El adecuado desarrollo psicológico de la afectividad es una tarea en la que los padres y educadores tenemos un importante papel. Forma parte de nuestra responsabilidad. En este artículo nos centramos en las características de las diferentes etapas y en posteriores números abordaremos otros aspectos relacionados, como las diferencias entre la afectividad masculina y femenina, la madurez afectiva, y el reto de los padres y educadores en la construcción adecuada de la misma.
Lactancia
Comprende el primer año de vida. Los sentimientos son vitales y están unidos a la corporalidad: los sentimientos de placer favorecen la vida corporal y los de displacer la perjudican. A partir de los dos meses predominan los sentimientos placenteros, aunque aparece una mayor disposición a la angustia.
Adquisición del lenguaje
Abarca desde el año hasta los 2 años y medio. Además de aprender a andar y hablar, el niño se muestra ya sugestionable, con cierta labilidad afectiva (inestabilidad del estado afectivo en el que se producen cambios con suma facilidad), caracterizándose por la proyección de los sentimientos. Al año siguiente, hasta los 3 años y medio (primera edad de obstinación), el control emocional es todavía muy débil: continúa la labilidad afectiva junto a un predominio de sentimientos de inferioridad. En este momento los padres debemos adoptar posturas flexibles para favorecer un desarrollo afectivo adecuado.
En la edad del juego en serie, que se prolonga hasta los 5 años y medio, se aprecia mayor expresividad afectiva y una acentuación de los sentimientos transitivos. Además de ir fomentando el impulso del trabajo (por ejemplo, colaborando en casa), se puede iniciar una orientación sexual adecuada a su edad.
Segunda infancia
Este período se desarrolla en las niñas desde los 5 años y medio hasta los 10 años, y en los niños hasta los 12 años. Se compone de tres etapas:
– Primer cambio de configuración (5 años y medio, a los 6 y medio)
Como su propio nombre indica, esta etapa se caracteriza por la transformación que se sufre, tanto física (p.ej. inicio de la segunda dentición) como psíquica. En el plano afectivo se caracteriza por la búsqueda del placer viviendo nuevas experiencias y el afán de independencia, y se mantiene todavía la labilidad afectiva, apareciendo la propensión a los temores y sueños angustiosos. Se inicia un débil sentimiento del propio poder y valor, con cierta tendencia al descontento. Conductualmente puede apreciarse una cierta bipolaridad introversión-extroversión.
– Niñez media (hasta los 9 años)
Es un período caracterizado por el aumento del impulso a la actividad, la tendencia al compañerismo, aumento de la capacidad de atención y concentración, y el deseo de aprender. Existe cierta propensión a la sobreestimación, siendo por lo general optimistas y alegres. Aparecen nuevas emociones (p. ej., el asombro, la admiración…) y se vuelven más sensibles. También adquieren una mayor capacidad de valoración moral y un creciente interés por las relaciones sociales. Se debe fomentar ya la adquisición de hábitos de trabajo.
– Niñez tardía (9 a 10 años y medio)
Se considera como una época de gran armonía psíquica: el mundo se vuelve más objetivo, existe una predilección por lo real, se inicia el desarrollo de la capacidad de abstracción, aparece una incipiente actitud crítica, el compañerismo aumenta y se produce la primera separación de los sexos. Se da una gran necesidad de estimación en cuanto al desarrollo afectivo y el sentimiento de sí mismo iniciado en la etapa anterior crece, pero ahora con mayor capacidad de autocrítica. Todavía perdura el optimismo y la escasa profundidad de los afectos, apareciendo un sentimiento del propio valor en función del ambiente. Los padres y educadores debemos fomentar la actitud crítica y la moralidad colectiva.
Preadolescencia y adolescencia
Quizás la etapa más compleja desde el punto de vista psicológico, físico y afectivo. Es la etapa donde se deben asentar las bases del perfil caracterial de la persona, por lo que los padres y educadores debemos los objetivos claros. La madurez afectiva iniciada años antes y perfeccionada después, debe encontrar en esta época asiento y estabilidad. De cómo manejemos esta etapa puede depender el desarrollo armónico de la vida afectiva de nuestros hijos.
La pubertad en la mujer se desarrolla desde los 10 años y medio, hasta los 13 años. Además de varios signos de maduración biológica (pubarquia, menarquia…), se produce un aumento de la necesidad de estimación, con intranquilidad e inquietud. Existe una tendencia a la introversión y se experimentan de nuevo sentimientos displacenteros que son los predominantes. La labilidad emocional se mantiene y la sexualidad aparece como una pulsión consciente. Conductualmente surge una oposición a la autoridad familiar, pero con aceptación de la del grupo o líder.
Hasta los 15 años se produce cierta estabilización emocional. Descubren su yo psíquico, con tendencia al subjetivismo crítico y al idealismo, intransigencia y polarización de los juicios. Los sentimientos son más profundos.
Existe mayor sensibilidad y el optimismo de etapas previas se transforma en tristeza y pesimismo. El impulso sexual se hace evidente y aumenta el afán de independencia y de hacerse valer. Asociado a todas estas características se aprecia una búsqueda de valores que den sentido a la existencia.
Llegamos a la adolescencia. Debería darse en esta época, que transcurre hasta los 20 años, una adecuada elección del proyecto vital y una maduración conductual. Hay menor rigidez al enjuiciar y se idealiza menos a las personas. El impulso vital debería equilibrarse y estar dominado por la voluntad, con un desarrollo de valores cada vez más personales. El impulso sexual se dirige definitivamente al otro sexo. El estado de ánimo es de nuevo alegre, con mayor sentimiento de seguridad y valor personal, y con tendencia a la estabilidad emocional definitiva. Finalmente, la actitud contra el ambiente mengua y mejoran las relaciones con los padres.