Dido, quien arrebatada, fuera de sí, corre furiosa como una bacante por toda la ciudad. Al fin, adelantándose a lo que decirle pueda el amado, le interpela así: «¿Con que esperabas, pérfido, poderme celar tal maldad y abandonar esta tierra sin decírmelo? ¡Cómo! ¡Ni de amor, ni la fe que me juraste ni la horrible muerte que le espera a Dido te detienen!». De todos es conocido el desenlace trágico de la historia, Eneas parte hacia su destino y la desesperación le lleva al suicidio.
El enamoramiento puede ser aparentemente una indulgencia con las emociones excesivas, pero en numerosas ocasiones es un énfasis excesivamente optimista respecto de la bondad del corazón humano.
La naturaleza humana no está depravada como consideró el calvinismo, pero sí sujeta al desequilibrio de la contradicción del corazón a la que ya hicimos referencia.
El enamoramiento que puede surgir en la libertad de las relaciones humanas y laborales, puede ser el inicio de una aventura de amor verdadero, pero cuando las personas tienen un compromiso conyugal puede conducir a una «tormenta perfecta» para la familia y ser una fuente inagotable de sufrimiento.
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