Pido disculpas de antemano por la simplificación que supone el título de este blog. El acoso escolar es un problema tan complejo que no hay recetas mágicas para evitarlo ni para detectarlo cuando ya ha ocurrido. Los casos con trágicos desenlaces que hemos conocido en los últimos meses a través de los medios nos han encogido el corazón.
Los padres tenemos miedo, no sólo a que acosen a nuestros hijos o a que nuestros hijos sean acosadores sino a no ser capaces de darnos cuenta de que está pasando algo. Si es duro ver sufrir a un hijo, más lo es aún darnos cuenta de que ha sufrido solo.
Me decía el psicólogo y profesor de la Universidad CEU San Pablo Amable Cima hace unos días que junto a los cambios de comportamiento que nos pueden indicar que está pasando algo malo, la mejor manera de saber qué ocurre en la vida de nuestros hijos es verlos interactuar en libertad con sus amigos. Por eso me he permitido titular así este texto: Contra el acoso, meriendas en casa.
Organizar una merienda para los amigos de nuestros hijos un viernes por la tarde supone quedarnos sin viernes por la tarde, hacer muchos más bocadillos de los habituales, quizá incluso adecuar los menús a los gustos de los invitados, porque uno, que quizá es muy estricto con no permitir los caprichos a los hijos, afloja bastante con los de los demás. Organizar una merienda para los amigos de nuestros hijos un viernes por la tarde supone arriesgarnos a que nuestra casa sea, tres horas después, lo más parecido a un campo de batalla tras el estallido de la más potente bomba de neutrones. Es muy probable que las migas del bizcocho hayan llegado mucho más allá del espacio especificado al efecto y, no sabemos por qué, además de las toneladas de juguetes esparcidos por doquier, también han causado graves estragos en los cajones de la ropa.
Y sin embargo, la tarde habrá sido extraordinariamente productiva en nuestro papel como padres. Evidentemente, nuestros hijos nos querrán «fuera» de su ámbito de actuación, y es donde debemos estar, pero dado que no vivimos en palacetes renacentistas con ala este y ala oeste, desde la cocina donde nos mantendrán recluidos recogiendo podremos oír sus conversaciones. Ver a nuestros hijos actuar con sus amigos y a sus amigos con ellos nos otorga valiosísimos elementos de juicio para descubrir cómo es el devenir del patio en el recreo, porque no difiere en exceso de lo que observemos en casa.
Bastará una tarde para descubrir quién es el líder del grupo, quién es mandón, quién el protector, quién sintoniza mejor con quién, qué juegos tienen en común, cuáles se convierten en una pesadilla para algunos y dónde están los mayores puntos de fricción.
Sin pecar de un excesivo complejo de protección -tan importante es detectar los abusos como, allí donde no hay abusos sino comportamientos habituales en los niños, dejar que nuestros hijos resuelvan solos los conflictos- tenemos que tomar nota de lo ocurrido e ir trazando un perfil de cada amigo.
Nosotros no elegimos los amigos de nuestros hijos y dudo mucho que los haya perfectos, pero sí les podemos enseñar a gestionar sus emociones, a poner límites razonables a los que abusan, a acercarse más a aquellos con los que comprobamos que mejor se compenetran y a verbalizar lo que sienten en cada circunstancia, clave del éxito ante cualquier caso de posible acoso.
Si mantenemos esta actitud no solo en la infancia, sino también en la adolescencia, dándoles las cotas de libertad que consideremos razonables -y aportándoles, de paso, un techo y gratis, bajo el que estar con los amigos- tendremos la tranquilidad de que sabemos lo suficiente como para presumir que el acoso no ha entrado en casas.
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