Cada día que pasa es más frecuente la aparición de artículos en la prensa y las revistas, incluso entrevistas en televisión, que demuestran el interés de estos medios por la importante labor que los abuelos estamos desarrollando atendiendo a nuestros nietos para facilitar el trabajo de los padres, colaboración necesaria que realizamos al servicio de la familia y por lógica extensión de la sociedad.
Sin embargo, bastantes de estas noticias se limitan a comentar el trabajo de los abuelos como «cuidadores de los nietos» y, cuando les entrevistan, algunos abuelos manifiestan quejas por el trabajo que les da la atención a los nietos y lamentan el que sus hijos sólo los consideren simples cuidadores y no estimen su valiosa colaboración en la educación de los nietos.
Pero también a veces he escuchado manifestaciones de algún abuelo, que escudándose en la afirmación cierta de que, los padres son los primeros educadores de sus hijos, no sólo no se consideran colaboradores en la tarea educativa con los nietos, sino que llegan a afirmar que ellos desean disfrutar de los nietos sin la complicación que les supone el exigirles.
Este modo de pensar se manifiesta luego en la conducta de estos abuelos que conceden a los nietos todos los caprichos que les piden, malcriándolos al consentirles que hagan lo que les apetece, sin plantearles que deben controlar sus apetencias para que lleguen a ser responsables de sus actos.
Autonomía y voluntad
Actuando así los abuelos se dejan llevar por la actual cultura hedonista que muestra aversión al dolor y al esfuerzo necesario, básicos para lograr una correcta educación. Se desea sólo que el niño sea feliz y que no se haga daño, que no sufra. Que no le falte nada.
«Ser libre es depender de lo que amamos» (Gustave Thibon)
Hay que contar con que es algo natural el que los nietos deseen hacer lo que les apetece: por pereza, comodidad, egoísmo, y también porque van captando que tienen que afrontar la responsabilidad de sus propios actos, no teniendo aún suficientemente desarrollada su voluntad.
Sin embargo, los nietos -como cualquier persona- necesitan saber lo que está bien y lo que está mal, conocer los límites que no deben sobrepasar, por lo que cuando están con sus abuelos también debemos corregirles y no darles todo lo que piden, sino sólo lo que consideremos conveniente para su educación.
Los abuelos, en el tiempo que convivimos con los nietos, debemos colaborar en la educación de su libertad ejerciendo la autoridad que nos concede la necesaria colaboración con los padres en la educación de sus hijos. La autoridad está en la base de la educación de la libertad y desde pequeños los niños reconocen nuestra autoridad moral aunque no sepan razonarlo.
La exigencia es imprescindible en la educación y su sentido no es otro que el de enfrentar a la persona con su propia responsabilidad y el desarrollo de la responsabilidad exige un ejercicio adecuado de la autoridad. La exigencia comprensiva no está reñida con el buen humor, con la confianza y con el optimismo, que deben ser actitudes normales en la relación abuelos-nietos. El diálogo con el nieto debe ser sereno, adaptado a su edad y nunca ser avasallador. Obrando así, los nietos observarán que los abuelos también nos esforzamos por mejorar.
Ayudar a comprender que hay que hacer lo que se debe hacer, supone casi siempre un considerable esfuerzo. Por esta razón, los abuelos siempre debemos razonarles el porqué de lo que se les pide, sin precipitación y sin dejarnos llevar por los sentimientos, exponerles las razones que aconsejan actuar de un modo o de otro. Si hay que reprender a un nieto siempre lo haremos sin humillar.
Para educar la libertad es necesario dejar que nuestro nieto, tenga la autonomía que le permita realizar actos libres de los que se sienta responsable. Tengamos en cuenta que la libertad si no se ejercita no se sabe lo que es.
Hay que proporcionar a los nietos ocasiones de ejercitar la autonomía, el autodominio, la iniciativa, la capacidad de decidir y la participación. Motivarles para que organicen por su cuenta algunas actividades y a que participen responsablemente en otras. Animarles a arriesgarse, a ser valientes, a responder de lo que hacen.
Según la edad del nieto debemos concederle la suficiente autonomía, para que aprenda a elegir entre varias posibilidades, que tome sus propias decisiones y así ejecute actos libres. Al actuar así, el nieto adquiere compromisos de los que será responsable para cumplirlos y aprenderá lo que cuesta este modo de actuar.
«Ser libre es ser señor de sí mismo para mejor servir a Dios y a los demás» (Oliveros F. Otero)
Los abuelos no educamos bien la libertad de un nieto si nos limitamos a indicarle lo que debe hacer, pidiéndole que nos obedezca. Muy al contrario, debemos aconsejar y orientar al nieto para que sea autónomo y no se limite a obedecer pasivamente, que llegue a saber la razones por las que debe hacer un acto y no otro, que su obediencia sea inteligente. Ponerle frente a su propia responsabilidad para que llegue a tomar sus propias decisiones y reconozca la responsabilidad que adquiere al actuar así.
Animar al nieto a decidir y a comprometerse. Ayudarle a encauzar rectamente sus afanes e ilusiones. Que valore el esfuerzo necesario para alcanzar un objetivo y acepte los posibles fallos, pues no siempre se alcanza el éxito. Lo que importa es el camino recorrido, el trabajo bien hecho.
Hay que fortalecer su voluntad para que sea luego capaz de desarrollar su proyecto de vida, que es «el para qué» de su libertad. Una voluntad fuerte permite al nieto tener confianza en sí mismo y ser capaz de gobernarse: hacer lo que quiere hacer, dominando sobre los sentimientos del momento; esto le permite ser libre, señor de sus propios actos.
José Manuel Cervera González. Secretario de la Asociación de Abuelas y Abuelos
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