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El «dolor de corazón»

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Tengo la inmensa suerte de que mis hijos se llevan tan pocos meses entre sí que ninguno ha conocido el reinado de hijo único, así que no les dio tiempo de extrañarse cuando llegaba un nuevo hermano. Cuento esto porque en mi casa no hemos podido experimentar ningún ejemplo de celos patológicos. Y los hay. Desde los niños que pegan a sus hermanos hasta otros que somatizan en estrés, vuelven a hacerse pis en la cama o hasta se les cae el pelo.

Los «celillos» del hermano mayor

Sin embargo, una cosa son los celos patológicos y otra diferente son los «celillos«. Esos son más llevadores. A veces nos hacen reír, otras nos llenan de ternura porque vemos la fragilidad de esas almas a las que estamos ayudando a conformarse. Son pequeñas llamadas de atención, discretas, sin grandes alharacas, que muestran cómo los padres son importantísimos para cada uno, y digo cada uno de manera individual, de los hijos.

Niña celosa

Foto: THINKSTOCK 

La forma más habitual de esos «celillos» suele darse, desde la más tierna infancia, cuando uno de los hermanos está enfermo y mamá pasa más horas de las acostumbradas sentada junto a su cama.


Le toma la temperatura, le atiende cuando se siente mal, le deja no comer, o comer lo que quiera, y está siempre pendiente de llevarle un vaso de agua.

Entonces, a alguno de los otros le ocurre siempre que padece en paralelo de lo que yo llamo siempre «dolor de corazón». Puede ser un inenarrable dolor de cabeza, puede que hasta cojeen después de la peor de las caídas en la historia del patio del colegio, les dolerá en extremo la milimétrica rajita que se han hecho al pasar la hoja del libro, incluso tengo una que me refirió un profundísimo dolor de pulmones, último órgano que había aprendido en sus clases de Conocimiento del Medio.

Tengo una amiga que guarda caramelos chiquititos en un bote de vitaminas y les administra este placebo sin igual para el «dolor de corazón». Son las medicinas especiales para los casos especiales, las que curan unos dolores de los que la medicina no sabe dar respuesta pero una madre sí. Y otra que utiliza un jarabe que el farmacéutico le recomendó por ser tan inútil como inocuo, pero, eso sí, con ese rosa tan característico que, metido en una jeringuilla, hace imposible apreciar la diferencia. Mano de santo: en solo media hora habrá reducido hasta el extremo el «dolor de corazón».

Quizá os estéis preguntando por qué acepto estas pequeñas mentiras a sabiendas de que lo son. Bueno, es sencillo. El dolor de pulmón no existe, pero sí existe el de corazón que necesita curarse con un minuto de atención. Es un dolor real que requiere de ese ejercicio mínimo en el que aunamos el «tú sigues siendo importante» con el «hoy tenemos que cuidar mucho a tu hermano». Y porque desconfiar de los hijos tiene unas consecuencias espantosas para su autoestima, de eso hablaremos otro día. Y a ellos, de verdad, les duele el corazón, incluso aunque no tengan fiebre.

María Solano. Directora de Hacer Familia

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