La familia, especialmente en España, es la institución más valorada por los ciudadanos con indiferencia de su estatus social. También es el fundamento y origen de cualquier civilización, el núcleo de solidaridad más intenso, el ámbito de formación y educación de la persona y en donde los valores fundamentales de tolerancia, de generosidad, de servicio, de respeto a la libertad y a la dignidad de los seres humanos, son adquiridos.
La familia es también el garante del desarrollo armónico, sostenible de nuestra sociedad. Todos debemos proteger, defender y promocionar la familia. Deben facilitarse los recursos económicos necesarios para que cada proyecto familiar pueda ser una realidad gozosa, que no quiere decir fácil, ni cómoda, ni ajena a problemas y renuncias. Cuando decidimos crear una familia no podemos hacerlo en un marco hostil, en una sociedad indiferente a la familia y mucho menos en ausencia de una legislación positiva para ésta.
La familia, como institución, requiere una protección económica real y justa y, hoy más que nunca, precisa también protección jurídica.
Evidentemente hablo de la familia natural, basada en el matrimonio de un hombre con una mujer, contraído con libertad y responsabilidad. Este modelo de familia es el que, al margen de cualquier ideología, necesita el bien común, el que da estabilidad a la sociedad, el que confiere derechos y obligaciones entre los esposos y padres e hijos, el que asegura el relevo generacional; todo en base a un compromiso duradero, de amor y de servicio entre los miembros de la familia.
Existen otras realidades convivenciales que merecen no ser discriminadas, pero son diferentes, distintas, y justicia no es dar a todos lo mismo, sino a cada uno lo que le corresponde. No existen varios modelos familiares; existen, y por ello hay que regular sus obligaciones y derechos, realidades convivenciales que siempre han existido.
Siempre ha habido y habrá, madres y padres solteros, y esta realidad tiene ya su protección jurídica; siempre ha habido y habrá, personas de distinto sexo que conviven juntas, sin contraer matrimonio, en el ejercicio de su libertad, que todos debemos respetar, pero no son matrimonio, porque así lo desean; siempre ha habido y habrá personas del mismo sexo que conviven juntas, tienen derecho a hacerlo y nadie lo debe poner en duda, pero tampoco son matrimonio. No debe ser esta capacidad fisiológica, propia de todo ser animal, también del hombre, la que otorgue carta de naturaleza a los deberes y derechos que les son propios y debidos al matrimonio, defendido en la casi totalidad de las Constituciones, incluida la nuestra.
Defender a la familia, es defender la vida, es defender el progreso, es defender el futuro es defender la justicia, el bien común. No podemos relativizar a la familia, sería tanto como relativizar nuestra existencia.
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